Rafael Barrett - El dolor paraguayo
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- Libro:El dolor paraguayo
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1911
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El dolor paraguayo: resumen, descripción y anotación
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RAFAEL BARRETT (1876-1910) «fue hombre de pensamiento, de sentimiento y de acción. Hombre bueno, honrado y heroico, huésped de un país extranjero, adoptó su dolor y su yo acuso, si cabe más valiente que el otro. Y como escritor, produciendo en las más tristes e inverosímiles condiciones, en el torbellino del periodismo diario, sin tiempo, sin salud, supo dar a sus producciones una densidad intelectual tan fuerte, y al mismo tiempo un calor tan poderoso de humanidad, que ha conseguido sintetizar una de las más puras y bien ligadas aleaciones de inteligencia y de sentimiento».
CARLOS VAZ FERREIRA
Rafael Barrett
ePub r1.0
Titivillus 04.09.17
Rafael Barrett, 1911
Prólogo: Augusto Roa Bastos
Compilación y notas: Miguel A. Fernández
Cronología: Alberto-Sato
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
DESCUBRIDOR DE LA REALIDAD SOCIAL DEL PARAGUAY
Reflexionar y escribir sobre Rafael Barrett, sobre la enorme y profunda experiencia que representó —y representa— el conjunto de su vida y de su obra en el proceso cultural de un pueblo material y espiritualmente devastado como el Paraguay por arrasadoras vicisitudes históricas, es hoy una tarea al par que difícil cada vez más urgente y necesaria. Dar a conocer sus textos, difundirlos, es no solamente una tarea de rescate de una de las obras más lúcidas e incitadoras que se escribieron en el Paraguay —y que quedó prácticamente desconocida por las nuevas generaciones—; es también contribuir a replantear, desde un punto de partida insoslayable, los problemas sociales y culturales de base que afronta esta colectividad y, por extensión, los del sector de la cuenca del Plata, uno de los sectores más conflictivos en la convulsionada realidad de nuestra América.
Rafael Barrett fue un precursor en todos los sentidos. Su extraña a la vez que transparente vida, malograda prematuramente en la plenitud de sus mejores potencias, luego de la también extraña y fulminante «conversión» del dandy europeo al predicador del pensamiento libertario y de las modernas ideas de liberación, en el seno de una sociedad esclavizada social y políticamente, la tornan paradigmática en un contexto lleno de fracturas, asincronías y fallas de todo orden como consecuencia de la dominación y de la dependencia, causas de nuestro atraso y subdesarrollo. Su camino de Damasco fue éste: su contacto con América y con el Paraguay, en particular.
Rafael Barrett fue un precursor, no sólo en el sentido del que precede y va adelante de sus contemporáneos, sino también en el del que profesa y enseña ideas y doctrinas que se adelantan a su tiempo.
En la noche del infortunio paraguayo, la vida y obra de Barrett fue un meteoro que resplandeció, por desdicha, sólo un corto instante. Un resplandor, sin embargo, que proyectó vislumbres futuras: las que hoy tienen plena vigencia. De su horizonte se puede decir que era «el mismo suelo que pisaba». Contra ese horizonte se yergue ahora su figura como la de un contemporáneo; se dibuja su ideario fervoroso e insobornable. Este ideario al que el futuro dio la razón, al tiempo de hacer de su vida y de su obra una parte —la más lúcida y firme— de nuestro pasado pero también de nuestro presente y de nuestro porvenir. Y esto no sólo con relación al Paraguay feudalizado, aplastado, colonizado, sino a toda nuestra América.
Más que un predicador político o un moralista práctico que predicó con su acción y con su obra, fue un rebelde visionario, un obrero infatigable de ese afán redencionista que marcó su alma a fuego y la volvió incandescente: uno de esos «espíritus dehiscentes como semillas», abierto al futuro en una obra en la que no hay nada que adivinar y sí todo por aprender, «Es por la obra que nos ponemos en contacto con la esfinge —dijo el propio Barrett—. No es seguramente como espectadores que descifraremos el enigma de la realidad, sino como actores».
Y también: «El mayor problema filosófico es reconciliamos con la muerte, y quizás lo resolvamos mediante la obra. No somos sino el vehículo de las formas. No se comunica sino lo que es común a todos. No somos los dueños sino los depositarios de la vida. Por eso el amor es una deuda, y está hecho de sacrificio. No nos entregamos solamente, sino que nos devolvemos».
Tal fue la persuasión más profunda, la actitud, la actividad y el legado de Rafael Barrett.
RADIUM ESPIRITUAL
Casi toda su obra fue producida como artículos, notas, comentarios y alguno que otro ensayo, alguna que otra conferencia para la prensa periódica o para auditorios no siempre dispuestos a calar, a recibir con entusiasmo fértil estos mensajes. Sin embargo, esta obra tiene la consistencia y coherencia de un corpus que un pensamiento poderoso hubiese forjado a lo largo de una extensa vida. De esta obra, de estas crónicas, dijo Vaz Ferreira: «Son de las más hermosas y puras y ardientes condensaciones de pensamiento y sentimiento de hombre: como radium espiritual».
Su faena —con palabras de Martí— fue «arte de fragua y de caverna, que se riega con sangre y hace una víctima de cada triunfador». Alumbró en las tinieblas de una noche demasiado larga la memoria o el presentimiento no demasiado utópico, en el que el sol de todos los días alumbrara por fin para todos esa pobre, esa inerme, esa inextinguible posesión de la dignidad humana cuya plenitud no adviene más que cuando se la comparte en la comunión y en la solidaridad.
Por supuesto, en esta vida y en esta obra no faltaron las contradicciones. ¿Qué grande hombre no las tiene, más aún en el seno de una sociedad desestructurada y contradictoria? Barrett que adoptó el «dolor paraguayo», además de los suyos personales y secretos, hizo de ambos un territorio común sobre el cual no podía caminar sino con los pies desnudos, con el alma desnuda, con todas las virtudes y todos los defectos del hombre. Aunque hay que decir, en mérito a la verdad de Barrett, que estos posibles defectos, incluso el de la posibilidad del orgullo intelectual, fueron prontamente calcinados en ese fuego que los consumió en poco tiempo; ese fuego en que el yo, trascendido y entregado desde adentro, se convierte en humanidad; ese yo que bajó hasta los postrados a quienes enseñó a recoger su vida y a encaminarse hacia el porvenir.
¿Qué responder a los que nos piden lo imposible, a los que de nada se extrañan?, se preguntaría Barrett con la transida pregunta que mucho más tarde se harían Breton y Eluard: Los goznes de pan cierran las puertas del hambre, el buen tiempo cierra las prisiones. Es siempre. Es nunca. Los seres posibles interrogan a los seres probables ya sin padres ni madres.
La vida y la obra de Barrett son un intento de responder a estas preguntas de los postrados, de los que nos piden lo imposible, de los sin pan y de las muchas prisiones. Y esta tentativa —contra el «siempre» y el «nunca»— ha llegado hasta hoy, hasta nosotros, con la madurez de los frutos del tiempo.
No es casual que su primer libro publicado se titule Moralidades actuales. En uno de sus artículos, precisamente, conmina admonitoriamente a que no digamos que el hijo reproduce al padre. «No pronunciéis esta frase cruel y necia: nos heredamos, nos reproducimos, somos los de antes. Blasfemia profunda que hace de la humanidad espectros y no hombres».
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