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Rafael Barrett - Cartas íntimas

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Rafael Barrett Cartas íntimas
  • Libro:
    Cartas íntimas
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1967
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Con la publicación de las Cartas íntimas se completa según creemos el ciclo - photo 1

Con la publicación de las «Cartas íntimas» se completa, según creemos, el ciclo de obras de Rafael Barrett y se nos permite además, hacer atisbos fecundos sobre aspectos desconocidos de su personalidad.

Ellas están dirigidas, en casi su totalidad a su esposa, doña Francisca López Maíz de Barrett, desde el 17 de abril de 1906 hasta el 13 de diciembre de 1910, cuatro días antes de su fallecimiento. Este breve período de vida de Barrett, sin duda el más rico, se desarrolla en Asunción, la zona fronteriza brasileña a donde llegó expulsado de Paraguay, Montevideo, nuevamente Paraguay, París y, finalmente, Arcachón.

Barrett que, en definitiva, como escritor y como hombre de acción, es un moralista, muestra su propia intimidad. Y entonces nosotros, o nuestra sociedad muchas veces herida por sus armas de creador y de luchador, nos podemos preguntar: ¿Tenía autoridad, autoridad íntima para moralizar como lo hizo?

Rafael Barrett Cartas íntimas Con notas de su viuda Francisca López Maíz de - photo 2

Rafael Barrett

Cartas íntimas

Con notas de su viuda, Francisca López Maíz de Barrett

ePub r1.0

Titivillus 30.09.17

Rafael Barrett, 1967

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

PRÓLOGO Según las noticias concretas que nos da su viuda Rafael Barrett nació - photo 3

PRÓLOGO

Según las noticias concretas que nos da su viuda, Rafael Barrett nació en un peñón del Mar Cantábrico, cercanías de Santander, siendo su padre el súbdito inglés D. Jorge Barrett y su madre doña Carmen Álvarez de Toledo, bajo la bandera de la nacionalidad de su padre.

Rafael recibió una «esmerada educación» y, amén de viajes y estudios por Europa, obtuvo su título de Agrimensor en España. Su amor por el arte, su afición por la pintura y la música, su cultura humanística extensa y sus sólidos conocimientos matemáticos proceden de su vasta y cuidadosa formación juvenil.

En los comienzos del siglo, irrumpe Barrett en los círculos aristocráticos e intelectuales del Madrid de la decadencia, que se aferraba a las fórmulas opulentas y convencionales de una sociabilidad perimida.

Aunque sólo quedan indicios apenas perceptibles, de muy difícil rastreo, es muy probable que ya Barrett escribiese, sobre todo si se tiene en cuenta que fueron sus amigos Ramiro de Maeztu y Valle Inclán, poco dados a cultivar amistad de señoritos indoctos. Ramiro de Maeztu dejó un retrato admirativo del joven Rafael y se sabe, por el testimonio de la viuda de Barrett, que el autor de los «Esperpentos» buscó infructuosamente a éste en América, yendo expresamente a Asunción con este propósito.

Pero Barrett era en Madrid, pese a su cultura, pese quizás, algunos ensayos literarios, fundamentalmente un señorito: «Joven de porte y de belleza inolvidables», como dice Maeztu, frecuentaba los círculos de la holganza dorada, dilapidando los duros que, según su retratista, había traído de provincias. Dado al manejo de armas, a la elegancia displicente, un día un señorón de la aristocracia lo acusa de homosexualidad y el futuro maestro irrumpe en el foyer de un teatro con un látigo, cobrándose con él la infamante calumnia y cobrándole un asco irreconciliable a aquella sociedad claudicante que para él resumió para siempre el concepto anquilosado de sociedad. «Las cosas malas de otros tiempos» que ha de evocar en su agonía son esas peripecias de un alma vibrante que no encuentra su lugar en un mundo, que entre sus oropeles de lujo, se está muriendo de podredumbre.

Nada en la documentación explica la razón de su viaje a América, donde ya llegaban por centenares de miles los españoles, unos empujados por la miseria, y otros, los mejores, (aunque los menos adaptables a las enérgicas exigencias del nuevo mundo por hacerse), arrojados para siempre del seno de una sociedad hundida en una inmensa crisis.

