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José Ortega y Gasset - Tomo IX (1960-1962)

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José Ortega y Gasset Tomo IX (1960-1962)

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I

Las carreras. — La información internacional. — Comunicaciones. — Oxford. — La experiencia de la vida. — La declinación grecorromana.

S EÑORES: Arnold Toynbee nació en 1888. Es profesor de Historia Internacional en la Universidad de Londres y director del Real Instituto de Asuntos Internacionales. Estudió en Oxford, donde se hizo un excelente conocedor de la lengua griega, que, como es sabido, es la lengua de Oxford. Se casó con la hija de Gilbert Murray, venerable patriarca de los estudios helénicos en Inglaterra. Luego estudió también árabe y esto le permitió ejercer diversos cargos durante las dos guerras en el «Intelligence Service», sobre todo en el Medio Oriente. Desde 1926 publica cada año un volumen exponiendo la situación de los diversos países, incluso los más remotos, como información utilizable en la política internacional inglesa. En 1934 publicó los tres primeros tomos de su ingente obra Un estudio de Historia. En 1939 publica otros tres. Aún quedan por publicar los tres últimos. He aquí un ejemplar de lo aparecido hasta ahora. Como es un libro hoy difícil de encontrar, he querido que tuvieran ustedes una impresión visual de su tamaño, ya que el simple hecho de este tamaño va en cierto momento a solicitar nuestra meditación. De esta gran obra vamos a tomar conocimiento y a reflexionar sobre ella durante un curso de doce lecciones. Por tanto, podemos ir sin prisa, poco a poco, entrando en la cuestión. Hoy vamos a contentarnos con enunciar unos cuantos temas que más adelante parecerán fructuosos y que, desde luego, nos prepararán el ingreso en el pensamiento de Toynbee precisamente porque los inspira un modo de sentir muy distinto del suyo.

Lo dicho, como ustedes advierten, se reduce a hacer constar ciertos datos sobre la obra y la persona de Toynbee, datos que habremos de calificar de externos. Pero es la vida humana una realidad en la que todo es interno, incluso lo que llamamos externo. Así esa serie de datos es una lista de secos títulos tras de los cuales se ocultan muchas cosas íntimamente humanas y de abundante jugo, que irán irremediablemente apareciendo, una tras otra, porque con una tras otra habremos de tropezar a lo largo de este curso. Por ejemplo, el profesorado de Historia Internacional de la Universidad de Londres, la dirección del Instituto de Asuntos Internacionales y la publicación anual sobre los mismos nos manifiestan que es el internacionalismo la profesión a que Toynbee ha dedicado su vida y que en esta profesión representa en Inglaterra una de las figuras más eminentes. Ahora bien, el acto de dedicar su vida a algo determinado es un privilegio de la condición humana. La piedra, la planta, el animal cuando empiezan a ser son ya lo que pueden ser y, por tanto, lo que van a ser. El hombre, en cambio, cuando empieza a existir no trae prefijado o impuesto lo que va a ser, sino que, por el contrario, trae prefijada e impuesta la libertad para elegir lo que va a ser dentro de un amplio horizonte de posibilidades. Le es dado, pues, el poder elegir, pero no le es dado el poder no elegir. Quiera o no, está comprometido en cada momento a resolverse a hacer esto o aquello, a poner la vida en algo determinado. De donde resulta que esa libertad para elegir, que es su privilegio en el universo de los seres, tiene a la vez el carácter de condenación y trágico destino, pues al estar condenado a tener que elegir su propio ser está también condenado a hacerse responsable de ese su propio ser, responsable, por tanto, ante sí mismo, cosa que no acontece con la piedra, la planta ni el animal, que son lo que son inocentemente, con una envidiable irresponsabilidad. Merced a esta condición resulta ser el hombre esa extraña criatura que va por el mundo llevando siempre dentro un reo y un juez, los cuales ambos son él mismo. De aquí que el acto más íntimo y a la vez más sustanciosamente solemne de nuestra vida es aquel por el cual nos dedicamos a algo, y no es mero azar que denominemos esa acción con el vocablo «dedicar», que es un término religioso de la lengua latina. La dicatio o dedicatio era el acto solemne en que la ciudad, representada por sus magistrados, declaraba destinar un edificio al culto de un dios; por tanto, a hacerle sagrado o consagrado. Y, en efecto, decimos indiferentemente de alguien que se dedicó o consagró su vida a tal o cual oficio y ocupación. Noten cómo ha bastado rozar este punto de la condición humana para que afluyan por sí mismos a nuestros labios y oídos los vocablos más religiosos: dedicación, consagración, destino. Noten al propio tiempo cómo esos vocablos han perdido en la lengua usual su resonancia patética, trascendente, y perpetúan, prolongan, ya trivializada, su existencia verbal. Esta coexistencia inmediata entre la trascendencia y la trivialidad va a sorprendernos una y otra vez al volver la esquina de todos los asuntos humanos.

