Platón - Menéxeno
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Menéxeno ( Μενέξενος : Menéksenos) es un diálogo socrático de Platón tradicionalmente incluido en la séptima tetralogía. Los personajes son Sócrates y Menéxeno. Consiste principalmente en un largo discurso fúnebre que satiriza el famoso discurso de Pericles que recoge Tucídides en su Historia de la Guerra del Peloponeso. Por ello, Menéxeno es un diálogo único de entre toda la serie de diálogos de Platón, puesto que aquí el diálogo sirve como forma de exposición del discurso. Por este motivo, posiblemente, es por lo que Menéxeno ha caído en algunas sospechas de ilegitimidad.
Platón
o la oración fúnebre
Obras completas de Platón: Diálogos socráticos - 10
ePub r1.1
Proyecto Scriptorium 09.01.15
Título original: Μενέξενος
Platón, ca. 390 a. C.
Traducción: Patricio de Azcárate
Diseño de cubierta: Aquila
Ilustración de cubierta: Discurso fúnebre de Pericles, de Philipp von Foltz, 1853
Revisión de erratas: Un_Tal_Lucas
Editor digital: Titivillus
Texto basado en el de las «Obras completas» de Platón
ePub base r1.2
[1] Pirrón de Elis, filósofo escéptico. (N. de Ana Pérez Vega [APV])
[2] La más célebre entre las mujeres célebres de Grecia; originaria de Mileto, hija de Axíoco. Se la llamaba algunas veces Ἥρα [Hera], como se llamaba a Pericles Ὀλύμπιος [el Olímpico]; muy versada en la retórica y en la política que parece haber enseñado a Pericles y a Sócrates. Cf. Aspasia. (N. del T.)
[3] Véase el elogio que de este hace Tucídides, 8, 68. (N. del T.)
[4] Véase la descripción que de esta ceremonia hace Tucídides. 2, 34, trad. Gail. (N. del T.)
[5] Heródoto, VIII 55. (N. del T.)
[6] Platón, Leyes 3. (N. del T.)
[7] Véase el libro III de las Leyes, donde Platón reprende la conducta de los de Argos. (N. del T.)
[8] Tucídides. I, 100. (N. del T.)
[9] Tucídides. I, 94. (N. del T.)
[10] Tucídides. I, 104. (N. del T.)
[11] Ciudad de Beocia. (N. del T.)
[12] Otra ciudad de Beocia. (N. del T.)
[13] Tucídides, lib. VI y VII. (N. del T.)
[14] Tucídides. VIII, 18. (N. del T.)
[15] Ciudad de la isla de Lesbos. (N. del T.)
[16] En los honores que se hacían a los guerreros muertos, se llevaba una cama vacía que representaba los cuerpos que no habían sido encontrados. (N. del T.)
[17] La paz de Antálcidas tuvo lugar tres años después de la muerte de Sócrates. Este anacronismo no prueba nada contra la autoridad del Menéxeno, porque, según Cousin, se encuentran otros en diálogos incontestablemente auténticos. (N. del T.)
Paz ignominiosa del espartano Antálcidas con Artajerjes II Memnón. (N. de APV)
[18] Batalla de Lequeo, 391 a. C. (N. de APV)
He aquí, entre dos diálogos de algunas líneas, un discurso de algunas páginas. Este discurso es una oración fúnebre por los ciudadanos muertos en los combates. Comprende dos partes de desigual extensión. La primera, que es la más larga, es un elogio; la segunda una exhortación. El elogio es completo. El suelo mismo de la Ática, donde, como los árboles, la cebada y el trigo, han nacido los hombres que la habitan; el Estado que no admite diferentes órdenes de ciudadanos, y que, ya se trate de cargos públicos, ya de honores, no da la preferencia al más rico, sino al más virtuoso; la guerra, en fin, la guerra sobre todo, emprendida siempre para la defensa de la libertad contra los bárbaros cuando invadieron la Grecia, y contra los griegos mismos cuando quisieron oprimir a sus hermanos, todo es aquí alabado y glorificado. La historia de las luchas de la república es la historia de un largo, infatigable y cariñoso culto a la nación griega, iba a decir a la humanidad; y si Atenas no ha sido siempre victoriosa, ha merecido serlo.
La exhortación se dirige a los hijos de los que han sucumbido en la última guerra, a sus padres, a sus madres y a sus abuelos. Que los hijos aprendan de estos ilustres muertos que vale cien veces más morir con honor, que morir en la deshonra, y que su constante ambición sea añadir gloria a la gloria que se les ha legado, porque engalanarse con la virtud ajena, y no con la suya propia, es una cobardía. Que los padres, las madres y los abuelos no se entreguen al sentimiento y a las lágrimas; sus hijos han muerto como bravos, y su memoria no perecerá jamás. La república les prestará el apoyo que han perdido. Ya saben que la república educa a los hijos que no tienen padre, y alimenta a los padres que no tienen ya hijos.
Algunas frases cambiadas al principio y al fin entre Sócrates y Menéxeno, parecen marcar el objeto de esta oración fúnebre.
O yo me engaño mucho, o este objeto no es muy formal. Menéxeno declara a Sócrates que viene del senado, y que, debiéndose designar el orador que habrá de pronunciar el elogio de los guerreros muertos en el campo de batalla, había sido aplazada la elección. Y como manifestara gran interés por esta clase de discursos, Sócrates, como en tono de zumba, le dice: —¿Tan difícil es alabar a los atenienses delante de los atenienses? Y Menéxeno reta a Sócrates, y este pronuncia una oración fúnebre, que finge haber aprendido de Aspasia, que la había compuesto.
Tentado me sentiría a no ver en el Menéxeno otra cosa que un juego del espíritu, o más bien, si puede decirse así, un juego de elocuencia. Nada indica la intención de dar en un ejemplo una lección de retórica; pero tampoco me atrevo a echarme a adivinarlo. Si la exhortación es muy bella, la primera parte es incontestablemente muy inferior. En esta los atenienses son alabados por sus hechos, cosa excelente, pero los hechos son extrañamente desnaturalizados. Toda esta historia de las guerras de los atenienses contra los demás pueblos griegos es una fábula, y todo este elogio una adulación.
¿Pero Platón ha podido burlarse así, adulando de esta manera? Quizá. Nada tendría esto de inverosímil, si el Menéxeno correspondiera a sus primeros ensayos. Desgraciadamente es posterior a la muerte de Sócrates, por consiguiente a la composición del Fedro. Observad que si el Menéxeno es una crítica, la dificultad es más grande aún, porque es una crítica bien débil, cotejada con la del Fedro.
Si he de hablar claramente, salva la cita de Aristóteles, no dudaría en negar la autenticidad de Menéxeno. ¿Es Sócrates, es Platón, el que ha podido hacer sinceramente el elogio de Atenas? ¿Y qué decís de estos pasajes que parecen copiados del tercer libro de las Leyes? ¿Además qué significan otros tantos motivos de duda suscitados por la crítica alemana?
Si tengo en cuenta a Aristóteles, digo con Cousin: sí, Platón es el autor del Menéxeno. Si leo el diálogo, digo con otros: no, Platón no es el autor del Menéxeno; y si comparo estas dos autoridades, repito las palabras de Pirrón: yo no decido nada.
SÓCRATES — MENÉXENO
SÓCRATES. —¿Vienes, Menéxeno, de la plaza pública o de algún otro punto?
MENÉXENO. —De la plaza pública, Sócrates; en este momento he dejado la asamblea.
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