Mariela Saravia - El diario (Preciado secreto 2)
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- Libro:El diario (Preciado secreto 2)
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- Año:2016
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El diario (Preciado secreto 2): resumen, descripción y anotación
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Serie: Preciado Secreto
Libro 2
El diario
Mariela Saravia
Todos los derechos reservados Copyright© 2016 Mariela Saravia. Esta obra original, fue realizada y editada por Mariela Saravia y está protegida por las normas de derechos de autor y conexos, conforme a los lineamientos de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual.
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Contenido
Madeleine Wauters descubre todo su pasado, al leer el diario de su madre Francis junto a las cartas entre ella y Arthur. ¿Es que acaso tuvieron un romance? Madeleine no puede creer todo lo que aquellas hojas ocultan, y por fin logra descubrir que ella es la hija legítima de ese jovencito que amó tanto a su madre, y que a la vez su propio esposo Roger, resulta ser su propio primo. No sabe si sentir melancolía y alegría ante tanta euforia, o si avergonzarse que su padre era veinte años menor que su madre.
¿De verdad el amor no tiene edad? ¿Podrá ese preciado secreto que Francis ocultó durante más de cuarenta años, ser al fin revelado?
“Para el verdadero amor, no hay edad… para los placeres de la vida no hay tiempo. Y para ser madre, solo basta con tener un corazón capaz de cargar con un hijo por el resto de su vida ”
Charleston, 1910
Iba de regreso a casa con el corazón convulsionado y la mirada llena de nostalgia. Pensaba en los tantos secretos que descubriría en el diario de mi madre, pero lo poco que supe en aquellas tres cartas, fue lo que me dejó con una tremenda urgencia por responder diversas preguntas, entre ellas: ¿Qué había pasado con mi madre, después de que Arthur se fuera de casa? ¿Logró mi padre trabajar de médico y casarse como siempre había soñado? ¿Qué había sido de la familia de Arthur y de sus hermanas?
Entonces recordé aquellos años, cuando mi madre me llevó a un hotel en New York, recordé aquel hombre apuesto de unos cuarenta años, que a pesar de su porte atractivo, parecía mucho mayor. Dentro de sus ojos se agitaba con esfuerzo una llama de ilusión por la vida y sus labios inexpresivos, formaron una cálida sonrisa tras observarme caminar de la mano de mi madre. El salón era muy amplio pero para Francis y para mí, solo existía aquel hombre al que mi madre saludó con cierta distancia fingida. Luego me lo presentó como un viejo amigo.
Ansiaba leer el resto de las cartas que con suerte, desenmarañarían todo aquel lío, a la vez que también anhelaba conversar con mi esposo, sobre mi pasado al fin resuelto. Mi vida y la de mis padres, se resumía apretada en unas cuantas letras.
Me pregunté entonces: ¿Será posible algún día contar esta historia y enviarla a la imprenta, para que se conozca en toda nación el poder de lo que significa, cargar a cuestas con un amor prohibido, un preciado secreto?
Entonces al entrar a casa y recibir su aroma tan característico; al mirar a mis dos hijas corriendo por el jardín, volví a recordar aquella frase: “para el verdadero amor, no hay edad… para los placeres de la vida no hay tiempo. Y para ser madre, solo basta con tener un corazón capaz de cargar con un hijo por el resto de su vida”
Entré al salón, con los pies hinchados y el cuerpo adolorido. Eran las dos de la tarde de un domingo del mes de octubre. La casa estaba en silencio, salvo por los sonidos característicos de aquel clima otoñal. Beatriz me seguía a mis espaldas, dando órdenes al resto de sirvientes para que se encargaran de llevar la ropa sucia a la lavandería, y después subir los baúles al dormitorio. Estaba ansiosa por comenzar a leer el diario de mi madre, antes de leer el resto de cartas las cuales tampoco eran muchas. Pensé que en ese orden me sería más fácil comprenderlo todo.
–¡Qué alegría que estés de vuelta Maddy!- saludó mi esposo ilusionado, sacándome de mis cavilaciones. Miré sus ojos centelleantes en felicidad y su sonrisa pícara que tanto me agradaba –Te extrañé mucho.
