Dedicado a mi hermana, que me falta;
a mis padres, a quienes también les falta;
a mi tribu, que me ayuda a seguir;
a mi marido, por existir;
y a ti, siempre.
Seguí caminando
No me di cuenta.
Ocurrió todo tan despacio que, hasta que me encontré dentro, no me di cuenta de dónde estaba.
Inicié mi paseo por la playa, saboreando la brisa, con el sol apoyado sobre mis hombros y la suavidad de la arena caliente bajo mis pies.
Según avanzaba, esta se iba convirtiendo poco a poco en arenilla. De forma apenas perceptible en un principio, de vez en cuando una concha partida aparece y te pica.
Las pequeñas piedras me arañaban los talones, pero seguí caminando.
En algún momento, la arenilla desapareció. Cada vez había menos de esta y más piedras, pero ya me había acostumbrado al tacto.
Seguí avanzando, como siempre he hecho.
Las piedras se volvieron cada vez más grandes. Casi fue un alivio, porque molestaban al andar, pero no me rasguñaban.
Ahora necesitaba algo más de equilibrio al continuar; por suerte, siempre he sido buena en buscarlo. Primero, era fácil: reposicionar un pie, retroceder un pequeño paso.
No me había dado cuenta, pero se hacía de noche y el sol se estaba poniendo.
Entonces, empezó a refrescar, un alivio en la caminata, que cada vez se me antojaba más dura. Parecía que la playa, en vez de plana, fuera cuesta arriba. Tenía que esforzarme para mantener el equilibrio sobre las piedras.
Me costaba avanzar. Sudaba del esfuerzo, pero seguí caminando.
Apenas veía bien mis pasos, el sol se había ocultado por completo y solo me quedaba la luna.
El frío, al contacto con el sudor, me hacía temblar. El paseo había dejado de ser agradable. Quizá ya no se podía llamar así a eso de trepar entre las rocas.
Pero continué adelante.
Entonces, descubrí que no lograría avanzar más. Había una gran pared delante de mí. Había entrado en una cueva.
Me giré y vi la entrada, reluciendo con la luz de la luna. Quise dar un paso hacia ella para salir, pero mis pies estaban atrapados entre las rocas.
Entonces, comprendí que era tarde.
Quiero crear recuerdos contigo
Llevo mucho tiempo dándole vueltas. Quiero ser mamá y vivir la experiencia de criar a una pequeña personita, jugar con ella, hacer manualidades… y disfrutar de la infancia desde un punto de vista adulto.
Pienso en mi niñez y me divido entre una tristeza nostálgica y una felicidad intensa. Tengo muchos recuerdos de mi infancia, algunos muy buenos y otros no tanto. En la mayoría, está mi hermana, por supuesto; ella forma una gran parte de mi vida y constituye una piedra angular para mi maternidad.
Cuando echo la vista atrás, puedo recordar incluso la emoción exacta en muchas de esas ocasiones. Me encantaría traspasártelas.
Quiero regalarte ese tipo de momentos, en los que tu corazón late rápido y, al respirar, notas cómo el aire llena tus pulmones. Parece que no te cabe más en el pecho y vas a estallar de anticipación. Sonríes de oreja a oreja y te duelen los mofletes, porque llevas mucho rato con esa misma cara de ilusión. Te ríes, te ríes y te sigues riendo, como si alguien te estuviera haciendo cosquillas sin parar. Entonces, expulsas todo el aire que tenías dentro, te quedas sin aliento y notas el vacío interior. Pero es uno bueno, de esos que estás deseando llenar con el siguiente segundo de vida.
Sé que crearemos la mayoría de nuestros grandes momentos con la rutina del día a día. Los momentos especiales para realizar actividades únicas no lo serían si fueran costumbre. El día a día tiene una magia distinta, un sabor pausado, como la comida de puchero.
