Georges Bataille - Breve historia del erotismo
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- Libro:Breve historia del erotismo
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1951
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Breve historia del erotismo: resumen, descripción y anotación
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Siguiendo a Bataille, el género humano es el único que puede hacer de su actividad sexual erotismo, porque a diferencia de los animales, tiene actividad sexual sin que necesariamente medie el fin de procrear. Más allá —o más acá, según se vea— del erotismo de los cuerpos, está lo que Bataille llama el erotismo de los corazones, cualitativamente más sagrado, ese ardiente y pasional erotismo donde el ser amado es asido, donde no se escapa, donde los seres en su discontinuidad se abren a la experiencia de la continuidad en el éxtasis, jugando así con los límites del ser.
Georges Bataille
ePub r1.0
Titivillus 25.06.17
Georges Bataille, 1951
Traducción: Alberto Drazul
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
No sería justo buscar en la obra de Bataille una coherencia sistemática que rechazó expresamente al afirmar el carácter fragmentario de lo que podemos llamar, en un sentido descriptivo, su «obra». No se trata sólo de la diversidad de «géneros» que la constituyen, los que van desde el relato o la poesía hasta el estudio sociológico y filosófico, sino del deslizamiento que se produce dentro de cada género hacia otra cosa: el relato literario se transforma, sin dejar de ser lo que es, en pornografía, y la pornografía en estricta meditación filosófica; la escena de libertinaje culmina en una meditación sobre el ser; el tratado de economía que lleva el sugestivo título de la «parte maldita» implica, a su vez, una idea filosófica, y ésta linda con la poesía, y la poesía con el erotismo. Fragmentos… pero todo fragmento debe serlo de alguna unidad que, precisamente, se ha fragmentado. Sin embargo, en Bataille, esa unidad previa (y, por consiguiente, metafísica) falta, son fragmentos de una unidad ausente, pero ausente en sentido absoluto, vale decir de una unidad que no existió nunca y que no puede existir. La fragmentariedad no es, por lo tanto, retórica, sino, y empleo una palabra que tal vez Bataille no hubiese aprobado, ontológica. La «muerte de dios» (y ya en lo paródico-filosófico: del saber absoluto) y su correlato, «la muerte del hombre», inician lo que Nietzsche llamó el desmigajamiento del todo, de la unidad. Bataille asume las consecuencias de esta fragmentariedad, o, dicho de otra forma, se entrega a lo fragmentario con la alegría y el sufrimiento de un descubridor. Escritos que no comienzan (o donde la palabra «comenzar» adquiere una nueva significación), porque en realidad continúan otra cosa, se inscriben en otro escrito que tampoco comienza, y que no terminan, más correcto sería decir que se suspenden allí, en una leve puntuación, en un pulso que seguirá su latido en otra parte, transformado en otra cosa. La actitud de Bataille frente a la filosofía como «sistema» (vale decir como recuperación abstracta de esa unidad inexistente: malabarismo por el cual lo imaginario despoja tanto a lo real como a lo simbólico de su carácter de fuerza) se justifica como asunción de lo fragmentario. Su actitud hacia la filosofía, y hacia los filósofos, enraíza aquí. Igual que Nietzsche, su actitud hacia los filósofos (el clérigo, el «universitario») es negativa. Ambos rechazan a ese «hombrecito» especializado en un pensar al margen de la vida, a ese individuo que no quiere cambiar la vida concreta, sumergido en un «sistema» que le da la ilusión de saber todo mediante una nada-de-vida. El sarcasmo adquiere en Bataille una concreción teórica capital: se trata de establecer lo que afirma la vida y de «jugarse» la vida en todo lo que la desborda, en esa afirmación que lleva cada parte a sus límites, para que estalle y encuentre lo otro, otro fragmento que es también fragmento de otro fragmento que no implica ningún universo que lo recoja para adjudicarle un sentido trascendente. Nada permanece, nada está inmóvil. Siempre hay que llevar todo, desde los conceptos y