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Esther Cross - La mujer que escribió Frankenstein

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Esther Cross La mujer que escribió Frankenstein
  • Libro:
    La mujer que escribió Frankenstein
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2013
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La mujer que escribió Frankenstein: resumen, descripción y anotación

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Con su letra grande Mary Shelley escribe la historia del doctor Frankenstein y - photo 1

Con su letra grande, Mary Shelley escribe la historia del doctor Frankenstein y el monstruo. También escribe un diario, escribe cartas. Es lo que sabe hacer desde que era chica: lee y escribe.

Mary Shelley nació en un tiempo tenebroso. Aprendió a leer su nombre en una lápida. Guardaba el corazón de su marido en su escritorio. En Frankenstein, su novela emblemática, inventó un monstruo hecho de partes de cadáveres. Eran los años de la Ciencia, la luz de la Razón y el culto romántico a la Vida. Pero también había tumbas profanadas y quirófanos clandestinos. La gente creía en el desarrollo científico y al mismo tiempo tenía miedo. Algunos, como Mary Shelley, se animaban, a pesar del temor, a ir un poco más allá, en los libros y en la vida.

La mujer que escribió Frankenstein vuelve sobre los pasos de la escritora, iluminando las calles y los cementerios donde Mary Shelley se sentaba a leer cuando era chica y se encontraba con su amante en la adolescencia, mientras el cirujano practicaba disecciones en el aula del hospital y el sueño de la razón producía monstruos.

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Esther Cross

La mujer que escribió Frankenstein

ePub r1.0

17ramsor 13.06.14

Título original: La mujer que escribió Frankenstein

Esther Cross, 2013

Diseño de cubierta: 17ramsor

Editor digital: 17ramsor

ePub base r1.1

Cómo una joven muchacha pudo imaginar una idea tan espantosa MARY SHELLEY - photo 3

¿Cómo una joven muchacha pudo imaginar una idea tan espantosa?

MARY SHELLEY, Frankenstein , Introducción, 1831

La historia de los muertos y la muerte es la historia de la imaginación

DR. THOMAS LAQUEUR, Quemar a los muertos: De Shelley a los últimos victorianos , 2-9-2006

1.
Genio y figura

Siento que ya entré en mi tumba, mi temible y solitaria pero pacífica tumba.

MARY SHELLEY, Diarios , 17 de febrero de 1823

En el Cementerio Protestante de Roma, en la tumba de Percy B. Shelley, hay una lápida que dice «Corazón de Corazones», pero falta el corazón. El corazón de Shelley está enterrado con Mary Shelley, su mujer, a cientos de kilómetros, en la ciudad costera de Bornemouth, Inglaterra. Así que en una tumba hay una urna con cenizas incompletas y en la otra hay un corazón de más.

En la que sobra un corazón, hay otras partes de la familia. La tumba de Mary Shelley es un mapa mudo de su vida. Además del corazón de su marido, contiene otras reliquias, partes de personas que la rodearon, a veces por demasiado poco tiempo.

Mary Shelley tuvo cuatro hijos. Sólo uno la sobrevivió. La primogénita se murió en una cuna pobre y fría de Londres. La otra hija murió en Venecia, a los dos años de edad. William, el varón que nació entre ellas, murió también en Italia, «de cólera o fiebre tifoidea». Mary Shelley guardó algo de cada uno —un poco de pelo, un pañuelo— para tenerlos presentes, aunque igual se presentaban por su cuenta.

Veía a sus hijos muertos en sueños y en el insomnio. Esas apariciones la hacían feliz y la asustaban. El duelo por el hijo varón la transformó en otra persona.

Tras la muerte de mi William, sentí que el mundo se abría bajo mis pies como arenas movedizas.

Hizo enterrar a William en el Cementerio Protestante de Roma pero al tiempo le avisaron que ahí pasaba algo raro. «No pueden encontrar la tumba de mi hijo», escribió en su diario.

