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Jean Baudrillard - De la seducción

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Jean Baudrillard De la seducción
  • Libro:
    De la seducción
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1979
  • Índice:
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De la seducción: resumen, descripción y anotación

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Baudrillard plantea la pérdida total de cualquier principio referencial: «estamos en la era de la simulación y la seducción es la única posibilidad de ir más allá de esta simulación. La seducción como la máxima expresión de lo femenino y la producción de lo masculino».

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Baudrillard plantea la pérdida total de cualquier principio referencial: «estamos en la era de la simulación y la seducción es la única posibilidad de ir más allá de esta simulación. La seducción como la máxima expresión de lo femenino y la producción de lo masculino».

Jean Baudrillard De la seducción ePub r10 Ascheriit 271215 Título original - photo 2

Jean Baudrillard

De la seducción

ePub r1.0

Ascheriit 27.12.15

Título original: De la séduction

Jean Baudrillard, 1979

Traducción: Elena Benarroch

Editor digital: Ascheriit

ePub base r1.2

JEAN BAUDRILLARD Reims Francia 20 de junio de 1929 - París Francia 6 de - photo 3

JEAN BAUDRILLARD Reims Francia 20 de junio de 1929 - París Francia 6 de - photo 4

JEAN BAUDRILLARD (Reims, Francia, 20 de junio de 1929 - París, Francia, 6 de marzo de 2007). Escritor, filósofo y sociólogo francés.

Estudió filología germánica en La Sorbona, ejerciendo como profesor de alemán en un instituto. Doctorado en sociología, fue profesor de esta materia en la Universidad de Nanterre en París, y en 1986, profesor en el Institut de Recherche el l’Information Socio-Economique. Desde el año 2002, lo fue de la European Graduate School en Suiza, impartiendo filosofía de la cultura y de los medios para sus seminarios intensivos de verano.

Es autor de libros y ensayos sobre el cambio social y político de su tiempo, en especial de los medios de comunicación. Su trabajo se relaciona con el análisis de la posmodernidad y la filosofía del postestructuralismo.

Notas

[1] En el original «Le sexe est produit comme on produit un document, ou comme on dit d’un acteur qu’il se produit sur scène». (N. de la T.).

[2] En el original, trait d’espirit (N. de la T.).

[3] En el original «seduisance», neologismo del autor a partir de seduction y del sufijo -ence, que indica cualidad (N. de la T.).

[4] En el original se juega con el doble sentido de maïtresse = dueña y amante (N. de la T.).

[5] El castellano especular pierde la ambigüedad del francés «spécularité» entre los dos sentidos: especulario de espejo (speculum) y especulativo. (N. de la T.).

[6] Un trampantojo (o «trampa ante el ojo», también llamado trompe-l’oeil, expresión francesa que significa «engañar al ojo») es una técnica pictórica que intenta engañar a la vista jugando con la perspectiva y otros efectos ópticos. Trampantojo en un edificio de Narbona (Francia). Los trampantojos suelen ser pinturas murales realistas creadas deliberadamente para ofrecer una perspectiva falsa. Pueden ser interiores (representando muebles, ventanas, puertas o escenas más complejas) o exteriores, en muros de edificios. También pueden encontrarse trampantojos pintados en mesas (aparentando naipes dispuestos para una partida, por ejemplo) u otros muebles. A pesar de que los trampantojos son más propios de la pintura también existen famosos «engaños» en arquitectura, algunos de los más conocidos son la Scala Regia en el vaticano de Gianluca Bernini o la Galería del Palazzo Spada de Borromini, en estos casos se trata contrarrestar ciertas impresiones o modificar la percepción del espacio mediante efectos arquitectónicos, como variar la altura de las columnas para conseguir, en el caso de la escalera esta parezca mucho más profunda.

Un destino indeleble recae sobre la seducción. Para la religión fue una estrategia del diablo, ya fuese bruja o amante. La seducción es siempre la del mal. O la del mundo. Es el artificio del mundo. Esta maldición ha permanecido a través de la moral y la filosofía, hoy a través del psicoanálisis y la «liberación del deseo». Puede parecer paradójico que, proporcionado los valores del sexo, del mal y de la perversión, festejando hoy todo lo que ha sido maldito, su resurrección a menudo programada, la seducción, sin embargo, haya quedado en la sombra —donde incluso ha entrado definitivamente.

