Colección: Sex Code
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Título: Sex Code
Subtítulo: El manual práctico de los maestros de la seducción
Autor: © Mario Luna
Copyright de la presente edición © 2007 Ediciones Nowtilus S.L.
Doña Juana I de Castilla 44, 3o C, 28027 Madrid
www.nowtilus.com
Editor: Santos Rodríguez
Coordinador editorial: José Luis Torres Vitolas
Diseño y realización de cubiertas:
Opalworks Diseño y realización de interiores: JLTV
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
ISBN 13: 978-84-9763-374-1
Libro electrónico: primera edición
ÍNDICE
Querido lector, felicidades.
Te felicito porque creo que hace falta cierto coraje para invertir dinero en un libro como este. En un mundo en que los hombres fanfarronean a menudo sobre su capacidad para atraer al sexo opuesto y ocultan avergonzados sus fracasos con las mujeres, no es fácil admitir que uno no disfruta del éxito que quisiera en este terreno tan personal.
Yo mismo conozco a mucha gente con serios problemas para atraer a las personas que les gustan y que son, con todo, incapaces de reconocerlo. A menudo, ni siquiera se lo reconocen a ellos mismos.
Por ello, no me importa el nivel de éxito de que goces ahora mismo con las mujeres. Puede que ya te vaya bien y solo quieras mejorar o profundizar en tu conocimiento. o puede que, como yo en otro tiempo, te consideres un auténtico "caso desesperado". En cualquiera de los casos, mereces todo mi respeto.
Sea como fuere, creo que has dado ya un paso importante. Pues, si no me equivoco, acabas de plantearte algo que la mayoría de la gente rara vez se plantea. Acabas de plantearte mejorar. Algo, querido amigo, que siempre ha sido y será digno de admiración.
Ahora, mi objetivo no es otro que el de acompañarte en este camino de mejora constante que acabas de emprender. Espero que el manual que tienes entre manos te ayude a recorrerlo. Si con él logro contribuir a que tu vida resulte más excitante y divertida, me daré por satisfecho. Si, además, sirve para que muchas mujeres se den a sí mismas la oportunidad de conocer a alguien tan especial como tú y de pasar momentos inolvidables junto a ti, me consideraré realmente afortunado.
Paso, sin más dilación, a ofrecerte mi Sex Code. El libro que — espero— te permitirá decodificar la clave de esa felicidad que durante tanto tiempo, en mayor o menor medida, se te ha estado resistiendo.
UN POQUITO DE MI HISTORIA
PERSONAL
A ntes de entrar a abordar ningún otro tema, me gustaría responder a una pregunta que podrías llegar a plantearte:
¿Qué puede llevar a un hombre a querer consagrar su vida al estudio de la seducción?
Para contestar a esta legítima pregunta, he decidido compartir contigo un par de historias personales. Creo que en ellas encontrarás una respuesta bastante satisfactoria.
EL DÍA QUE TOQUÉ FONDO: LA HISTORIA DE MARTA
Por un momento, me sentí casi satisfecho.
La habitación estaba hecha un desastre. Había velas consumidas, un cenicero volcado, botellas vacías y un montón de cds desparramados por el escritorio. El sol, que empezaba a enseñar los dientes, se colaba por las rendijas de la persiana cerrada. Quedaba poco para que el verano se pusiera a reclamar lo que era suyo.
Normalmente no fumo, pero la noche anterior había sido una excepción. Decidí que aquel día también iba a serlo, así que saqué un cigarrillo del paquete que había sobre la mesilla, lo encendí y le di una larga calada.
Con el humo, me invadió una extraña sensación de triunfo. Era como si algo en aquella paz vampírica me hiciese sentirme más auténtico, más libre, más especial, más… ¿Me atrevería a decir más hombre?
En medio de aquel desastre, me costaba identificar qué era. En principio, no parecía haber nada mágico en los condones que salpicaban el cuarto aquí y allá, ni en las prendas de ropa que adornaban el suelo, las sillas o el marco de la ventana. Pero hubiese jurado que había algo en todo aquello que me gustaba. Y, más allá de toda duda, la botella de güisqui a mi derecha y la silueta femenina que yacía a mi izquierda también contribuían a hacerme sentir importante.
Por supuesto, siempre podía adoptar una actitud fría y concluir que, sencillamente, una interminable noche de sexo había liberado en mi cerebro suficientes endorfinas como para animar a un elefante. Especialmente tras una mala racha de varios meses, durante la cual no había echado un solo polvo.
¿Habría, por fin, terminado la mala racha?
Entonces Marta despertó. Y sus primeras palabras tuvieron el efecto de una sacudida eléctrica, devolviéndome de inmediato a la realidad. Una de la que llevaba huyendo durante años y que quería olvidar a toda costa.
En un intento desesperado por anular mi conciencia y, con ella, lo que estaba empezando a sentir, apagué el cigarrillo, puse a Marta boca abajo y le bajé las braguitas justo por debajo de las nalgas. Ella aceptó mis maniobras con total sumisión, lo cual no tardó en excitarme de nuevo. Me enfundé un preservativo y empecé a penetrarla.
Una vez más, había logrado olvidar muchas cosas. Entre ellas, algunos de mis principios. Algo que, siempre que pudiera mantener a la realidad a raya, tampoco importaba demasiado. Y alejar la realidad era, precisamente, un cometido que la lujuria del momento parecía satisfacer bastante bien.
Pero todo acaba.
Y aquello también lo hizo. Acababa de eyacular y estaba haciendo un nudo en el preservativo. Tenía una sensación extraña en la boca.
—¿Cuáles son tus planes? —preguntó ella.
—No lo sé —respondí—. Creo que igual me voy de esta ciudad.
Aunque no estuviese planeando hacerlo, aquella hubiese sido una buena respuesta igualmente.
—Bueno —concluyó—. Si pasas por aquí, ya sabes dónde estoy.
Aunque a simple vista parecía una chica del montón, Marta se diferenciaba de las demás. No era como las otras treinta que meses antes no habían querido quedar conmigo.
Marta era otra cosa.
En ese momento recobré la conciencia de ello. Y las endorfinas de cien mil elefantes no bastarían ya para sustraerme de que…
—Son ciento veinte euros… —dijo.
Había pagado por follar. Una vez más.
Algo que, en condiciones normales, me había jurado no volver a hacer.
Pero mis condiciones distaban mucho de ser normales. Yo estaba desesperado. Desesperado sexual, emocionalmente. Y lo estaba hasta tal punto que había besado apasionadamente a Marta una y otra vez. Incluso había logrado olvidarme de lo mal que fingía.
Ahora, en su forma de hablarme y de mirarme, no había nada similar al amor o la atracción. Y, aunque intentaba ir de amiga cómplice, sabía que en el fondo me despreciaba. Como despreciaba a la mayoría de sus clientes.
Curioso, ¿no?
Ya desde la primera frase que cruzamos, desde su primera mueca de asco, me había estado preguntando si sería capaz de pagar por su desprecio. Y ahora, mientras yacía a su lado, me percaté de que esta era ya la segunda vez que me demostraba a mí mismo que era más que capaz de hacerlo.
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