Así, siempre que me he ocupado en meditar sobre el destino del hombre se me interponía impertinente, pero irremediablemente, el recuerdo de que durante mi adolescencia, en aquel Madrid que rezumaba tranquilidad, cotidianeidad y, confesémoslo, un poco de chabacanería, mi casa, muy poderosa en la vida española del tiempo, estaba siempre llena de personas que venían a solicitar «un destino de seis mil reales». Las nuevas generaciones no imaginan ni de lejos la frecuencia abrumadora con que se hablaba de ello entonces y la importancia superlativa, monstruosa que ese concepto y la humilde realidad a que se refiere tenían en la vida española. Por lo pronto, en ella descansaba casi por entero nada menos que la política del país, porque siendo movibles los empleos y no existiendo graves problemas, un cambio de política significaba solo la cesantía de muchos y la concesión paralela de otros cuantos destinos de seis mil reales. En efecto, para muchos hombres de aquella tan humilde y recogida época un «destino de seis mil reales» era el destino del hombre.

Mal haría quien juzgase ser esto no más que un juego de palabras mío. Mejor hiciera en reparar que no soy yo, sino la lengua milenaria de todo un pueblo —el nuestro—, más aún, de todos los pueblos latinos, pues en ello aproximadamente coinciden, quien nos ofrece prefabricados estos aparentes retruécanos, y ello hace presumir que son algo más.

Pues bien, este inglés, con quien hemos de habérnoslas tan largamente, se nos presenta de primeras como un intemacionalista; esto es, como un hombre ocupado en informarse e informar sobre lo que pasa en dos distintos países. Mr. Toynbee no ha inventado esta ocupación. Es sobremanera insólito que el individuo invente la ocupación a que va a dedicar su vida. Lo que con un vocablo, con un concepto más fulgurante que preciso decimos genio, significa —y consiste en realidad justamente en eso—: ser capaz de inventar la propia ocupación. Pero lo normal es que el individuo escoja alguna de las formas genéricas de existencia que el contorno social tiene preparadas y que llamamos oficios, profesiones, carreras. Al ser genéricas, tenemos de ellas un conocimiento previo al modo concreto de ejercitarlas cualquier individuo determinado, y la simple audición de su nombre suscita en nosotros una peculiar expectativa.

No cabe duda que, sin necesidad de reflexionar, automáticamente, tomamos una postura intima, distinta, cuando alguien nos es presentado como un poeta que cuando nos es presentado como un coronel. Podrá acontecer que tal o cual vez el comportamiento del individuo contradiga esa anticipación que el nombre de su oficio nos sugiere; podrá ocurrir que algún poeta propenda a mandonear y que algún coronel en secreto versifique, pero ello nos parece solo una excepción que confirma la regla. Porque, en efecto, nuestra vida está constituida por uno de sus lados por un repertorio de pronósticos y expectativas que se han formado en nosotros indeliberadamente, espontáneamente. Sería imposible nuestra existencia si ante cada hecho que sobreviene tuviésemos que afrontarlo como algo completamente nuevo y no poseyésemos por anticipado una prefiguración que nos permite tomar ciertas precauciones y preparar nuestra conducta. Ya veremos cómo es obligatorio para todo hombre tener siempre a la vista, bien en claro, ese repertorio de expectativas y no entregarse sin cautela a cualquiera cosa que llegue.

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