Helo a Barrett instalado en Buenos Aires, en 1903. Por ese entonces la capital argentina, impulsada por el inmenso desarrollo de su ganadería y de sus cereales, que alimentan al mundo, y conducida de la mano del Imperio Británico que se afirmaba en estas latitudes, ha dejado de ser la gran aldea, para ser la Gran capital floreciente y lujosa de una oligarquía feliz. Grandes diarios, un centro abigarrado que quiere imitar a Paris, un proletariado naciente de gringos relegados, una juventud dorada que se siente el centro del mundo. Y Barrett, que quiere olvidar «las cosas malas», quiere vivir de su pluma, la gran obsesión trágica de su vida, como lo hacen ya tantos artesanos y artífices en el mismo momento. «El Diario Español» le brinda sus columnas; allí escribe. Pero prontamente un resentimiento cualquiera con su propietario lo aleja de su primera tribuna americana.

Todos sus sueños de encontrar en el nuevo mundo un sitio para el nuevo hombre que le ha nacido en su alma, se aplazan, Y Barrett se aleja de un Buenos Aires que nunca quiso, que le disgustó con su pujanza ostentosa y un tanto ordinaria y de un pueblo que apenas entrevió, pero al que supo querer y entender.

Quién sabe por qué secretísima e imponderable razón del corazón, el futuro autor de «El Dolor Paraguayo» remonta el Paraná y se instala en Asunción, en el centro mismo de América, tan lejos de los mares que podían complacer las nostalgias de su alma cantábrica, y tan lejos de los centros urbanos e importantes que podrían traerle recuerdos de las urbes de su Europa.

Está en Asunción, en 1904, entre cándida gente que habla todavía de su guerra nacional, como si se oyesen los cascos de los caballos guerreros y los sollozos de las mujeres desgarradas. Frecuenta círculos sociales, se emplea como Secretario del Ferrocarril, reemprende su labor de periodista, colaborando en «Los Sucesos» y «La Tarde». En abril de 1906 contrae matrimonio con doña Francisca López Maíz, de rancia estirpe, sobrina del Padre Fidel Maíz, de quien nacerá su hijo Alex.

De pronto renuncia a su empleo; no tolera la explotación de los obreros que él debe, por lo menos, contemplar. Renuncia al ejercicio de su profesión de agrimensor. Y, alegre, gozosamente, le propone a su mujer compartir la inmensa pobreza y la inseguridad de vivir sólo de la pluma. ¡De nuevo la pluma, único y orgulloso sustentáculo de su vida!

Ya sumergido en sus ideas anarquistas, pronuncia conferencias filosófico-sociales sobre su ideario, se vincula espiritualmente con Bertotto, un joven anarquista argentino con quien funda la hoja ácrata «Germinal» y con la escasa gente avanzada de aquellas latitudes y tiempos, (algunos hombres de estudio, ciertos buenos liberales a quienes respeta y quiere) y en los avatares de una de las tantas revoluciones paraguayas se juega entero con su relampagueante coraje, entrando en la línea de fuego sin armas para salvar de una muerte despiadada a los heridos que allí yacen. Persecución, cárcel: Ya está tuberculoso, ya lo sabe, ya siente el temblor frío y obstinado del mal que le aprieta las sienes.

La dictadura de Jara lo destierra a Brasil, en el estado fronterizo de aquel país, al que apenas entrevé, pero que adivina en sus largas miradas. Busca desesperado un empleo, para levantar su hogar y traer a su mujer y su hijo. Amigos, ayudas, mientras que en Asunción doña Francisca en su nombre entabla querella invocando el hecho de que su esposo nació bajo bandera inglesa para obtener protección. Al fin, un largo viaje en barco que le da la ocasión de pasar por Asunción y abrazar a su Panchita y a su hijo y le deposita finalmente en Montevideo. Estamos en 1808, bajo la Presidencia de Williman, y ya nuestra ciudad tiene este aire ubre y universal que es su esencia. Era la hora en que ser escritor y hombre de izquierda eran casi sinónimos, y que en el aire político de la ciudad y el país se respiraba la más honda y comprensiva tolerancia para las ideas de los hombres.

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