Annotation
Desde que terminó la Segunda Guerra Mundial se han publicado innumerables estudios sobre los más diversos aspectos del conflicto. Lo que se echaba en falta era una visión global que sintetizase estas investigaciones y esa ha sido la tarea a la que han dedicado décadas de trabajo los profesores Murray y Millett, dos de los máximos especialistas mundiales en el campo de la historia militar. El resultado es una soberbia visión de conjunto que servirá de obra de referencia para los estudiosos, pero que ha sido concebida, ante todo, pensando en el lector medio, que encontrará en estas páginas el apasionante relato de una de las mayores tragedias de la historia de la humanidad. No en vano, el general Vessey, que presidió el Joint Chiefs of Staff de los Estados Unidos, ha dicho: «Me propongo decir a mis nietos que si quieren entender la Segunda Guerra Mundial y la generación que combatió en ella, deben leer este libro».
WILLIAMSON Y MILLETT, ALLAN R. MURRAY
La guerra que habia que ganar
Traducción de Jordi Beltrán Ferrer
Crítica
Sinopsis
Desde que terminó la Segunda Guerra Mundial se han publicado innumerables estudios sobre los más diversos aspectos del conflicto. Lo que se echaba en falta era una visión global que sintetizase estas investigaciones y esa ha sido la tarea a la que han dedicado décadas de trabajo los profesores Murray y Millett, dos de los máximos especialistas mundiales en el campo de la historia militar. El resultado es una soberbia visión de conjunto que servirá de obra de referencia para los estudiosos, pero que ha sido concebida, ante todo, pensando en el lector medio, que encontrará en estas páginas el apasionante relato de una de las mayores tragedias de la historia de la humanidad. No en vano, el general Vessey, que presidió el Joint Chiefs of Staff de los Estados Unidos, ha dicho: «Me propongo decir a mis nietos que si quieren entender la Segunda Guerra Mundial y la generación que combatió en ella, deben leer este libro».
Título Original: A War To Be Won: Fighting the Secon
Traductor: Beltrán Ferrer, Jordi
Autor: Murray, Williamson y Millett, Allan R.
©2002, Crítica
ISBN: 9788484325956
Generado con: QualityEbook v0.72
La guerra que había que ganar
Williamson Murray y Allan R. Millett
Divulgación
Historia
Traducción castellana de Jordi Beltrán Ferrer
CRÍTICA
Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor.
Todos los derechos reservados.
Título original: A War to be Won
© The President and Fellows of Harvard College, 2000
© de la traducción castellana para España y América:
Crítica, S. L., 2005
Avenida Diagonal, 662, 664, 7.ª planta. 08034 Barcelona (España)
Diseño de la cubierta: Opalworks
Ilustración de la cubierta: soldados norteamericanos entrando en Wernberg
(Alemania), abril de 1945 (U.S. National Archives)
Primera edición en Colección Booket: febrero de 2005
Depósito legal: B. 3.5122005
ISBN: 8484325954
Composición: Víctor Igual, S. L.
Impresión y encuadernación: Liberdúplex, S. L.
Printed in Spain Impreso en España
Williamson Murray es Senior Fellow en el Institute for Defense Analysis de Washington, D. C. Es autor, entre otros, de Calculations (1992), German Military Effectiveness (1992), Air War in the Persian Gulf (1995) y Air War, 19141945 (1999).
Allan R. Millett ocupa la cátedra General Raymond E. Mason, Jr., de Historia Militar en la Ohio State University. Entre sus obras destacan The Politics of Intervention: The Military Occupation of Cuba, 19061989 (1968), Semper fidelis: the history of the United States Marine Corps (1991), y For the Common Defense: A Military History of the United States, 16071983 (junto con Peter Maslowski, 1994).
Ambos han colaborado previamente en la publicación de los libros Military Effectiveness (1988, 3 vols.), Calculations: Net Assessment and the Coming of World War II (1992) y Military Innovation in the Interwar Period (1996).
Dedicamos el presente libro, en el momento en que la raza humana entra en el siglo XXI, a la memoria de los hombres y las mujeres que sirvieron y se sacrificaron en la segunda guerra mundial para aumentar las posibilidades de libertad: libertad de palabra, libertad de cultos, libertad de vivir sin padecer pobreza ni temor.
