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Eduardo Mendoza - Nueva York

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Eduardo Mendoza Nueva York

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El cielo de Nueva York es un cielo romano racionalista prosaico alejado por - photo 1

El cielo de Nueva York es un cielo romano, racionalista, prosaico, alejado por igual de la sensualidad perfumada del Asia Menor y de las brumas fantasmagóricas del Norte. Bajo este cielo, que invita a callejear a pesar de los rigores del clima, un indio jubilado a quienes todos llaman Jimmy, pero cuyo verdadero nombre es Washakie, como el célebre jefe de los shoshones, explica al autor, en la terraza de una taberna de Jackson Square, que hasta hace poco, en una Nueva York que ya no existe, las luces no se apagaban nunca. Así se inicia un recorrido íntimo, personal, por las calles de una ciudad que irá revelando sin estridencias, fragmentariamente, en el tono crudo y desmitificador de la vida cotidiana, algunos de sus más íntimos secretos.

Eduardo Mendoza Nueva York ePub r10 Sibelius 300913 Eduardo Mendoza - photo 2

Eduardo Mendoza

Nueva York

ePub r1.0

Sibelius30.09.13

Eduardo Mendoza, 1986

Ilustraciones de Alexandre Ferrer

Editor digital: Sibelius

ePub base r1.0

EDUARDO MENDOZA nació en Barcelona en 1943 Ha publicado las novelas La verdad - photo 3

EDUARDO MENDOZA nació en Barcelona en 1943 Ha publicado las novelas La verdad - photo 4

EDUARDO MENDOZA nació en Barcelona en 1943. Ha publicado las novelas La verdad sobre el caso Savolta (1975), que obtuvo el Premio de la Crítica, El misterio de la cripta embrujada (1979), El laberinto de las aceitunas (1982), La ciudad de los prodigios (1986), Premio Ciudad de Barcelona, La isla inaudita (1989), Sin noticias de Gurb (1991), El año del diluvio (1992), Una comedia ligera (1996), por la que obtuvo en París, en 1998, el Premio al Mejor Libro Extranjero, referido además a todo el conjunto de su obra, La aventura del tocador de señoras (2001), Premio al «Libro del Año» del Gremio de Libreros de Madrid, El último trayecto de Horacio Dos (2002), Mauricio o las elecciones primarias (2006), Premio de Novela Fundación José Manuel Lara, y El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008). En colaboración con su hermana Cristina ha escrito Barcelona modernista (1989; Seix Barral, 2003). Es autor de las obras teatrales en catalán Restauració (Seix Barral, 1990; versión en castellano del autor: Restauración, Seix Barral, 1991) y Glòria (versión en castellano del autor: Gloria). En 2010 resultó ganador del Premio Planeta con la novela Riña de gatos. Madrid 1936.

Introducción

Llegué a Nueva York casi por error. Yo había solicitado un puesto en un organismo internacional, concretamente en las Naciones Unidas, en la creencia de que si lo obtenía podría elegir mi lugar de destino. De haber sido así, probablemente habría optado por Ginebra, con la intención, una vez allí, de abrirme paso hacia París o Roma, dos ciudades que entonces, como ahora, me parecían fascinantes por muchas razones. La verdad es que nunca había pensado que en algún momento de mi vida pudiera irme yo a vivir a Nueva York, aunque siempre he sido persona inquieta, propensa a cambiar de residencia y de oficio con cierta periodicidad y a fabular siempre. Pero, como digo, Nueva York no entraba ni en mis planes ni en mis ensoñaciones. Ni siquiera había pensado visitar esa ciudad como viajero. Más aún: antes de pedir y obtener el puesto en las Naciones Unidas a que me acabo de referir, había escrito una novela, que fue publicada posteriormente y en cuyo desenlace el protagonista, falto de medios y de alternativas, emigraba precisamente a Nueva York. Con esto quiero decir que cuando escribí esas páginas Nueva York era para mí un confín del mundo, el símbolo del destierro y el marco idóneo, por consiguiente, para un desenlace triste. Enfrentado sin embargo a los hechos y falto a mi vez si no de medios sí de alternativas que me ofrecieran el aliciente necesario, decidí hacer de tripas corazón, aceptar el trabajo que me ofrecían en Nueva York y procurarme un traslado a otro sitio lo antes posible. En Nueva York no conocía a nadie y mi falta de interés previo había hecho que mi ignorancia respecto de esa ciudad fuera absoluta. Sólo sabía lo que había oído contar y lo que reiteradamente relataba la prensa: historias de crímenes y violencias. Tampoco sabía o sabía de un modo muy superficial que Nueva York estaba atravesando en esas fechas por una crisis financiera sin precedentes.

