Rafael Argullol - Maldita perfección
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- Libro:Maldita perfección
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2013
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Maldita perfección: resumen, descripción y anotación
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Este nuevo libro de Rafael Argullol, como su subtítulo apunta, es un ensayo en torno «al sacrificio y la celebración de la belleza». Preocupado desde siempre por las relaciones entre el hombre y la indagación artística en cualquiera de sus disciplinas como una vía hacia el conocimiento, nos propone esta vez un viaje a través de veintidós estaciones, en las que nos encontraremos, entre otros personajes y lugares, a Miguel Ángel, Honoré de Balzac, Goethe, Lucrecio, Dante, Thomas Mann, Victor Hugo, Montaigne, Shakespeare, Durero, Picasso, Nietzsche, Rilke, Dostoievski, Mantegna, la Cappella Sansevero, la nave Soyuz, la piedra del escultor, lo espectral, las montañas o el silencio. Un libro lleno de ecos convocados con sabiduría por uno de nuestros escritores más brillantes.
Rafael Argullol
Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza
ePub r1.1
Titivillus 29.07.16
Rafael Argullol, 2013
En la cubierta: Ala de una carraca (c. 1512), de Durero
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Para Frederic Amat y Estela Robles
RAFAEL ARGULLOL (Barcelona, 1949). Poeta, novelista y ensayista español. Se licenció y doctoró en Estética en la Universidad Central de su ciudad natal. Impartió clases en las Universidades de Roma y Berkeley, y desde 1988 fue profesor de Estética en la Universidad Central de Barcelona, centro en el que ejerció como catedrático.
Entre su extensa producción se encuentran los libros de poemas Disturbios del conocimiento (1980) y Duelo en el valle de la Muerte (1984). De sus novelas destacan Lampedusa (1981) y El asalto del cielo (1986), cuyo protagonista emprende un viaje iniciático marcado por el descenso existencial a los infiernos, así como por una irrenunciable exigencia de belleza, que es un tema recurrente del autor. En 1989 se publicó Desciende, río invisible, novela centrada en una ciudad inmovilizada, que queda atrapada en un invisible estado de sitio. En 1993 le fue concedido el Premio Nadal de novela por La razón del mal, una obra de corte alegórico en la que subyace una reflexión sobre el mal y sobre la lucha humana entre la memoria y el olvido.
Destacado pensador, entre sus ensayos deben citarse El Quattrocento (1982), La atracción del abismo (1983), El héroe y el único (1984), que propone una reflexión sobre el Romanticismo, planteado como una concepción trágica del hombre moderno, Tres miradas sobre el arte (1985), Territorio del nómada (1988), El fin del mundo como obra de arte (1991), El cansancio de Occidente, escrito en colaboración con el filósofo y ensayista Eugenio Trías (1992) y Sabiduría de la ilusión (1994).
En 1998 apareció Transeuropa, en la que introduce una reflexión sobre la Europa actual a través de un viaje que realiza el protagonista por Europa, de extremo a extremo, desde la Península Ibérica hasta Rusia. En 1999 publicó El afilador de cuchillos, donde se funden la historia y la memoria personal del siglo XX, y en marzo del siguiente año salió su ensayo Aventura. Una filosofía nómada. Con Una educación sensorial. Historia personal del desnudo femenino en la pintura obtuvo el I Premio de Ensayo convocado por la Casa de América y el Fondo de Cultura Económica. En 2003 reunió un puñado de artículos periodísticos en Manifiesto contra la servidumbre. Al año siguiente publicó El puente de fuego, donde describe las experiencias vividas en sus viajes, y Del Ganges al Mediterráneo, que recoge sus conversaciones con el pensador indio Vidya Nivas Mishra.