los escritos hasta la propia existencia, hasta el límite de lo posible-imposible, y desde allí a otro límite que también debe ser transpuesto mediante una aceptación absoluta de la multiplicidad. Es lo activo, el sí nietzscheano, opuesto al pesimismo de la acción, al no a la vida. El erotismo adquiere, en este marco general de lo fragmentario, su significación. No es una idea accesoria en el pensamiento de Bataille sino una de esas ideas-fuerzas que inficiona, sin unirlos en un sistema, los otros conceptos también sueltos, hendidos por intensidades diferentes de fuerzas fragmentarias. Rechazada la religión y el sistema filosófico como soluciones que satisfagan la necesidad de unidad que tiene el hombre como ser fragmentario (necesidad de muerte: porque el fragmento, lo dividido, quiere ser todo y para serlo sólo puede —descreído de los medios imaginarios— recurrir a disolverse como fragmento, vale decir morir): quedan los actos materiales que se acercan a lo indeterminado. Pero sólo se acercan, porque llegar sería (nunca se llega) extinguirse, no llegar como tal, y el hombre quiere llegar manteniéndose: sólo la religión, el «sistema», le ofrecen ese llegar manteniéndose esa muerte que es vida al mismo tiempo, pero es un ofrecimiento imaginario, y la realidad sólo le permite aproximaciones (el erotismo, la poesía). Necesidad y deseo de muerte, pero insatisfechos, porque si adviene la muerte se extingue el deseo, no hay deseo ni necesidad. Vale decir que la situación del hombre es de infinita e insuperable insatisfacción: su condición de fragmento, de sin-sentido, es absoluta.
Según Bataille el erotismo «difiere de la sexualidad de los animales porque la sexualidad humana está limitada por prohibiciones y el terreno del erotismo es el de la transgresión de esas prohibiciones». Hay que tener en cuenta, no obstante, que si bien la sexualidad humana difiere de la animal, no la suprime (en realidad la supera, en el sentido hegeliano de negar conservando) sino que la mantiene como algo salvaje a lo que rodea de rejas, de tabúes, de prescripciones, de leyes, etc. La sexualidad humana está construida en la sexualidad animal, y, por consiguiente, a pesar de todas las distinciones que pueden señalarse, en el fondo siempre hay el hacer de los animales que construyen el retorno del desenfreno sexual. Pero este desenfreno debe ser y es domeñado en aras de una utilización diferente de su energía: la del trabajo. Se domeña la sexualidad mediante un espeso conjunto de prohibiciones. La sexualidad, entonces, no tiene sino dos alternativas: o se somete al imperativo «civilizatorio» y acepta satisfacerse inocuamente en el marco total de las prohibiciones, o se transforma en erotismo, cuya principal característica es la de transgredir toda prohibición, hasta el punto de que puede decirse que sin prohibición no habría erotismo. Esto nos aleja, en un segundo momento, de lo que comúnmente se entiende por erotismo: la reducción de lo sexual a algo intrascendente. No debe confundirse el erotismo con la llamada «libertad sexual», ni con la pornografía, ni con la difusión masiva de libros y folletos de «poses» sexuales. Lo cual no quiere decir, a la inversa, que el erotismo ignore la libertad y las poses, las utiliza, las conoce a todas perfectamente, pero va más allá. Tanto la libertad como las poses sólo son momentos de una ascesis, participan, junto con un desenfreno rayano en la locura, de una retórica. También aquí, como en la retórica poética, la retórica tiene un carácter instrumental. En ningún caso la retórica por sí sola puede realizarse como «obra». El conocimiento de todas las posea no es capaz de lograr el acto erótico. Tanto las poses más ingenuas como las más perversas necesitan, para adquirir carácter erótico, ser trascendidas por ese momento deslumbrante de la mente que Sade llamó «apatía». La fenomenología batailleana del erotismo demuestra que, en su esencia, el erotismo está vinculado con la sangre, que no hay erotismo sin sangre y lo que la sangre simboliza: la muerte. De allí la frase que repite insistentemente: «el erotismo es la aprobación de la vida hasta en la muerte».
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