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Annotation
También se publicó en la colección Galaxia 2001, en el año 1982 y con el número 284.
No hubiese creído nunca experimentar una sensación tal de desasosiego aL acercarse a la Tierra. Normalmente, si las cosas hubiesen seguido su curso natural, Robert Scully hubiese sentido una alegría indecible al regresar al planeta; una alegría que expresase el rotundo triunfo logrado.
Pero la normalidad había desaparecido y la intranquilidad ocupaba el puesto que el regreso debía haberle proporcionado. Aunque en el fondo de su retorcido espíritu estuviese loco de contento de haber obrado como lo había hecho.
Sí las cosas hubieran sido completamente normales...
Trampa en los asteroides
H. S. Thels
Trampa en los asteroides
Espacio - El Mundo Futuro nº 134
© EDICIONES TORAY, S.A-1958
IMPRESO EN ESPAÑA
PRINTED IN SPAIN
Impreso por EDICIONES TORAY, S. A. —Arnaldo de Oms, 51 − 53-BARCELONA
CAPÍTULO I
No hubiese creído nunca experimentar una sensación tal de desasosiego aL acercarse a la Tierra. Normalmente, si las cosas hubiesen seguido su curso natural, Robert Scully hubiese sentido una alegría indecible al regresar al planeta; una alegría que expresase el rotundo triunfo logrado.
Pero la normalidad había desaparecido y la intranquilidad ocupaba el puesto que el regreso debía haberle proporcionado. Aunque en el fondo de su retorcido espíritu estuviese loco de contento de haber obrado como lo había hecho.
Sí las cosas hubieran sido completamente normales...
Pero no lo eran. Porque, allá abajo, si se podía hablar así, en aquel asteroide que habían visitado, quedaban los cadáveres de sus tres compañeros, que él había asesinado... y lo otro.
¡Lo otro!
Una sonrisa logró hacer desaparecer efímera y parcialmente las arrugas que plisaban su frente. Y se imaginó, solamente por hacerlo, lo que hubiese significado el regreso triunfal y oficial, sobre todo cuando se comunicase a las autoridades del Globo que había encontrado un yacimiento formidable de «cosmogium».Sólo una vez, en un importante laboratorio dependiente de los Estados Unidos del Mundo, se había logrado, después de experiencias costosísimas, sintetizar dos miligramos de aquel elemento químico que había escapado a la clasificación general de Nendeleieff.
Y tan insignificante cantidad de sustancia había servido para mover máquinas, producir energía y fuerza en toda América... ¡durante seis semanas! El solo, el «cosmogium», había suplantado los cientos de miles de pilas atómicas de todo un continente, proporcionando todo lo que ellas, con grandes cantidades de combustible radiactivo proporcionaban.
El descubrimiento del nuevo elemento había llenado de entusiasmo a los sabios y a los responsables de todos los Estados Unidos del Mundo, porque, como en otros tiempos había sucedido con el carbón y luego con el petróleo, completamente agotados ahora en la Tierra, la penuria de uranio, circonio, plutonio y todos los demás radioelementos utilizados como fuente de energía, empezaban a ensombrecer el panorama de una Humanidad que creía haber alcanzado el summun de una progresión geométrica en lo que se refería a la técnica.
Escaseando las fuentes radiactivas de energía, el problema se iba haciendo más agudo cada vez.
Por otro lado, todas las experiencias hechas para producir «cosmogium» habían fracasado, sobre todo por la carestía de los procedimientos, que elevaban su coste hasta un límite de imposible utilización práctica.
Robert sonrió.
Porque él sabía dónde se hallaba un yacimiento de aquel precioso elemento en el que, por lo menos, había mil toneladas de «cosmogium», cantidad suficiente —no había más que hacer unos sencillos cálculos— para proporcionar toda suerte de energía a la Tierra por largo tiempo.
Al recordar que se había hablado de que el precio de un miligramo de dicho mineral costaría, aproximadamente, cien millones de «states», Scully había estado muy cerca de la locura al intentar calcular lo que representaba el yacimiento que habían descubierto en lo, el pequeño asteroide que los
Tratados dé Astronomía describían con el número 85 de la clasificación general.
Medio centenar de kilómetros de diámetro, sin atmósfera, sin agua, lo era, como todos los demás pedazos cósmicos que flotaban entre Marte y Júpiter, un mundo minúsculo y peligroso, ya que la fuerza de gravedad era tan pequeña que cualquier movimiento podía hacer que un hombre se elevase cien metros de altura, haciendo imposible su regreso a la superficie del astro, de no poseer procedimientos y mecanismos que aumentasen considerablemente su peso durante su estancia en tales lugares.
Robert recordaba todas las dificultades que pasó, junto a sus compañeros, cuando recorrían los asteroides, estudiando su constitución. Muchas veces hubieron de salir en busca de un compañero que, súbitamente, se había elevado por los aires, al abandonar el peso que solían llevar en la mano para utilizarlo como lastre.
Pero todo aquello pertenecía a un pasado que él deseaba olvidar rápida y definitivamente; porque en aquel pasado había tres cadáveres, que había destruido sirviéndose de los ácidos que llevaban en la "astronave para los análisis petrográficos.
Antes loa había matado.
Lo hizo arteramente, por la espalda, cuando ellos no esperaban que la traición guiase la mano del que consideraban, más que como compañero, como un hermano de aquella expedición que, tres años antes, había salido de la Tierra, despedida con bombo y platillos.
¿Les esperaban?
Claro que sí.
Por eso tenía que ser hábil y penetrar en la Tierra por alguna parte donde las redes del radar no percibiesen su llegada. Ya había pensado hacerlo en los alrededores del desierto de Gobi, utilizando después el pequeño vehículo oruga que llevaba la astronave para alejarse de ella para siempre.
¿Y después?
Había hecho tantas cábalas, había pensado en tantas y tantas cosas, que no llegó jamás a tomar una actitud concreta respecto a lo que debía hacer. El secreto le quemaba muy dentro y no hacía más que pensar en la manera de orientar aquel «negocio», para sacar el mayor partido de él.
Desde luego, nada de avisar a las autoridades.
La astronave y todos los costos habían sido hechos por el Gobierno y era lógico que éste exigiese todo lo logrado, ya que se trataba de una expedición oficial.
El problema residía en encontrar a alguien que desease explotar el yacimiento, vendiéndolo después en la Tierra... ¿Cómo? Ese ya no era asunto suyo, sino del socio o los socios que tendría que buscar.
Él se limitaría a vender el yacimiento por un§ cifra enorme, lo suficiente para poder llevar una vida principesca, en cualquier parte del mundo con...
¿Cómo no había pensado en ella?
Entornó los ojos, mientras la imagen de una linda muchacha, de encendidos cabellos rojos, aparecía ante él, reflejándose en la convexa superficie del parabrisas del plexi.
¡Marion!
Nadie le ofreció nunca una confianza como la que había gozado al lado de aquella muchacha, que le quería de una forma completamente nueva en la vida de él, poco afortunado siempre con las mujeres.
Marión podía ser quien le ayudase, ya que la joven conocía a muchísima gente en Nueva York!
La conoció en una sala de fiestas.
Ella era la atracción máxima, con aquel nuevo ritmo, el «Stop all Stop», que causaba furor en todo el mundo. Robert, como todos los demás, había reído al oír las atrevidas frases de la canción, generalmente dedicadas al Gobierno mundial y a todo lo que podía ser motivo de crítica.