«Conócete a ti mismo»: una vieja máxima cuyo prestigio ha perdurado, intacto, a través de los siglos. Nadie se atrevería a dudar de que ésta es, o debería ser, una de las mayores metas del hombre, si no la mayor, y así lo han recogido los sucesivos pensamientos filosóficos. Incluso cuando modernamente algunos han invertido la fórmula no han dejado, en el fondo, de corroborarla: «Huye de ti mismo» es otra forma de expresar el deseo de conocerse. Nadie, sin embargo, ha defendido que la sabiduría pudiera alcanzarse a través de lo que se insinúa en una frase como «Refléjate a ti mismo». Conocerse y reflejarse parecen soportarse mal mutuamente, con rumbos que marchan en direcciones opuestas, uno hacia el interior y el otro hacia el exterior. ¿Pueden realmente conciliarse ambos impulsos?
La literatura nos da la pauta cuando los escritores hablan de ellos mismos, lo cual, elípticamente o no, sucede con frecuencia. Para ser más estrictos podemos circunscribirnos a la llamada literatura autobiográfica, con su complejo archipiélago de confesiones, memorias, misceláneas y diarios. ¿Qué poder de conocimiento propio albergan? Lo más probable es que pongamos esta pregunta en relación con su grado de espontaneidad, de sinceridad, de veracidad. En definitiva: de autenticidad. La respuesta es difícil porque entraña el problema de si la autenticidad no implica necesariamente la ficción, del mismo modo que el recuerdo está siempre determinado por la fuerza transfiguradora de la imaginación. Nuestra verdad supone, en todos los casos, el mito que hemos forjado acerca de nosotros mismos. Sea como fuere, partiendo de esta premisa, pueden aventurarse ciertas conclusiones acerca de la escritura autobiográfica.
Me atrevería a decir que la mayor dosis de autenticidad la poseen aquellos textos que han llegado a nosotros por obra del azar, de los albaceas o de los eruditos, independientemente de la voluntad de quienes los escribieron. La escritura exige siempre una premeditación —pues de lo contrario no existiría tal escritura—, pero me refiero, en este grupo, a textos que no han sido escritos premeditadamente para ser publicados. Abruptas anotaciones, expresiones de un estado del espíritu que obliga a vomitar sin cálculos ni estrategias «artísticas». Escritura candente desprovista de control formal e ignorante de la posteridad. Otros escritores han exteriorizado su intimidad, sin atender explícitamente a una futura edición pero, al mismo tiempo, obligándose a una construcción estilística que parece prever esta posibilidad.
En este caso la brutal autoconfesión queda mitigada por la voluntad de estilo, si bien esto no anula, desde luego, la autenticidad de tales escritos. Por fin, un tercer grupo integrado en la literatura autobiográfica está compuesto por textos en que lo íntimo del contenido está condicionado por el hecho de que, con toda seguridad, serán sacados a la luz. Nada podemos decir tampoco, de modo general, con respecto a su nivel de autenticidad, dependiendo evidentemente de cada autor. Como quiera que sea, en estos escritos la confesión, el recuerdo o la anotación están dominados por la representación. Ésta puede ser extremadamente sincera pero, por encima de todo, es representación. Y a menudo destinada a una cierta idea de inmortalidad.
Los grandes monumentos de la literatura autobiográfica, desde las Confesiones de San Agustín a los Diarios de Thomas Mann encajan en este último grupo. Sin embargo, su grandeza estriba en que casi nunca encajan totalmente. Son, por así decirlo, páginas mixtas en las que la representación para la eternidad se alterna con latigazos descarnados en los que no ha habido intermediario alguno entre el escritor y la hoja de papel. «Refléjate a ti mismo»: cuando nos reflejamos acostumbramos a mezclar lo que somos con lo que quisiéramos ser, y también con lo que quisiéramos que los otros pensaran que somos. Junto a la violenta expulsión de moléculas de nuestra interioridad recurrimos al juego, a la función, a la fantasía, a los distintos componentes de nuestro mito personal. A veces recurrimos a la hipocresía, pero no necesariamente: simplemente nos reflejamos según nuestros momentos, con sus confianzas e inseguridades, con la cara descubierta y con la máscara. Por eso reflejarse no es exactamente conocerse pero sí, en cambio, significa una fuente de conocimiento.
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