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Georges Bataille - El erotismo

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Georges Bataille El erotismo

El erotismo: resumen, descripción y anotación

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Luz

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Estudio I

Kinsey, el hampa y el trabajo

De ahí, la ociosidad que devora los días; pues los excesos en el amor exigen a la vez descanso y comidas reparadoras. De ahí, el odio a todo trabajo, que fuerza a esas gentes a buscar formas expeditas de conseguir dinero.

Balzac, Splendeurs et misères des Courtisanes

El erotismo es una experiencia que no podemos apreciar desde fuera como una cosa

Puedo enfocar el Estudio de las conductas sexuales del hombre con el interés del sabio que observa, como ausente, la acción de un rayo de luz sobre el vuelo de una avispa. No cabe duda de que ciertas conductas humanas pueden llegar a ser objeto de ciencia: entonces ya no se consideran más humanamente que si fueran las de unos insectos. El hombre es, ante todo, un animal y él mismo puede estudiar sus reacciones del mismo modo que estudia las de los animales.

Algunas, no obstante, no pueden ser del todo asimiladas a datos científicos. Estas conductas son aquellas en las que a veces, según el punto de vista comúnmente admitido, el ser humano se rebaja al nivel de la animalidad. Este juicio incluso lleva a disimularlas, a callarlas, y hace que no tengan en la conciencia un lugar del todo legítimo. Estas conductas, que solemos tener en común con los animales, ¿deberían estudiarse aparte?

Por grande que sea la degradación de un hombre, éste ciertamente nunca es, como el animal, una simple cosa. Conserva siempre una dignidad, una nobleza fundamental, y propiamente una verdad sagrada, que lo afirman como irreductible al uso servil (aun en el mismo momento en que, por abuso, tal uso está practicándose). Un hombre jamás puede ser tomado enteramente como un medio; aunque sea por un tiempo, mantiene en algún grado la importancia soberana de un fin; permanece en él, inalienable, lo que hace que no se le pueda matar, y menos aún comer sin horror. Siempre es posible matar, o a veces hasta comer, a un hombre. Pero rara vez son insignificantes estos actos para otro hombre: al menos nadie que esté en su sano juicio puede ignorar que, para los demás, tiene un sentido grave. Este tabú, este carácter sagrado de la vida humana es universal, como lo son las prohibiciones que atañen a la sexualidad (como el incesto, el tabú de la sangre menstrual y, bajo formas diversas, pero constantes, las prescripciones de la decencia).

Sólo el animal es, en el mundo presente, reducible a la cosa. Un hombre puede hacer con él lo que quiera sin limitaciones, no tiene que dar cuenta de ello a nadie. Puede saber, en el fondo, que el animal que abate no difiere tanto de él.

Pero, aun cuando admite formalmente la similitud, este furtivo reconocimiento se ve enseguida puesto en entredicho por una fundamental y silenciosa negación.

Pese a que hay creencias opuestas, el sentimiento que atribuye el espíritu al hombre y el cuerpo a la bestia sólo en vano se cuestiona. El cuerpo es una cosa, vil, envilecida, servil, del mismo modo que una piedra o un leño. Sólo el espíritu, cuya verdad es íntima, subjetiva, no puede ser reducido a cosa. Es sagrado, aun morando en el cuerpo profano, que a su vez sólo se vuelve sagrado en el momento en que la muerte desvela el incomparable valor del espíritu.

Esto es lo que se nos aparece primero; lo que sigue, al carecer de la sencillez de lo anterior, sólo a la larga se revela a nuestra atención.

Somos, de todos modos, animales. Ciertamente somos hombres y espíritus, mas no podemos hacer que la animalidad no sobreviva en nosotros y nos sobrepase muchas veces. En lo opuesto al polo espiritual, la exuberante sexualidad significa en nosotros la persistencia de la vida animal. Así, en cierto sentido, cabría considerar nuestras conductas sexuales, situadas del lado del cuerpo, como cosas: el sexo mismo es una cosa (una parte de este cuerpo que también es una cosa). Estas conductas representan una actividad funcional de la cosa que es el sexo. El sexo es, en suma, una cosa del mismo modo que un pie (se podría decir que una mano es humana y que el ojo expresa la vida espiritual, pero tenemos un sexo, o pies, de modo muy animal). Pensamos por otra parte que el delirio de los sentidos nos rebaja al nivel de las bestias.

