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Juan Montoro - Diario de congresos y otros saraos

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Juan Montoro Diario de congresos y otros saraos
  • Libro:
    Diario de congresos y otros saraos
  • Autor:
  • Editor:
    Universo de Letras
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  • Año:
    2018
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Diario de congresos y otros saraos: resumen, descripción y anotación

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El Dr. Iván Eraso es un psiquiatra en paro que lleva una vida desastrosa, consistente en ingesta de comida precocinada y visionado de películas de romanos de bajo presupuesto. Un día, encuentra una botella de absenta en el saló y decide beberla entera. Cae dormido, y en su sueño lo acompañará Emil Kraepelin, uno de los padres de la psiquiatría moderna, quien le regala una acreditació mágica para ir de congreso en congreso comiendo canapés. Eraso comenzará un periplo aventurero en el que resolverá crímenes, luchará contra epidemias y salvará el mundo una o dos veces. Pero lo que no sabe el psiquiatra, es que las fuerzas mágicas que lo ayudan buscan utilizarlo para sus misteriosos fines. ¿Qué avatares se interpondrán en su camino? **

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Juan Montoro

Diario de congresos y otros saraos

Las aventuras del Dr. I ván Eraso

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Diario de congresos y otros saraos
Las aventuras del Dr. I ván Eraso

Juan Montoro

Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

© del texto: Juan Montoro, 2018
© de las ilustraciones: Saray García Rúa, 2018

Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com

universodel etras.com

Primera edición: agosto, 2018

ISBN:9788417274788
ISBN eBook: 9788417275693

A Nadia.

Es usted Iván Eraso Absenta Lo siento pero en esta comunidad no queremos - photo 2

—¿Es usted Iván Eraso?

Absenta

—Lo siento, pero en esta comunidad no queremos propaganda.

—No reparto propaganda. Le traigo una notificación del Servicio Nacional de Empleo. ¿Es usted Iván Eraso?

—Para servirle a usted.

Cruzaron mi mente varias ideas, pueriles, inútiles: no vivo aquí, no conozco a esa persona, ha muerto, se ha mudado, ¿de quién me habla? ¿Y de qué iba a servir? Ya sabía que mi prestación por desempleo se había agotado. Durante meses, había tratado de abrirme camino, de encontrar un trabajo típico o atípico, como psiquiatra, médico general, forense, traductor, asesor...; en la sanidad pública o privada; por cuenta ajena o propia. Tropecé con sonrisas condescendientes; ya te llamaremos, hemos despedido a diez, está todo muy difícil, ¿estás apuntado en la bolsa de empleo?

Y eso hice, apuntarme a bolsas de empleo de regiones que ni sabía que existían, ya estuviera en el puesto número uno o en el número cincuenta, nunca me llamaban. Mi currículum engordaba, cebado de títulos absurdos o serios, para alegría de la copista del barrio, a quien sostuve el negocio durante meses, y para desgracia de los diezmados bosques de la tierra, cuyo fruto celuloide nutría las papeleras de hordas de gerentes hospitalarios.

—Firme aquí.

—¿Quiere una cervecita?

El cartero me miró con cierto recelo y bajó las escaleras con su carrito amarillo, rebosante de malas noticias. La notificación, una vez abierta, leída y maldecida, fue a parar al rincón más sórdido de mi apartamento: la caja de los papeles inservibles que no se han de tirar.

El resto del día fluyó entre nebulosas depresivas, leve y pesado a la vez, y por fin se despejó a la hora de la cena, como sabía que sucedería; las comidas eran para mí oasis felices, siempre provechosos. En aquellos momentos, ningún mal existía, se tratara de manjares de rey o precocinados de solterón. Pero los lujos ya solo pervivían en el recuerdo. En su lugar, la realidad empanada esperaba en el congelador a convertirse en un par de sanjacobos.

Tras la cena y el yogur, ese día anhelaba, más que nunca, algo que me embotara, que amortiguara el torrente de ideas. Reparé en la botella de absenta que un amigo había dejado en mi casa, demasiado cara para beberla entera sin remordimientos, pero lo bastante llena como para que no se notase nada si me preparaba un par de copas.

