Eduardo Iáñez - El siglo XX: la nueva literatura
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- Libro:El siglo XX: la nueva literatura
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1993
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El siglo XX: la nueva literatura: resumen, descripción y anotación
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Esta Historia de la Literatura Universal pretende acercarnos a las diversas producciones literarias mediante una exposición clara pero rigurosa de sus correspondientes tradiciones. Habiendo optado por el estudio a través de las literaturas nacionales, al lector se le ofrece, al tiempo que mayor amenidad y variedad, una estructuración más acorde con los criterios de divulgación que presiden la obra. No se olvida, por otra parte, agrupar las diferentes tendencias como, menos aún, insertarlas decididamente en su determinante marco histórico.
Con su generalizada actitud de rechazo de la realidad, los más jóvenes artistas encaran el siglo XX decididos a conseguir, aunque sea con la violencia —no en balde «vanguardia» es un término bélico—, un arte absolutamente novedoso. Pero las raíces de esta violenta expresión artística no se hallan en lo meramente estético, sino que se hunden en una ética que repudia el sistema social vigente y consagra, a grandes rasgos, el divorcio entre la cultura y la sociedad. Esta actitud de exclusivo compromiso con el arte, no obstante, iba a troncarse escasos años después de una decidida toma de postura política por parte de algunos de los más interesados pensadores y artistas del siglo XX.
Eduardo Iáñez
Historia de la literatura universal - 8
ePub r1.1
jaleareal 26.03.17
Título original: El siglo XX: la nueva literatura
Eduardo Iáñez, 1993
Diseño de cubierta: Antonio Ruiz
Editor digital: jaleareal
ePub base r1.2
A mi hijo Luis Eduardo,
en memoria de África
La literatura contemporánea en otros países
Entre finales del siglo pasado y principios del presente, la literatura noruega conoció su gran momento de esplendor. Su difusión por toda Europa se debió fundamentalmente a Ibsen, uno de los grandes dramaturgos contemporáneos —más admirado si cabe en el resto del continente que en su país— y encontró otras dos grandes voces en Bjørnson y en Lie, que junto a otras figuras constituyen el núcleo más brillante de escritores de toda la historia de Noruega.
Henrik Ibsen (1828-1906) nació en el seno de una familia acomodada que vino a menos a raíz de la quiebra del negocio familiar. De joven trabajó como mancebo de una farmacia, en cuya rebotica devoraba periódicos y libros que le animaron a escribir su primer drama, Catilina. Estudió Ibsen en la Universidad de Cristianía, ciudad donde vivió pobremente como periodista y donde fue nombrado poco después director de escena del Teatro de Berger y, más tarde, del Teatro de Cristianía. Entre tanto iba escribiendo sus obras, con las que se creó tal hostilidad entre sus compatriotas, que tuvo que instalarse durante años en Italia y Alemania. Allí sus dramas gozaron de una gran acogida, mientras que sólo unos diez años antes de su muerte comenzaron a ser reconocidos en Noruega, donde murió. Aunque hoy puedan no chocar en absoluto los planteamientos «progresistas» del teatro de Ibsen, éste sigue manteniendo al menos una cierta frescura de la que carecía el de sus contemporáneos. Y es que en Ibsen se dan la mano un pensador profundo, un artista inspirado y un polémico eficaz; su obra tiene la complejidad de la vida, pero racionalizada con un carácter más reflexivo que vitalista. Su logro fundamental fue haber actualizado con rabia e idealismo los valores de la humanidad de todos los tiempos y que Occidente había hecho suyos: la sinceridad, el desarrollo de la personalidad propia, la coherencia, la solidaridad, etc. A pesar de todo, no es apropiado hablar de Ibsen como de un autor comprometido, al igual que tampoco es un romántico ni un naturalista en sentido estricto; pero algo hay de todo ello en su obra, en la que predominan los tonos sombríos y el elemento conflictivo.