Mas si llegamos a la conclusión de que el acto sexual es una cosa, lo mismo que el animal entre las pinzas del vivisector, y si pensamos que escapa al control del espíritu humano, nos enfrentamos a una seria dificultad. Si estamos ante una cosa, tenemos conciencia clara de ella. Para nosotros los contenidos de la conciencia son fáciles de aprehender en la medida en que los abordamos a través de las cosas que los representan, que les dan su aspecto desde fuera. Al contrario, cada vez que estos contenidos se nos dan a conocer desde dentro, sin que podamos referirlos a los distintos efectos exteriores que los acompañan, sólo podemos hablar de ellos vagamente. Pero ¿hay algo menos fácil de observar desde fuera que el acto sexual?

Consideremos los Informes Kinsey, donde se trata la actividad sexual en forma estadística, como un dato externo. Sus autores no observaron verdaderamente desde fuera ninguno de los innumerables hechos que refieren.

Los hechos fueron observados desde dentro por los que los vivieron. Si se establecieron metódicamente, fue mediante confesiones, relatos, de los que se fiaron los pretendidos observadores. El cuestionamiento de los resultados, o al menos del valor general de estos resultados, que a veces se ha considerado necesario, parece sistemático y superficial. Los autores se rodearon de precauciones que no cabe infravalorar (verificación, repetición de la encuesta a intervalos espaciados, comparación de curvas obtenidas en las mismas condiciones por encuestadores distintos, etcétera). Las conductas sexuales de nuestros semejantes ya han dejado de sernos vedadas totalmente gracias a esta inmensa encuesta.

Pero precisamente, este mismo esfuerzo tiene como resultado evidenciar que los hechos no estaban dados como cosas antes de que se pusiera en marcha esta maquinaria. Antes de los Informes, la vida sexual sólo en mínimo grado poseía la verdad clara y distinta de la cosa. Ahora bien, actualmente esta verdad es, si no muy clara, lo bastante clara. Por fin es posible hablar de los comportamientos sexuales como de cosas: en cierto grado, ésta es la novedad que introducen los Informes…

Nuestro primer impulso es discutir una reducción tan extraña, cuya torpeza parece a menudo insensata. Pero en nosotros la operación intelectual sólo considera el resultado inmediato. Una operación intelectual no es en suma más que un paso: más allá del resultado deseado, tiene consecuencias imprevistas.

Los Informes se basaban en el principio de que los actos sexuales eran cosas, pero ¿y si dejasen claro, al final, que los actos sexuales no son cosas? Es posible que, generalmente, la conciencia quiera esta doble operación: que los contenidos sean considerados, en la medida de lo posible, como cosas, pero que nunca sean más claros, más conscientes que en el momento en que el aspecto externo, al revelarse insuficiente, remite al aspecto íntimo. Elucidaré este juego de reenvíos, que, en toda su amplitud se manifestará en los desórdenes sexuales.

Las razones que se oponen a la observación de la actividad genética desde fuera no son sólo convencionales. El carácter contagioso excluye la posibilidad de observación. Esto no tiene nada que ver con el contagio de las enfermedades microbianas. El contagio del que se trata es análogo al del bostezo o de la risa.

Un bostezo hace bostezar, numerosas carcajadas despiertan sin más las ganas de reír, y si una actividad sexual no se oculta a nuestra mirada, es susceptible de excitar. También puede inspirar repulsión. Si se quiere, la actividad sexual, aunque sólo se nos revele por una turbación poco visible o por el desorden de la vestimenta, pone fácilmente al testigo en un estado de

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