Llegué por consiguiente a Nueva York con un montón de tópicos por bagaje Si - photo 5

Llegué por consiguiente a Nueva York con un montón de tópicos por bagaje. Si hubiese emprendido el viaje unos años más tarde, estos tópicos, sin dejar de serlo, habrían tenido un signo radicalmente distinto. En los años que siguieron a mi llegada, Nueva York superó la crisis y pasó de ser la escoria de las ciudades a ser la ciudad por antonomasia, la ciudad de moda. Yo tuve oportunidad de ser testigo de esta metamorfosis, pero quien espere encontrar en las páginas que siguen una explicación coherente del fenómeno se verá defraudado de plano: ni sé qué pasó ni sé por qué las cosas tomaron ese sesgo y no otro.

Cuando llegué a Nueva York había barrios en los que sólo habitaban las ratas. Hoy las celebridades de todo el mundo pagan fortunas por adquirir un apartamento en ese mismo sector. Naturalmente, los que previeron esta evolución con tiempo amasaron verdaderas fortunas. Éste no fue mi caso, como es obvio. Si algo tuve, lo dejé perder. La verdad es que lo que ocurría en Nueva York me resultaba indiferente. Durante dos años no tuve otra idea que salir de allí y removí cielos y tierra para conseguir un traslado a Europa. Cuando por fin llegó ese traslado me di cuenta de que no podía dejar Nueva York. Yo fui el primer sorprendido, pero ante la evidencia no me cupo otra solución que renunciar al traslado, quedarme allí y volver la mirada hacia aquella ciudad que de un modo tan inesperado me había atrapado sin que yo me diera cuenta. Pero al mirar la ciudad con otros ojos, con ojos analíticos, por así decir, me di cuenta de que ya era tarde: durante aquellos dos años la ciudad me había ido calando imperceptiblemente y descubrir ahora una ciudad distinta a la que ya llevaba dentro me resultaba imposible. Por eso ahora, enfrentado a la necesidad de describir lo que es o, mejor dicho, lo que fue Nueva York, sólo sé referirme a los colores, los olores, los ruidos y la luz de Nueva York, la gente, las calles, tal o cual atardecer de invierno en la calle 57, un mediodía de verano en Washington Square o una noche de otoño en la Quinta Avenida.

Cuando llegué a Nueva York los coches todavía eran grandes como barcos, aunque la crisis del petróleo ya los había sentenciado inapelablemente. Los periódicos hablaban a diario del caso Watergate y de la guerra de Vietnam. Por la radio se oía cantar a Barbra Streisand una canción cargada de nostalgia: The Way We Were. Thomas Pynchon acababa de publicar Gravity Rainbow y aún se leían las novelas de Nero Wolf. Los que lleguen ahora a Nueva York encontrarán una ciudad muy distinta de la que yo viví y de la que por necesidad describo en estas páginas. Para mí Nueva York sigue siendo la de entonces: la de las calles desiertas y los solares tenebrosos, la de los sobresaltos y las maravillas, aquella ciudad abandonada a su suerte, brutal y desesperada, la de una gente que se daba por satisfecha si conseguía sobrevivir a la noche y no sabía que el vino blanco se bebe frío y el tinto, chambré. Con esto no quiero decir que lo que Nueva York es hoy sea peor. Muy al contrario: todo el valor anecdótico que pudiera tener la crueldad de entonces no compensa el sufrimiento de tanta gente, ni el de una sola persona. Por otra parte, según entiendo, los cambios que se han producido en la ciudad no han mejorado paralelamente la suerte de las víctimas de antaño; éstas simplemente han sido barridas hacia otras zonas y su lugar ha sido ocupado por una burguesía pujante y joven. Este libro sin embargo no se propone tratar de la justicia distributiva. Es difícil hablar de los Estados Unidos hoy sin enzarzarse en diatribas ideológicas acerbas. En este libro procuraré soslayar las ocasiones de incurrir en ello.

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