Ibsen dio forma a sus mejores obras en la década de los ochenta del siglo pasado; por ellas se le sigue recordando como a uno de los grandes precursores del teatro de nuestro siglo. Prácticamente todas ellas ofrecen, de uno u otro modo, una evidente dimensión social y, por lo general, una forma realista que las adscribe al Naturalismo europeo —sin renunciar en ocasiones al simbolismo característico de la fase final de ese movimiento—. La primera de ellas quizá sea la menos artística: Los pilares de la sociedad (Samfundets støtter, 1877) es una obra satírica de tintes feministas muy característica del Naturalismo de los países del centro y del norte de Europa. Mucho más importante es Casa de muñecas (Et dukkehjem, 1879), sin duda una de las obras más difundidas de Ibsen y una de las de mayor trascendencia. Aunque en apariencia vuelve a ser una reivindicación del papel de la mujer en la sociedad, lo es en realidad de la dignidad de todo ser humano y de su derecho a desarrollarse como persona, del mismo modo que constituye un análisis certero y doloroso del matrimonio burgués y de sus convenciones e hipocresías. Casa de muñecas suscitó grandes polémicas, pues el abandono por parte de la protagonista del hogar familiar —en el que se consideraba tratada como una «muñeca»— les parecía a los contemporáneos disolvente e inmoral; las descalificaciones que Ibsen recibiera le llevaron a escribir Espectros (Gengangere, 1881), nacida con la intención de continuar Casa de muñecas: en Espectros la protagonista no abandona la casa, pero la opresión que sufre convierte su existencia en una angustia continua y la arrastra a la locura entre seres sin vida real, entre sombras, «espectros» que se limitan a respetar las leyes del juego social sin gozar de su propia vida. Citemos por fin, entre las obras de esta época, Un enemigo del pueblo (En folkefiende, 1882), la más crudamente irónica de las piezas ibsenianas y quizá la de orientación más netamente política; la obra desarrolla un tema usual en la época: el de la derrota de un personaje honrado y sincero a manos de los intereses y las falsedades sobre las que se sustenta la sociedad entera.
Al margen de sus mejores obras, diremos que las primeras obras de Ibsen tienen un marcado carácter filosófico. Entre ellas destacan Brand (1865) y Peer Gynt (1867): la primera presenta caracteres simbólicos y su temática es eminentemente religiosa, renegando de los rasgos más inhumanos del culto —sobre todo, del sacrificio— y potenciando su humanidad. En Peer Gynt, por su lado, predomina el tono lírico debido al carácter de su protagonista, hombre fantasioso, romántico y sin voluntad que, empujado por las circunstancias, es incapaz de realizar su destino. Su producción de los últimos años está marcada por la melancolía y se reviste de cierto simbolismo poético que nos recuerda, aunque más logrado, al de sus primeras piezas. Las dos más reseñables son La dama del mar (Fruen fra havet, 1888) y Hedda Gabler (1890); en ambas el ser humano se nos presenta en lucha no ya con las circunstancias, sino consigo mismo, en quien tiene a su más fuerte enemigo: el hombre —parece concluir Ibsen— ha de ser fiel en primer lugar a sí mismo y romper con todo aquello que le estorba en su realización personal.
Bjørnstjerne Bjørnson (1832-1910) estudió en la Universidad de Cristianía, donde convivió con Ibsen y Lie (los otros dos grandes pilares de las letras noruegas contemporáneas), dedicándose luego al periodismo. Fue un intelectual muy influyente entre sus compatriotas, pero su opción por el pangermanismo —teoría que justificaba la construcción de una «Gran Alemania» y que, a la larga, llevó a Europa a las dos guerras mundiales— le ganó la enemistad de los noruegos y le obligó a exiliarse en Alemania, Suiza e Italia, desde donde Bjørnson fue admirado por buena parte de los europeos y se hizo merecedor del Premio Nobel de 1903.
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