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Jaume Claret - Ganar la guerra, perder la paz

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Jaume Claret Ganar la guerra, perder la paz
  • Libro:
    Ganar la guerra, perder la paz
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    2020
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Antecedentes

Antecedentes

Rafael Latorre Roca

RAFAEL LATORRE ROCA

Rafael Latorre Roca nació el 17 de diciembre de 1880 en Zaragoza. Hijo de Manuel Latorre Jordán y Felisa Roca Roca, su árbol genealógico está estrechamente vinculado a las tierras regadas por el Ebro y se remonta hasta una tatarabuela de principios del siglo XVII. Políticamente, sus antecedentes lo vinculan al liberalismo y al unitarismo español, con unas convicciones patrióticas muy arraigadas. En este sentido, no dudará en apoyar al gobierno español ante la campaña de protestas desatada, dentro y sobre todo fuera de España, a raíz de la represión ordenada tras la llamada Semana Trágica de Barcelona. Entre el 26 de julio y el 2 de agosto de 1909, las protestas contra el envío de reservistas a las posesiones españolas en Marruecos habían derivado en episodios de violencia urbana. El gobierno presidido por Antonio Maura respondió con una contundente y arbitraria represión con miles de detenciones y procesos, cuyo punto álgido fueron las cinco penas de muerte que incluían al cofundador de la Escuela Moderna, el pedagogo Francesc Ferrer Guàrdia, acusado de instigador.

Igual de contundente era su adscripción católica posicionándose, por ejemplo, en contra de la llamada «Ley del Candado» que, en diciembre de 1910, pretendía prohibir, durante dos años, el establecimiento de nuevas congregaciones religiosas. El presidente del gobierno José Canalejas buscaba reforzar así la separación entre Iglesia y Estado y mitigar la confesionalidad católica consagrada en la Constitución de 1876 para, a su vez, frenar el creciente anticlericalismo.

Respecto del modelo institucional, Latorre se declaraba accidentalista y, sobre todo, contrario a la implicación del Ejército en política. A diferencia de buena parte de sus compañeros de armas, se opondrá a las autoconstituidas Juntas de Defensa, que pretendían influir directamente en las decisiones militares, obviando los poderes políticos civiles con el beneplácito del rey. Finalmente, el enfrentamiento entre poderes se decantaría en favor del gobierno de concentración presidido por Maura, dando Alfonso XIII su brazo a torcer y transformándose las juntas en meras «comisiones informativas» hasta su disolución poco después. En buena lógica, cuando el monarca apoyó nuevamente la inmiscusión militar en la esfera política, al aceptar el pronunciamiento del general Miguel Primo de Rivera, Latorre se alejó de ambos.

Esta necesaria separación entre Ejército y política debía reforzarse, según Latorre, con una auténtica profesionalización de la carrera militar. En este sentido, defenderá las bondades del Plan de Escuadra Maura-Ferrándiz (por el presidente del gobierno Maura y el ministro de Marina José Ferrándiz Niño) o Ley de Organizaciones Marítimas y Armamentos Navales, pues aspiraba a recomponer la flota española tras el Desastre de 1898, así como impulsar los astilleros españoles:

Fueron tradicionales en mi familia las ideas democráticas. Mis abuelos maternos, los Lorzas, de Logroño, lucharon al lado de los ideales que representaba [Práxedes Mateo] Sagasta, y mi padre figuró siempre al lado de [Emilio] Castelar, afiliándose a su fallecimiento al de Sagasta y sucesivamente a los de [Segismundo] Moret y Canalejas, y con ideales y programas democráticos tuvo diversas representaciones populares y políticas. En ese ambiente me crie y eduqué, y aun cuando en política, tanto por mi profesión, cuanto por convencimiento, era realmente indiferente, aplaudía a los hombres públicos por sus actos llamáranse [Alejandro] Lerroux, Maura, Canalejas, [Juan Vázquez de] Mella, etc. En relación con Monarquía o República ninguno de los dos postulados me quitó nunca el sueño; no fui nunca republicano convencido, pero tampoco traspasé el umbral de palacio ni grité «viva el Rey» como no fuese de ritual o protocolo.