Le sonreí de vuelta, y me aferré a su cuerpo. Cuanto extrañaba su calor, su aroma. Me sentía muy sensible después de pensar en mi madre y recorrer aquellos tramos del sur.
–Yo también cariño- le saludé con un beso dulce en los labios. De no haber estado tan cansada por el viaje, hubiera sido un saludo más efusivo, pero Roger estaba tan feliz de tenerme de vuelta, que no le importó cómo le saludara –Fue una larga semana. Ya ordené los papeles con el abogado y ahora la casa es nuestra. Bueno de nuestras hijas.
Roger sonrió de nuevo, marcándosele dos hoyuelos bajo los ojos, justo a cada lado de sus pómulos.
–Me agrada saberlo Maddy, estoy seguro de que tu madre está muy orgullosa desde donde te mira. ¿Descubriste algo nuevo? Es que te noto algo preocupada.
–Sí, en realidad descubrí más cosas de las que esperaba. Pero no quisiera contarte nada todavía, hasta no estar segura. Tengo la cabeza hecha un lío y hasta creo que he comenzado a sacar conclusiones erróneas.
–Tú y tú cabecita creativa- dijo simpático acariciándome las cienes –Me enamora tanto esa imaginación con la que has nacido- Roger me besó cariñoso la frente, y luego de soltar mis manos, me hizo un masaje en los hombros. Acercó su rostro al mío y susurró: –No te canses mucho querida, estaré en la oficina por si me necesitas.
Asentí un tanto distraída. Me llevé el diario de mi madre a la terraza y me dejé caer en el sillón floreado. El viento próximo al invierno soplaba con poder en mi rostro, agitándome el cabello y los vuelos del vestido. Las hojas del jardín se elevaban sobre el suelo, y volaban por el cielo como papeles de tafetán. Me acomodé mejor en el asiento y comencé a leer.
&&&
Richmond, 1866
La casa estaba tan vacía sin la presencia de Arthur, que por un momento comencé a mirarlo y a sentirlo en cada rincón de la cabaña. Por las noches sentía cómo se acercaba a mi cuerpo, para arroparme como lo hizo durante tres años. Olía su perfume al despertar y dormía con su recuerdo cada noche. Pensaba donde se encontraba y cómo se sentía, si aún me extrañaba o si ya me había olvidado. Otras veces me culpaba por haberlo sacado así de mi vida, si era lo único bueno que me había pasado en años, pero no podía ser tan egoísta. Él tenía un futuro por vivir, sueños que deseaba cumplir y no me perdonaría jamás, ser la causa que terminó con ellos. Cerré los ojos mientras las gruesas lágrimas me salían a borbotones por los ojos, recordé la forma tan cruel de echarlo fuera de mi vida. Me partió el corazón, lo saqué como si fuera una basura. Pero estaba llena de miedo, y debía parecer fuerte e insensible aunque por dentro me moría de pesar.
Lo nuestro no tenía futuro, aunque durante esos años creí ingenuamente que el amor podía contra cualquier adversidad. Imposible era sacarme de la cabeza aquella triste y real visión. Una realidad que me hizo despertar de un sueño, al comprender que Arthur estaba en la flor de la vida y que merecía algo más que solo unos cuantos momentos románticos.
–¡Debes marcharte!
Dije sin permitir que la tristeza se reflejara en mis ojos, o me quebrara la voz. El rostro de Arthur cambio de gesto, petrificándose en una masa de piedra.
–¿Porque?- preguntó alterado y sorprendido. Dejó caer el hacha a sus pies y el pollo que iba a degollar para el almuerzo, salió revoloteando feliz de que le perdonaran la vida–Yo te amo Francesca– dijo aferrándose a mis manos, deseoso de abrazarme en esos momentos y fundirse con mi cuerpo para que nada jamás nos separase –No puedes sacarme así de tu vida– sus ojos se aguaron y su frente se contrajo en arrugas prematuras. Me alejé todo cuanto pude de su cuerpo, para no arrepentirme de aquello que estaba haciendo. Pero Arthur se acercó más a mí, acorralándome entre el árbol y una de las paredes de la cabaña –Dime Francis, ¿Por qué quieres que me vaya?– habló cerca de mi rostro, intentando convencerme de mi error, tras un beso que negué al apartar mi rostro –Dios… dime ¿Qué voy a hacer sin ti?
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