Su marido también murió en Italia, en un naufragio. El poeta Shelley apareció ahogado en la orilla, desfigurado por el mar. Después de cremarlo en la playa, enterraron sus cenizas en el mismo cementerio donde habían enterrado a William. Ella no fue porque esas ceremonias eran asunto de hombres pero un amigo salvó el corazón de su marido del fuego, y se lo dio. Mary Shelley lo envolvió en la primera página de una poesía. Lo guardó y lo llevaba con ella. Iba por la vida con sus recuerdos físicos. Viajaba y se mudaba con sus reliquias, con sus fantasmas parciales y anatómicos; con una familia reducida, inanimada, a cuestas.

Cuando tenía cuarenta y cinco años, de paso en Italia, quiso ver la tumba de su hijo y confirmó los rumores: no estaba. Era una mujer de aspecto frágil, baja y muy blanca. Caminó por el cementerio, preguntó, buscó la tumba y no tuvo suerte, no pudo encontrarla. A otras madres les pasaba lo mismo. Los cementerios estaban desordenados. Había viudas perdidas, padres que exigían explicaciones al cuidador y la administración. Pero en su caso parecía el colmo, una ironía macabra: era Mary Shelley, había escrito un libro que todos asociaban a los ladrones de tumbas. Los cementerios le pertenecían por derecho de escritura, eran su zona literaria.

Años más tarde, un cáncer cerebral le tomó todo el cuerpo. El dolor de espalda la postró y perdió la sensibilidad gradualmente, hasta dejar de sentir todo, incluso el dolor. Un día escribía una carta y las palabras empezaron a deshacerse en el papel, se le fueron de las manos. Después se quedó muda, pero antes dijo que quería que la enterrasen con sus padres en Londres, en el cementerio de Saint Pancras.

A veces es difícil cumplir con la última voluntad de los seres queridos. Hay trámites que se interponen, problemas prácticos que impiden. La enterraron en Bornemouth, al sur de Inglaterra. Pero el tiempo terminó dándole el gusto y los cajones de sus padres viajaron hacia ella. Mary Shelley está enterrada con sus padres, con el único hijo que la sobrevivió y su nuera. Está enterrada con ellos y las reliquias que encontraron en su escritorio, guardadas con llave.

Encontraron papeles, un cuaderno de apuntes que había escrito con su marido, el corazón de su marido —envuelto en la primera página del poema Adonais— y reliquias de sus hijos.

Así, bajo una lápida sobria de mármol, el cuerpo de la mujer que escribió la historia del monstruo hecho de cadáveres, preside una funesta compañía familiar. Ese sepulcro es casi un cementerio resumido.

La vida de Mary Shelley también estuvo asociada a los cementerios desde la infancia. Vivió en un tiempo de ladrones de tumbas, disecciones y colecciones de Anatomía, un tiempo romántico de morbo y culto a la Vida. La presencia de la muerte y sus especialidades no era algo inusual en la vida de la gente, al contrario, pero llegó a extremarse en la suya. Respiraba ese clima. Hizo algo sorprendente con eso. Lo contó. Y ahora está enterrada con su propia colección.

La tumba de Mary Shelley es muchas tumbas a la vez. Si alguien la abriera y armara la figura de pelos, huesos y cenizas unidos por la sangre que ya no puede verse, no daría con un cuerpo humano regular sino con una criatura diferente, como un monstruo. Desandar el camino de ese cuerpo extraño es el propósito de estas páginas.

2.
Nacer

Su madre era alemana y había muerto al dar a luz…

MARY SHELLEY, Frankenstein , tercera edición, 1831

Nació el 30 de agosto de 1797. A los diez días, murió su madre. El padre, William Godwin, escribió en su diario: «10 de septiembre, domingo. A las ocho menos veinte…» y dejó de escribir.

Los padres creían que llegaba un varón y habían decidirlo llamarlo William, como el padre: William Godwin. Pero fue una mujer y la llamaron como la madre: Mary Wollstonecraft Godwin. El padre era un pensador y escritor reconocido, su madre era una escritora y pensadora de avanzada. Mary, la recién nacida, quedaba con su padre y una media hermana de tres años: Fanny Imlay, hija de la historia complicada de su madre con el señor Imlay.

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