El siglo XVIII aun hablaba de ello. Incluso era, con el duelo y el honor, la gran preocupación de las esferas aristocráticas. La revolución burguesa le ha puesto fin (y las otras, las revoluciones ulteriores, le han puesto fin sin apelación —cada revolución pone fin ante todo a la seducción de las apariencias—). La era burguesa está consagrada a la naturaleza y a la producción, cosas muy ajenas y hasta expresamente mortales para la seducción. Y como la sexualidad proviene también como dice Foucault, de un proceso de producción (de discurso, de palabra y de deseo), no hay nada de sorprendente en el hecho de que la seducción esté todavía más oculta. Seguimos viviendo en la promoción de la naturaleza —ya fuera la en otros tiempos buena naturaleza del alma, o la buena naturaleza material de las cosas, o incluso la naturaleza psíquica del deseo—, la naturaleza persigue su advenimiento a través de todas las metamorfosis de lo reprimido, a través de la liberación de todas las energías, ya sean psíquicas, sociales o materiales.

La seducción nunca es del orden de la naturaleza, sino del artificio —nunca del orden de la energía sino del signo y del ritual. Por ello todos los grandes sistemas de producción y de interpretación no han cesado de excluirla del campo conceptual— afortunadamente para ella, pues desde el exterior, desde el fondo de este desamparo continúa atormentándolos y amenazándolos de hundimiento. La seducción vela siempre por destruir el orden de Dios, aun cuando este fuese el de la producción del deseo. Para todas las ortodoxias sigue siendo el maleficio y el artificio, una magia negra de desviación de todas las verdades, una conjuración de signos, una exaltación de los signos de uso maléfico. Todo discurso esta amenazado por esta repentina reversibilidad o absorción en sus propios signos, sin rastro de sentido. Por eso todas las disciplinas, que tienen por axioma la coherencia y la finalidad de su discurso, no pueden sino conjurarla. Ahí es donde seducción y feminidad se confunden, se han confundido siempre. Cualquier masculinidad ha estado siempre obsesionada por esta repentina reversibilidad de lo femenino. Seducción y feminidad son ineludibles en cuanto reverso mismo del sexo, del sentido, del poder.

Hoy el exorcismo se hace más violento y sistemático. Entramos en la era de las soluciones finales, la de la revolución sexual, por ejemplo, de la producción y de la gestión de todos los goces liminales y subliminales, micro-procesamiento del deseo cuyo último avatar es la mujer productora de ella misma como mujer y como sexo. Fin de la seducción.

O bien triunfo de la seducción blanda, feminización y erotización blanca y difusa de todas las relaciones en un universo social enervado. O incluso nada de todo eso. Pues nadie podría ser más grande que la misma seducción, ni siquiera el orden que la destruye.

La eclíptica del sexo

Hoy no hay nada menos seguro que el sexo, tras la liberación de su discurso. Hoy no hay nada menos seguro que el deseo, tras la proliferación de sus figuras.

También en materia de sexo, la proliferación está cerca de la pérdida total. Ahí está el secreto de esta superproducción de sexo, de signos del sexo, hiperrealismo del goce, particularmente femenino: el principio de incertidumbre se ha extendido tanto a la razón sexual como a la razón económica.

La fase de la liberación del sexo es también la de su indeterminación. Ya no hay carencia, ya no hay prohibición, ya no hay límite: es la pérdida total de cualquier principio referencial. La razón económica no se sostiene más que con la penuria, se volatiliza con la realización de su objetivo, que es la abolición del espectro de la penuria. El deseo no se sostiene tampoco más que por la carencia. Cuando se agota en la demanda, cuando opera sin restricción, se queda sin realidad al quedarse sin imaginario, está en todos lados, pero en una simulación generalizada. Es espectro del deseo obsesiona a la realidad difunta del sexo. El sexo está en todos lados, salvo en la sexualidad (Barthes).

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