Platón - Platón II
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Traducción y notas de
FRANCISCO LISI
NOTA DE TRADUCCIÓN
La presente traducción sigue, en general, la edición de J. Burnet, Platonis Opera, Oxford, 1902.
TIMEO, CRITIAS, SÓCRATES, HERMÓCRATES
TIMEO —Contento, Sócrates, como si descansara de un gran camino, me despido ahora con alegría de la travesía del discurso. Al dios que en la realidad nació hace mucho tiempo, mas acaba de hacerlo en nuestro relato, Entonces, para que, b en lo que resta, nuestros discursos acerca de los dioses sean correctos, le pedimos que nos dé la ciencia como el más perfecto y el mejor de los remedios. Después de estos ruegos, dejamos a Critias, según lo acordado, el discurso siguiente.
CRITIAS —Bien, Timeo, lo acepto, pero también haré como tú al c principio, cuando pediste excusas porque ibas a hablar de temas importantes. Solicitaré lo mismo ahora y creo que merezco obtener una indulgencia aún mayor en los temas que he de tratar. Aunque estoy prácticamente seguro de que voy a hacer una petición pretenciosa y más descortés de lo debido, es preciso que la haga. Pues, ¿quién se atrevería a afirmar con cordura que tu exposición no ha sido acertada? Sin embargo, yo, de alguna manera, debo intentar demostrar que, por ser más difícil, lo que voy a tratar requiere una benevolencia mayor. Ciertamente, Timeo, cuando se dice a los hombres algo acerca de los dioses b es más fácil dar la impresión de hablar con suficiencia que cuando se nos habla sobre los mortales. En los temas ignorados por el auditorio, su inexperiencia y su completa ignorancia en ese campo facilita enormemente la tarea al que va a exponer algo acerca de ellos. Sabemos que tal es nuestra disposición respecto de los dioses. Acompañadme en el siguiente razonamiento para que os muestre con mayor evidencia lo que quiero decir. Todo lo que decimos es, necesariamente, pienso, una c imitación y representación. Consideremos la representación pictórica de cuerpos divinos y humanos desde la perspectiva de su facilidad o dificultad para dar a los espectadores la impresión de una imitación correcta y veremos que en el caso de la tierra, las montañas, los ríos, el bosque, todo el cielo y todo lo que se encuentra y se mueve en él, en primer lugar, nos agrada si alguien es capaz de imitar algo con un poco de exactitud. Además, como no sabemos nada preciso acerca de ellos, ni investigamos ni ponemos a prueba lo pintado, nos valemos de un d esbozo impreciso y engañoso. Contrariamente, cuando alguien intenta retratar nuestros cuerpos, como percibimos claramente lo deficiente a causa de la continua familiaridad de nuestra percepción, nos volvemos duros jueces del que no ha logrado una semejanza total. Es necesario comprender que lo mismo sucede con los discursos: que nos agradan los temas celestes y divinos, incluso cuando son expuestos con escasa verosimilitud, pero que analizamos minuciosamente los mortales y humanos. Respecto de lo que vamos a exponer ahora sin preparación e alguna, hay que perdonarnos si no podemos reproducir exactamente lo apropiado, pues debemos pensar que no es fácil, sino difícil, representar a los mortales de manera adecuada a la opinión de los otros. Digo todo esto, Sócrates, porque quiero advertíroslo y pediros no menos indulgencia, sino más en lo que expondré a continuación. Si os parece que solicito el presente con justicia, dádmelo de buen grado.
SÓCRATES —¿Por qué no íbamos a dártelo, Critias? También al tercero, Hermócrates, otorguémosle lo mismo, pues evidentemente, b dentro de poco, cuando le toque hablar, lo solicitará como vosotros. Para que comience de otra manera y no se vea obligado a repetir, hable en ese momento convencido de que ya dispone de nuestra indulgencia. Mas a ti, querido Critias, te haré conocer antes el pensamiento del público: el poeta anterior ha logrado ante él muy alta consideración, de manera que necesitarás mucha indulgencia si quieres tomar el relevo.
HERMÓCRATES —Me prometes lo mismo que a éste, Sócrates. Mas c hombres sin valor nunca alcanzaron una victoria, Critias. Por tanto debes abordar la exposición con valentía y, después de invocar al Peán y a las Musas, mostrar y celebrar a los antiguos ciudadanos en su bondad.
CRIT. —Como estás en las filas posteriores, querido Hermócrates, y tienes a otro por delante, eres aún valiente. Dentro de poco se te hará evidente cómo es esto. Pero debo obedecerte cuando me consuelas y das ánimo e invocar, junto a los dioses que mencionaste, a los restantes d y, especialmente, a Mnemósine porque casi todo lo esencial de nuestro discurso se encuentra en el dominio de esta diosa; pues si recordamos suficientemente y proclamamos lo que dijeron una vez los sacerdotes y Solón trajo aquí, casi tengo la certeza de que este público será de la opinión de que hemos cumplido adecuadamente lo que es debido. Debo hacerlo ya y no dudar más aún.
