Wil McCarthy
El
Cola p sio
Reino del Sol 1
Traducción de David Cruz Acevedo
Sinopsis
En el reino de Sol, los secretos de la materia han sido descifrados y la misma muerte es solo un recuerdo gracias a dos asombrosas tecnologías, la roca pozo y el colapsio. Bruno de Towaji, inventor de este último, sueña con construir un artefacto capaz de sondear los lugares más remotos del espacio tiempo. Marlon Sykes, su rival en el amor y en la ciencia, trabaja en un vasto proyecto: la construcción de un anillo de colapsio alrededor del sol. Pero en el momento en el que un despiadado saboteador ataca el anillo de colapsio, ambos científicos tienen que dejar a un lado su enemistad personal y unir sus prodigiosos intelectos para prevenir la destrucción del sistema solar… y de toda la vida que hay en él.
Wil McCarthy es novelista, escribe sobre ciencia para el canal SciFi y trabaja en la investigación aeroespacial. De sus obras se ha dicho que tienen ecos de Arthur C. Clarke. El colapsio es su novela más ambiciosa, sorprendente y original hasta la fecha.
2º del Premio Nebula (2002) [Novela]
Título original: The Collapsium
© 2000 by Wil McCarthy, published by La Factoría de Ideas in arrangement with the author, c/o BAROR INTERNATIONAL, INC., Armonk, New York, U.S.A.
Ilustración de portada: Jim Burns
Diseño de colección: Alonso Esteban y Dinamic Duo
Colección Solaris Ficción nº 134
Derechos exclusivos de la edición en español: © 2010, La Factoría de Ideas.
C/Pico Mulhacén, 24. Pol. Industrial «El Alquitón». 28500.
Arganda del Rey. Madrid. Teléfono: 91870 45 85.
www.lafactoriadeideas.es
ISBN: 978-84-9800-535-6
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Para Quentin y Casey, porque así lo dije
Me gustaría dar las gracias de corazón a Chris Schluep, Shelly Shapiro, Scott Edelman, y Simon Spanton por haber entendido y creído en este proyecto. No os cambiaría ni por diamantes. También estoy en deuda con Gary Snyder por su ayuda a la hora de fijar las ideas básicas sobre las que descansa la novela. Richard Powers, y especialmente Shawna McCarthy por haber sido tan difícil de complacer. Las muchas personas que ayudaron en los detalles técnicos están enumeradas por separado en el apéndice C, pero doy gracias aquí a Bernhard Haisch por su inspiración y por haber sido un magnífico y sabio consejero, y a Sid Gluckman por haber creado un lugar en el que la imaginación es importante.
Doy las gracias a Errol H. y a Vincenc Ruillop por su ayuda en temas de lengua y cultura tongana, y a Periques des Palottes por la información sobre Cataluña.
Muchas gracias también y mis disculpas a aquellos que se enfrentaron a los primeros borradores de esta historia, entre otros a Geoffrey A. Landis, Stanley Schmidt, Richard Powers, Maureen F. McHugh, y a Cathy, mi tan sufrida copiloto.
Perico de los Palotes es una «persona indeterminada, un sujeto cualquiera», según la Real Academia de la Lengua, tal como Fulano o Mengano.
p rimer libro
érase una vez una materia contraída
1
en el que se interrumpe un experimento importante
En la octava década del reino de Sol, en un planeta diminuto en mitad de las profundidades del cinturón de Kuiper, vivía un hombre llamado Bruno de Towaji quien, en el momento de nuestra temprana atención, comenzaba su tresmilésimo octogésimo octavo paseo mañanero alrededor del mundo.
La palabra «mañanero» se usa aquí con precaución, ya que en su camino pasaba por el día y la noche y vuelta a empezar sin detenerse a descansar. Era un planeta extremadamente pequeño, de apenas seiscientos metros de diámetro, rodeado por un «sol» y una «luna» aún más pequeños, que eran invención del propio Bruno.
Camine con él: vea sus pasos atravesando la pradera florecida, sienta el picor del polen en su nariz y ojos. Ahora adéntrese en el bosque de mediodía, con sus rayos de luz solar filtrándose con calidez a través de las copas. Los árboles son bajos y anchos: cítricos, madreselvas y cornejos; no se trata tanto de una umbría maleza habitada por hongos como una rendición ante las leyes de la física, pues unos árboles más altos alcanzarían la troposfera. Tal y como se ve, las ramas más altas cepillan y separan las hinchadas nubes de verano que pasan.
Atraviese las colinas del Norte; observe el arroyo que serpentea por ellas; vea como el bosque da paso a los sauces en su orilla. El puente es un pintoresco y diminuto arco hecho con madera del lugar; al otro extremo se encuentran las praderas de la tarde, los jardines vegetales atendidos por robots de espaldas encorvadas, los campos de cebada salvaje y de maíz desatendidos, iluminados por rayos oblicuos. Detrás de usted, el sol se hunde hasta desaparecer tras el horizonte del planeta que se curva violentamente. A pesar de la refracción de las brumas atmosféricas, la oscuridad llega de repente, y con ella el terreno se hace rocoso, no dentado, sino plano y duro, lleno de rocas desperdigadas, moteado por resistentes arbustos mediterráneos. Pero aquí el arroyo vuelve a serpentear, y mientras la tarde se disuelve en la noche, su canal se ensancha en una marisma de espadañas y por fin se introduce en un pequeño mar de agua fresca. A veces la luna sale, dibujando largos reflejos blancos sobre la silenciosa superficie, pero hoy tan solo están las estrellas y la bruma de la Vía Láctea y el lejano punto donde brilla Sol. Aquí abajo se encuentra toda la historia; si lo deseas, puedes cubrir a la raza humana con la mano.
Empieza a hacer más frío; compruebe como el planeta lo protege a usted del pequeño sol, que es la única fuente local de calor, y el frío mortal del espacio exterior está tan cercano que podría lanzar literalmente una piedra a sus profundidades. Pero la playa conduce hacia las praderas del crepúsculo, el horizonte se enciende con una luz dispersa, y de repente llega de nuevo la mañana. El sol se extiende cálido sobre el redondo borde del planeta. Y allí está la casa de Bruno: achaparrada, con brillos blancos como el mármol y amarillos de la mañana. Ha caminado poco más de dos kilómetros.
Tal era el paseo mañanero de Bruno, muy parecido a todos los demás. A veces agarraba un abrigo y tomaba la otra ruta, por las colinas, por los polos, a través de la oscuridad, del frío, del calor. Pero era tan solo puro masoquismo; la ruta polar era de hecho más corta, y mucho menos paisajística.
Ya había tomado el desayuno; el paseo le ayudaba a hacer la digestión, a fortalecer su mente para las necesidades del día: sus experimentos. La puerta principal se abrió ante él. Dentro, unos robots sirvientes se apartaron de su paso con elegancia, suministrándole un camino despejado hasta el estudio, y se inclinaron a su paso, aunque les había dicho miles de veces que no lo hicieran. Refunfuñó sin decir nada al pasar. No contestaron, por supuesto, aunque sus cuerpos de maniquí de bronce y hojalata zumbaban y resonaban imbuidos de una leve vida. Mecánicos, liberados de lo que supone tener imaginación o carecer de ella, estaban totalmente dedicados a su comodidad, su satisfacción.