Prefacio
L A segunda guerra mundial fue el conflicto más mortífero de la historia moderna. Fue una matanza de soldados como la primera guerra mundial, pero con la añadidura de ataques directos contra civiles a una escala que no se había visto en Europa desde la guerra de los Treinta Años tres siglos antes. En el frente oriental sus horrores sobrepasaron las peores batallas de la primera guerra mundial A veces la lucha a muerte entre las fuerzas de la Wehrmacht alemana y el Ejército Rojo parecía no terminar nunca. De la batalla de Kursk en julio de 1943 a la de Crimea a principios de mayo de 1944, las operaciones militares, en las que participaban centenares de miles de soldados, continuaron día tras día. Luego, tras una pausa que apenas duró un mes y medio, las fuerzas soviéticas atacaron al ejército alemán a finales de junio de 1944 y las luchas feroces en el este continuaron sin interrupción hasta el derrumbamiento del régimen de Hitler. Después del 6 de junio de 1944 empezó una guerra parecida en el frente occidental. El asalto anfibio de las fuerzas anglonorteamericanas en las playas de Normandía el día D inició las operaciones militares en el norte de Europa, que no terminarían hasta mayo de 1943.
La ferocidad de la guerra entre las grandes —y pequeñas— naciones del mundo aumentó al añadirse la ideología racial al nacionalismo, el deseo de gloria, la codicia, el miedo y el afán de venganza que han caracterizado la guerra en todas las épocas. La Alemania nazi abrazó una concepción ideológica del mundo (Weltanschauung) basada en la creencia en una revolución mundial de carácter «biológico», una revolución que Adolf Hitler persiguió con torva obsesión desde comienzos del decenio de 1920 hasta que se suicidó en el Führerbunker de Berlín a comienzos de mayo de 1943. El objetivo de los nazis era eliminar a los judíos y a otras razas «infrahumanas», esclavizar a los polacos, los rusos y otros pueblos eslavos y devolver a la raza aria —es decir, a los alemanes— su legítimo lugar como gobernante del mundo. Al terminar la contienda, los nazis habían asesinado o matado a fuerza de trabajo a por lo menos 12 millones de civiles y prisioneros no alemanes.
En Asia, los japoneses no adoptaron una ideología de superioridad racial tan coherente como los nazis, pero su nacionalismo xenófobo, combinado con sueños imperiales y el profundo rencor que despertaba la dominación colonial de gran parte de Asia por las potencias occidentales, también dio lugar a tremendas atrocidades. Con la invasión de China en el verano de 1937, los japoneses se embarcaron en una guerra durante la cual los asesinatos, las violaciones y la devastación alcanzaron un grado que no se había visto desde las conquistas de los mongoles a principios del siglo XIII. Los japoneses añadieron una nueva dimensión a la matanza al usar armas bacteriológicas y gas tóxico contra los civiles chinos además de contra los soldados. (¹)
Ante esta agresión sin precedentes por parte de las potencias del Eje, las naciones que defendían otras ideologías, en particular el comunismo soviético y la democracia capitalista liberal, respondieron con su propia furia. Al concluir la guerra, las muertes de civiles infligidas por ambos bandos superaban en número a las muertes en combate por un margen de dos a una. El imperativo ideológico y moral de Occidente, que era castigar a los alemanes por sus numerosos crímenes, culminó con la ofensiva combinada de bombardeo que llevaron a cabo la Roy al Air Force y las fuerzas aéreas del ejército norteamericano. Cuatro años de terribles ataques aéreos, seguidos de la invasión por tierra, destruyeron prácticamente todas las ciudades importantes de la Europa central excepto Praga y Viena. Dresde, Hamburgo, Varsovia, Berlín y Colonia, entre otras, quedaron reducidas a escombros. Es posible que la venganza teñida de racismo estuviera detrás de la decisión estadounidense de utilizar bombas incendiarias contra Tokio y hacer estallar sendas bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki que mataron a centenares de miles de civiles y dejaron estas ciudades japonesas en ruinas. Sin embargo, aunque estas campañas de bombardeo resulten hoy desagradables para la mayoría de los ciudadanos menores de sesenta años de las democracias liberales, la ofensiva combinada de bombardeo en Europa y los bombardeos de Japón reflejaban no sólo un sentimiento de convicción moral por parte de Occidente, sino también la creencia de que los ataques aéreos pondrían fin a una guerra que cada día resultaba más horrible tanto para los soldados como para los civiles.