En todo lo expuesto con anterioridad hago referencia al periodo comprendido entre la mayoría de edad cívico-política, los 25 años (nací en diciembre de 1880) y el 13 de septiembre de 1923, en cuyo día in menti e ideológicamente repudié el poco sentimiento monárquico que en mí podía existir, por repudiar en dicho día los ideales de Primo de Rivera, que el Rey [Alfonso XIII] no repudió; bien es verdad que hasta los mayores aduladores del último y del que habían recibido grandes favores de todo género no rompieron lanza alguna por su persona ni por sus ideales al verle marchar solo y en el más completo silencio camino del destierro y en primer término [José] Sanjurjo (que luego se sublevó) y toda la aristocracia. Todos mis actos procuraba inspirarlos en el más puro patriotismo. Estuve al lado de Lerroux cuando en las ramblas de Barcelona levantó y tremoló la bandera de España en contra del separatismo catalán. Estuve al lado de Maura cuando la campaña vil e infamante contra mi patria con motivo del tristemente célebre «caso Ferrer». Estuve al lado de los prohombres liberales cuando las incalificables coacciones al Poder Público de las nefastas «Juntas de Defensa» a las que combatí a sangre y fuego, de palabra y por escrito, negándome (fui el único en mi regimiento que en plena junta presidida por el coronel y a la que asistían la totalidad de los jefes y oficiales, disentí de todos abandonando la reunión) a pertenecer a las mismas y a satisfacer cuotas para el sostenimiento de aquéllas y a todo cuanto tuviese relación con las mismas a pesar de las amenazas y anatemas que contra mí se lanzaron incluso tratando de negarme el saludo. Estuve al lado del gran Mella cuando el problema religioso planteado por Canalejas y durante toda la discusión del proyecto de «ley de escuadra» presentado por Maura a las Cortes. Estuve al lado de la democracia y de quienes la encarnaban, fuesen monárquicos o republicanos cuando el 13 de septiembre de 1923, el general Primo de Rivera, mediante un «golpe de Estado» instauró la dictadura.

A través de su archivo, descubrimos una persona metódica y, sobre todo, de fuertes convicciones morales y religiosas. En su testamento, «hace profesión de su fe como católico, apostólico y romano» y añade que, «si en el momento de su fallecimiento está autorizada la incineración por la Santa Madre Iglesia Católica y de existir horno crematorio en el lugar del fallecimiento del testador o en sus proximidades, manda que su cadáver sea incinerado». Incluso previamente a este documento, ante la percepción de una República de laicismo combativo, dejaba escrito su deseo de ser enterrado por el rito católico.

Su interpretación y práctica religiosa estaban estrechamente ligadas al catolicismo social y manifestaba una sostenida preocupación por las condiciones de vida de las clases humildes y su vínculo con el cristianismo, tanto a través de sus escritos como en el desempeño de sus diferentes cargos. A diferencia de muchos de sus contemporáneos, también mostraba una cierta curiosidad intelectual, incluso por posicionamientos alejados al suyo. Su biblioteca personal resulta, en este sentido, muy ilustrativa de esa diversidad de intereses. Además de tratados filosóficos, religiosos y político-económicos, hallamos desde clásicos literarios como las Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes a la versión francesa de Por quién doblan las campanas de Ernest Hemingway; desde el ortodoxo Diario de una bandera de Francisco Franco, hasta el clandestino La guerra civil española de Hugh Thomas publicado por Ruedo Ibérico; desde las obras del fiel Luis Suárez hasta las memorias de Winston Churchill; desde visiones complacientes con la sublevación como Hacia una nueva España de Francisco de Cossío, hasta visiones críticas del primorriverismo como La dictadura militar de Francisco Villanueva y positivo-utópicas del republicanismo como La República española en 191… de Domingo Cirici y José Arrufat.

Esa cierta comprensión hacia las reclamaciones sociales desaparecía, en cambio, cuando abordaba la cuestión nacional. Latorre personifica al nacionalista español excluyente que prefiere una España roja antes que rota. Así, mientras podía entender e incluso aceptar algunas de las reivindicaciones sociales del periodo, se negaba a admitir cualquier cuestionamiento de la unidad nacional. Entre los muchos lemas manuscritos siempre presentes en sus papeles, hallamos multitud de exhortaciones morales y patrióticas como ésta: «El amor a la patria y la generosidad son las dos virtudes que más embellecen al hombre».

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