Conservo recuerdos rutinarios muy buenos de mi infancia y espero repetir contigo esas pequeñas cosas mágicas que mis padres hacían conmigo.
Quiero arroparte, igual que mi madre me arropaba a mí, sobre todo, en invierno. Me daba las buenas noches y me tapaba tan fuerte que parecía que no iba a poder moverme hasta el amanecer. Remetía las sábanas o el nórdico por ambos lados para que estuviera bien apretadita y no me entrara el frío por ningún lado. Luego, me regalaba un beso en la frente y su calor se quedaba conmigo toda la noche. Su amor se grababa en mi piel hasta el día siguiente, como si fuera un hechizo que ahuyentara los malos sueños.
Recuerdo que esa técnica adquirió incluso un nombre: «hacer el canelón», por la forma de envolver.
La rutina de cada noche se ha convertido en un gran recuerdo, sin necesidad de realizar nada grandioso ni especial. Solo el cariño y el amor de una madre que te arropa, te desea las buenas noches y te besa para despedirse hasta el siguiente día. Y aun así, en mi mente me transporto a esa niña y me reconforta.
También están las costumbres menos habituales, las de los fines de semana. Por una temporada, nos dio por cocinar pizza casera desde cero. La masa era muy divertida de preparar y nos podíamos pasar un buen rato con ella. Supongo que entretener forma una parte muy importante de ser madre. Luego, había que elegir lo que íbamos a poner encima. Siempre escogíamos un montón de ingredientes diferentes, los picábamos todos y, al colocarlos sobre la masa, cada semana, descubríamos lo mismo. Nos habíamos pasado de cantidad. Quedaba una pizza de casi dos dedos de grosor; una vez horneada, costaba comerla.
Pero nos daba igual, aunque tuviéramos que abrir la boca como si fuéramos anacondas para poder meterle un mordisco.
Creo que cocinar es una fuente de unión familiar muy importante, al menos así lo percibo en mis recuerdos. Para mí, implica más que preparar la comida que, de hecho, no se me da especialmente bien. Significa crear, mancharse, disfrutar, reír… Al final, te comes esa creación, la limpias o acaba en la basura… Pero los momentos al crearla van a quedarse por siempre grabados en la memoria, a pesar de lo que ocurra con ella.
Espero que a ti te guste estar con las manos en la masa en la cocina.
Para mí ya lo eres todo
Acaricio mi barriga incipiente con suavidad, como si pudieras notarlo a través de la piel, y con miedo a despertarte, por si estuvieras durmiendo, y perturbar tu sueño.
Sé que estás ahí porque me lo han dicho los médicos. He visto fotos en blanco y negro de un puntito blanco. También he escuchado una especie de galope de caballo extraño, que sale de tu interior. Es tu latido. Aún no tienes un corazón formado y parece que corras hacia la vida.
Suspiro y miro por la ventana. Hace frío y los cristales se han empañado. La ciudad se ha envuelto en la lentitud del invierno. Parece que ocurriera al revés que contigo.
Yo me he cubierto con una mantita, porque estoy helada. Desde que te tengo dentro de mí, parece que absorbieras todo mi calor para reunir energía y crecer. Duermo más que antes y estoy más cansada, así que diría que te estás llevando mi vigor.
Crece con salud. Crece y vive. Una pequeña lágrima se me escapa y se despeña por mi mejilla.
Aún no eres nada y, para mí, ya significas todo.
No posees manos ni pies, ni siquiera pareces una persona. Me da absolutamente igual. Solo quiero constituir un buen lugar para que crezcas. Espero mantenerte con seguridad dentro de mí durante las próximas semanas. Tú solo crece, poco a poco, a tu ritmo.
Me inundan tanto miedo y tanta ilusión. Quiero gritar a los cuatro vientos que estás dentro de mí, que por fin lo hemos conseguido y has decidido venir a ayudarnos a crear una familia. Pero debo tener cuidado, porque eres muy frágil y no hay nada seguro.