Esther Vilar - El varón domado
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- Libro:El varón domado
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1973
- Índice:4 / 5
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El varón domado: resumen, descripción y anotación
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1.ª: El alemán dispone de un término simple (Mensch) para el concepto de «ser humano», y de otro (Mann) para el concepto de «ser humano varón». Las lenguas latinas tienen que contentarse con el derivado de homo, que, trátese de uomo, homme, home, «hombre», etc., dice él solo, según los casos, Mensch o Mann. Avergoncémonos. Y resolvamos el problema usando oscilantemente —pero sin posibilidad de confusión— «hombre», «varón», «ser humano» e incluso (creo que solo una vez) «Homo sapiens». «Mujer» no tiene problema. Porque, aun cuando los alemanes disponen, también en este caso, de un matiz para nosotros desconocido —Weib, neutro, la mujer en cuanto hembra de la especie Homo sapiens, y Frau, femenino, la mujer en cuanto compañera del (hoy degradado) Herr, señor—, en este caso el matiz es feudalizante y son ellos los que se tienen que avergonzar.
2.ª: Der dressierte Mann significa literalmente «el varón amaestrado». Con el galicismo dressieren los alemanes designan la actividad de amaestrar animales, salvajes o domésticos, principalmente para el circo; pero también el corriente amaestramiento de los perros, por ejemplo, para que realicen actividades o adopten posturas más o menos caricaturescamente humanas. Por lo tanto, «el varón amaestrado» habría sido traducción más literal del título alemán. Pero el sustantivo correspondiente al verbo dressieren —Dressur— significa, en general, el arte del domador y su efecto. En castellano decimos domador, no amaestrador. Consiguientemente, Dressur se debe traducir por «doma». Ocurre, además, que el arte del domador incluye, junto con el primario y básico dominar, también el amaestrar. Por donde «amaestramiento» se puede considerar incluido en la comprehensión de «doma». Por último —en enunciación y en importancia—: siendo el de traducir un oficio hecho principalmente de represión, y siendo particularmente represiva la traducción de este libro, me ha parecido peligroso para mí imponerme la represión ulterior de renunciar a retorcer —por lo demás, con completa fidelidad a la autora— la habitual traducción castellana del título de la comedia de Shakespeare (La fierecilla domada). Eso sin olvidar el viejo y cruel romance castellano del mismo tema luego dramatizado por Shakespeare. Etcétera. El varón domado quiere decir, pues, «el varón domado con amaestramiento». Y en la traducción se usa «doma» connotando conscientemente también «amaestramiento».
MÁXIMO ESTRELLA.
El MG amarillo limón se inclina y da bandazos. La mujer —joven— que lo conduce lo frena sin demasiada prudencia, baja de él y descubre que la llanta delantera izquierda está en el suelo. No pierde un instante en tomar medidas para la reparación de la rueda: inmediatamente lanza miradas a los coches que pasan, como si esperara a alguien. No tarda en detenerse una furgoneta, al percibir su conductor esa señal de desamparo femenino recogida por todos los códigos («débil mujer abandonada por la técnica masculina»). El conductor nota al instante lo que hay que hacer. «Enseguida estará», dice consoladoramente, y, como prueba de su resolución, pide a la accidentada que le dé el gato. No le pregunta siquiera si ella misma sería capaz de cambiar la rueda: ya sabe que no lo es (la mujer tendrá unos treinta años, va vestida a la moda y bien maquillada). Ella no encuentra gato alguno en su MG, razón por la cual el de la camioneta va a por el suyo; de paso se trae más herramientas, por si acaso. Le bastan cinco minutos para solventar el asunto y colocar la rueda pinchada en el lugar previsto en el MG. Tiene las manos manchadas de grasa. La mujer le ofrece un pañuelito bordado que él rechaza cortésmente. Siempre tiene a mano en la caja de herramientas un trapo y gasolina, precisamente para casos así. Ella da las gracias exuberantemente y pide perdón por su torpeza «típicamente femenina». Si él no hubiera pasado por allí —declara— se habría tenido que quedar probablemente hasta la noche. Él no contesta, sino que, una vez que ella se ha sentado de nuevo ante el volante, le cierra con delicadeza la puerta y aún le aconseja por la ventanilla, que ella ha bajado, que cambie pronto el neumático pinchado. Ella contesta que lo hará aquel mismo día en la estación de servicio a la que suele ir. Y arranca.