El par de copas se convirtió en tres, luego en cuatro, luego en la penúltima. Los humoristas que me acompañaban desde la televisión cada vez me parecían más divertidos, al tiempo que su voz se iba alejando y apagando. Mientras tanto, el hada verde que vive en el ajenjo se abría camino y yo me dejaba vencer, la invitaba a entrar; ella me abrazó hasta que caí en un sueño más real que la vigilia, donde los colores resonaban con la música de otro mundo.

Mi caballo ha descansado lo bastante Reanudemos el camino Sueño De cómo el - photo 3

—Mi caballo ha descansado lo bastante. Reanudemos el camino.

Sueño

De cómo el Dr. Iván E raso , psiquiatra, vi sitó un l ejano desi erto . De las cosas que allí le acontecieron. De cómo conoció al viejo maestro, y del diálogo que mantuvieron ent rambos.

Sentí los rayos del sol rojo acariciando mi cuerpo. A mi alrededor solo había tierra. Me encontraba en un páramo reseco, desconocido, sin duda inhóspito y virgen. La luz, que lo llenaba todo, no solo no me dañaba los ojos, sino que me resultaba atrayente y tranquilizadora. Pronto, gracias a ella, sentí una extraña familiaridad en aquella región, como si la hubiera visitado en más ocasiones; no, como si hubiera vivido allí siempre. Me dirigí seguro hacia el sol, que mostraba tintes de ocaso, aunque yo sabía que estaba amaneciendo.

Me llenaba un fuerte sentimiento de certeza, de inmensa seguridad. Todo era a un tiempo familiar e ignoto, cotidiano e irreal, efímero y eterno. Y aquel astro era el mismo centro de la gran contradicción, brújula colorada cuya conducta no podía comprender, a la vez que la conocía desde el momento en que nací.

Caminé y caminé durante horas con el astro inmóvil, siempre tocando el horizonte. Y durante esas largas horas, que no me agotaron, solo me vi rodeado de tierra. Cuando caía la tarde, que sobrevino con la misma luz procedente del mismo Este, llegué a un arroyuelo macilento del que bebía un caballo enfermizo. Junto a él, sentado en una roca, descansaba su dueño, viejo y flaco, pero de alguna manera robusto. Poseía un mostacho del tamaño del mundo que infundía un respeto irresistible y una autoridad calma. Sus ojos eran amables y seniles, llenos de paz; sin que fueran necesarios gestos, me invitaron a acercarme.

Cuando llegué a su lado, el anciano me sonrió y habló con voz dulce:

—Oh, viajero, sáciate con mi agua, come de mi pan, bebe de mi vino.

—Gracias por el vino, pero creo que, por hoy, ya he bebido suficiente.

—Oh, viajero, caliéntate con esta mi leña, alivia tu piel con mis ungüentos.

—Gracias, gracias.

—Oh, viajero...

—Puede llamarme simplemente... —interrumpí.

—Dr. Iván Eraso, psiquiatra —cortó—. Ese es tu nombre, ¿no es así?

Asentí sin ganas de llevarle la contraria.

—Cuéntame qué te turba. Mi mente es lenta y vieja, pero guarda dentro de sí toda la fuerza de los años, toda la experiencia de una larga vida.

—Me turban unas cuantas cosas. Aunque el paseo de hoy me ha venido bastante bien, la verdad. Debería venir más por aquí. En poco tiempo me faltará lo que me acaba de ofrecer, amigo anciano: el pan. No encuentro trabajo y es posible que tenga que emigrar.

—Mi caballo ha descansado lo bastante. Reanudemos el camino.

De modo que seguimos el viaje, ya de noche, siempre hacia el Este, siempre con el mismo sol inmutable. Vi las primeras plantas: matojos de cardos, luego jaras punzantes, un pino, varios pinos, un bosque cada vez más espeso, un claro al que fuimos a parar. Amanecía de nuevo. El anciano montaba y, a pesar de que me ofreció una y otra vez subir a la grupa de su bestia, preferí caminar. Mis pies desnudos aplastaban la tierra e imprimían ligeras huellas; al mirar hacia atrás, vi que estas a veces se esfumaban y a veces se multiplicaban, como si las hubiera esculpido un fantasma o un enorme ciempiés. En un tramo, solo quedaron huellas del pie derecho, en otro, huellas de ave.

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