»Ante todo recordemos que el total de años transcurridos desde que e se dice que estalló la guerra entre los que habitaban más allá de las columnas de Heracles y todos los que poblaban las zonas interiores, es de nueve mil; ahora debemos narrarla en detalle. Se decía que esta ciudad mandaba a estos últimos y que luchó toda la guerra. A la cabeza de los otros estaban los reyes de la isla de Atlántida, de la que dijimos que era en un tiempo mayor que Libia y Asia, pero que ahora, hundida por terremotos, impide el paso, como una ciénaga intransitable, a los que navegan de allí al océano, de modo que ya no la pueden atravesar. En su desarrollo, la exposición del relato mostrará singularmente en cada caso lo que corresponde a los muchos pueblos bárbaros y a las razas helenas de entonces. Pero es necesario exponer al principio, en primer lugar, lo concerniente a los atenienses de aquel entonces y a los enemigos con los que lucharon, las fuerzas de guerra de cada uno y sus formas de organización política. De éstas, hay que preferir hablar antes de las de esta ciudad.
»En una ocasión, los dioses distribuyeron entre sí las regiones de b toda la tierra por medio de la suerte, sin disputa; pues no sería correcto afirmar que ignoraban lo que convenía a cada uno ni, tampoco, que, a pesar de saberlo, intentaban apropiarse unos y otros de lo más conveniente a los restantes por medio de rencillas. Una vez que cada uno obtuvo lo que le agradaba a través de las suertes de la justicia, poblaron las regiones y, después de poblarlas, nos criaban como sus rebaños y animales, como los pastores hacen con el ganado, sólo que no violentaban c cuerpos con cuerpos, como los pastores apacientan las manadas a golpes, sino como es más fácil de manejar un animal: dirigían desde la proa. Actuaban sobre el alma por medio de la convicción como si fuera un timón, según su propia intención, y así conducían y gobernaban todo ser mortal. Mientras los otros dioses recibieron en suerte las restantes regiones y las ordenaron, Hefesto y Atenea, por su naturaleza común, su hermana por provenir del mismo padre y porque por amor a la sabiduría y a la ciencia se dedicaban a lo mismo, recibieron ambos d esta región como única parcela, apropiada y útil a la virtud y a la inteligencia por naturaleza, implantaron hombres buenos, aborígenes, e introdujeron el orden constitucional en su raciocinio. y la mayoría de los restantes anteriores a b Teseo de los que hay recuerdo. Lo mismo sucedía en el caso de las mujeres. Además, el aspecto de la estatua de la diosa: que los de entonces la representaran con una imagen armada según aquella costumbre que hacía cumplir las mismas funciones en la guerra a las mujeres y a los hombres es una demostración de que todos los miembros de un c rebaño, hembras y machos, están en condiciones, por naturaleza, de practicar en común la virtud correspondiente a cada clase.
»En aquel tiempo, los restantes ciudadanos habitaban en esta región dedicados a la artesanía y al cultivo de la tierra, y los guerreros, a los que desde el comienzo habían separado hombres divinos,, pues todos esos años transcurrieron desde esa época hasta hoy, lo que se desliza desde las alturas en los procesos que tienen lugar en estos tiempos no se apila, como en otros lugares, en un montículo digno de mención, sino que fluye siempre en círculo y desaparece en la profundidad. En comparación con lo que había entonces, lo de ahora ha quedado, tal como sucede en las pequeñas islas, semejante a los huesos de un cuerpo enfermo, ya que se ha erosionado la parte gorda y débil de la tierra y ha quedado sólo el cuerpo pelado de la región. Entonces, cuando aún no se había desgastado, c tenía montañas coronadas de tierra y las llanuras que ahora se dicen de suelo rocoso estaban cubiertas de tierra fértil. En sus montañas había grandes bosques de los que persisten signos visibles, pues en las montañas que ahora sólo tienen alimento para las abejas se talaban árboles no hace mucho tiempo para techar las construcciones más importantes cuyos techos todavía se conservan. Había otros muchos altos árboles útiles y la zona producía muchísimo pienso para el ganado. d Además, gozaba anualmente del agua de Zeus, sin perderla, como sucede en el presente que fluye del suelo desnudo al mar; sino que, al tener mucha tierra y albergar el agua en ella, almacenándola en diversos lugares con la tierra arcillosa que servía de retén y enviando el agua absorbida de las alturas a las cavidades, proporcionaba abundantes fuentes de manantiales y ríos, de las que los lugares sagrados que perduran hoy en las fuentes de antaño son signos de que nuestras afirmaciones actuales son verdaderas.
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