El hombre ordena las herramientas en la caja y se vuelve hacia la camioneta, lamentando no poder lavarse las manos. Tampoco lleva tan limpios los zapatos, pues para cambiar la rueda ha tenido que chapotear en una zona de barro; y su trabajo —es representante— requiere calzado limpio. Tendrá que darse prisa si quiere alcanzar al cliente que sigue en su lista. Pone el motor en marcha. «Estas mujeres» —va pensando «no se sabe nunca cuál es la más tonta»; y se pregunta en serio qué habría hecho aquella si él no hubiera pasado por allí. Acelera imprudentemente— muy contra su costumbre —con objeto de recuperar el retraso que lleva. Al cabo de un rato empieza a tararear algo en voz baja. Se siente feliz de alguna manera.
La mayoría de los hombres se habría portado de ese modo en la misma situación; y también la mayoría de las mujeres: sobre la sencilla base de que el hombre es un hombre y ella es algo enteramente distinto, a saber, una mujer, la mujer hace sin el menor escrúpulo que el varón trabaje para ella siempre que se presenta la ocasión. La mujer de nuestro incidente no habría podido hacer más de lo que hizo, esperar la ayuda de un hombre; porque lo único que ha aprendido a propósito de averías automovilísticas es que hay que cargar la reparación a un hombre. En cambio, el hombre de nuestra historieta, que soluciona velozmente, con conocimiento y gratis el problema de una persona desconocida, se ensucia el traje, pone en peligro la conclusión de su trabajo del día y, al final, se pone en peligro incluso él mismo por la necesidad de correr exageradamente, habría podido arreglar una docena más de averías del coche, aparte de la de la rueda, y lo habría hecho si ello hubiera sido necesario: para algo ha aprendido a hacerlo. ¿Y por qué se va la mujer a ocupar de reparaciones si la mitad del género humano —los varones— lo sabe hacer tan bien y está tan dispuesta a poner sus capacidades a disposición de la otra mitad?
Las mujeres hacen que los varones trabajen para ellas, piensen por ellas, carguen en su lugar con todas las responsabilidades. Las mujeres explotan a los hombres. Y, sin embargo, los varones son robustos, inteligentes, imaginativos, mientras que las mujeres son débiles, tontas y carecen de fantasía. ¿Cómo es que, a pesar de ello, son las mujeres las que explotan a los hombres, y no a la inversa?
¿Será, tal vez, que la fuerza, la inteligencia y la imaginación no son en absoluto condiciones del poder, sino de la sumisión? ¿Que el mundo esté gobernado no por la capacidad, sino por los seres que no sirven más que para dominar, o sea, por las mujeres? Mas, de ser así ¿cómo consiguen las mujeres que sus víctimas no se sientan humilladas y engañadas, sino como lo que en modo alguno son, como dueños, como «señores»? ¿Cómo consiguen las mujeres inspirar a los varones ese sentimiento de felicidad que experimentan cuando trabajan para ellas, esa consciencia orgullosa de su superioridad que les espolea a rendir cada vez más?
¿Cómo no se desenmascara nunca a las mujeres?
¿Qué es el varón? El varón es un hombre o ser humano que trabaja. Con ese trabajo se alimenta a sí mismo, alimenta a su mujer y a los hijos de su mujer. Una mujer es, por el contrario, un hombre (un ser humano) que no trabaja, o que solo trabaja transitoriamente. La mayor parte de su vida se la pasa sin ganarse su alimentación ni la de sus hijos, por no hablar ya de la de su varón.
La mujer llama masculinas o viriles
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