Alonso Maialen - La Mariposa Atrapada
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- Libro:La Mariposa Atrapada
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- Año:2015
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La Mariposa Atrapada: resumen, descripción y anotación
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L a Mariposa Atrapada
M aialen Alonso
La Mariposa Atrapada
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© Maialen Alonso
W eb de la Autora:
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V ectores; freepik
D iseño y maquetación: Maialen Alonso
1
Desastre
K ate se encontraba en el pequeño baño de su habitación. Luchaba por intentar arreglarse la melena oscura y ondulada en un sencillo moño para estar más cómoda en clase. Mientras se ponía el coletero, su mirada azul mostró sorpresa, pero en un par de segundos se esfumó para dibujar una expresión de cansancio en su rostro. Las discusiones en la cocina a primera hora de la mañana ya eran algo tan habitual que no provocaban nada más en ella, que un gigantesco agotamiento.
—Kate... —escuchó una voz suave que la obligó a sacar una falsa sonrisa antes de asomarse por la puerta abierta.
—No pasa nada Miranda, papá está cansado. Sabes que eso le pone de mal humor.
La niña de siete años se agarraba al pomo gastado de la puerta blanca fijando los ojos en su hermana mayor. Sufría cuando escuchaba las discusiones, y siempre acudía en busca de su consuelo.
Kate apartó los gruesos libros de la universidad y se sentó en la cama llamando a su hermana con un gesto, que soltó el pomo y corrió a sentarse sobre las rodillas de su protectora. Allí, Kate la acunó durante unos minutos mientras le acariciaba el pelo, hasta que por fin un portazo en el piso de abajo dio por zanjada la discusión.
—Ve a vestirte y desayunamos juntas. Hoy te llevaré yo al colegio. ¿Vale?
—¡Genial!
Bajó sabiendo lo que se iba a encontrar, lo único bueno de aquello era que no se preocuparía ni tendría ganas de llorar al ver a su madre o a su padre en la miseria. Con el tiempo, se había vuelto rutinario el mal ambiente familiar, así que simplemente lo aceptaba e intentaba llevarlo de la mejor manera posible. Al fin y al cabo, siempre era igual, los últimos cuatro años de su vida solo iban cuesta abajo.
Aquella mañana era el turno de su madre. Estaba sentada en la estropeada mesa de la cocina, con la cabeza hundida entre las manos y sin esconder los suspiros que soltaba intentando quitarse el ahogo que aprisionaba su garganta. Kate escuchaba un suave llanto y creyó ver caer una lágrima sobre la madera grisácea que había perdido su esplendoroso brillo con los años.
—Mamá... —la llamó— ¿Estás bien?
—Dios mío... ¿Qué vamos a hacer? Estamos en la ruina Kate... —murmuró gimoteando.
—Esa no es una novedad. Venga, todo se arreglará mamá, ten fe.
—¿Fe? —levantó la cabeza dejando que Kate viera el oscuro color y la hinchazón de sus ojos color almendra— La tendría si tu padre hubiera pagado la maldita hipoteca, ese descerebrado... ¡A saber qué cojones ha hecho con el dinero!
—¿Tan mal estamos? —se acercó preocupada.
—Peor que nunca... —se irguió sonándose la nariz con un pañuelo, después se frotó la frente con cansancio y miró a su hija mayor directamente a los ojos— Tenemos un pie en la calle.
—¿De qué hablas, mamá? —se sentó junto a ella prestando atención a la puerta, no quería que Miranda escuchase aquella conversación.
—Menos mal que tienes la beca de la universidad —comentó sintiendo alivio—. Tu padre... —continuó con cansancio— El muy idiota lleva casi tres meses sin pagar al banco, acaban de mandar el segundo aviso, el mes que viene nos vamos a quedar en la calle si no pagamos todo lo que debemos, intereses incluidos. ¡Yo ni siquiera había visto el primero! —gritó de pronto dando un golpe lleno de rabia en la mesa, que se tambaleó— Ese idiota cobarde lo escondió.
—Pero... ¿Y el dinero? Hemos estado trabajando día y noche desde navidad—repuso recordando los últimos meses en los que debido al cansancio, llegó a dormirse en clase.
—No lo sé, y no me dice qué ha hecho con él, ese bastardo seguro que lo ha apostado. Maldito idiota —se levantó aireando las manos—. Si no le quisiera tanto, se iba a enterar.
En aquel momento los pasos de Miranda provocaron un silencio sepulcral. Susan, la madre de Kate, se enjuagó las lágrimas con rapidez, esperanzada en que la pequeña de la familia no notase nada, o al menos, que no lograse ver la gravedad de la situación.
—Vamos, vamos —gritó sonriendo—. Hoy voy a ganar el concurso de clase.
—Por supuesto que sí cariño —Susan la besó en la mejilla—. Luego hablamos Kate... Veré que puedo hacer en el banco.
Las acompañó hasta la puerta principal y se quedó allí viendo como las dos se marchaban.
Kate dejó a Miranda en el colegio y continuó su camino hacia la parada del autobús. Tenía la cabeza llena de preocupaciones, el examen de esa mañana seguramente acabaría siendo el peor de toda su vida, supo que no lograría concentrarse.
—¡Hola, hola! —canturreó una conocida voz a su espalda.
—Hola Jessy —saludó a su mejor amiga.
—¿Y esa cara? Te has pasado la noche estudiando ¿no? En serio, tienes que aprender a diferenciar cuándo un examen es importante, y el de hoy no lo es.
—No lo es para ti Jessy, pero yo tengo una beca. En cada examen me arriesgo a que me la quiten, y ahora... —escondió la cara hundiéndola entre las manos.
—Oye... —se acercó agarrando a Kate— ¿Qué pasa?
—Nos van a echar de casa Jessy —logró aguantar el llanto con dificultad—. ¿Qué haremos con Miranda? Solo tiene siete años. Ella no debería pasar por algo como esto...
—Cuéntame que ha pasado, ¿vale? —pidió sentándose, tenían casi media hora hasta llegar a su destino.
Bajaron del autobús cuando llegó a la entrada de la universidad. Allí ya bullía la vida a tan temprana hora. Estaba repleto de estudiantes madrugadores ya preparados para un duro día de exámenes y pruebas. La sonrisa con la que se levantó aquella mañana Jessy había desaparecido, Kate era su mejor amiga, y la conocía mejor que nadie... saber su situación la preocupaba.
—Buscaremos una solución, te lo juro Kate —prometió apoyándose con cariño sobre su amiga—. Trabajaremos las dos y reuniremos el dinero necesario para al menos, parar el desahucio.
—Gracias Jessy, pero no tienes porqué. De todas formas no podemos reunir tanto en poco más de un mes...
—¿Sabes qué? —preguntó de pronto sonriente— Hoy es viernes, saldremos.
—¿Estás loca? —casi se enfadó— ¿Crees que tengo ganas de irme de fiesta?
—Oye —Jessy se puso seria. De un salto se colocó frente a su amiga y la sostuvo por los hombros—. Necesitas despejarte, y sé que tu madre va a estar de mi parte. Hoy saldremos, nos divertiremos y, mañana, comenzaremos a buscar soluciones.
—No.
—Se lo diré a Susan, prepárate —avisó comenzando a correr hacia la entrada de su edificio mientras sacaba el móvil.
—¡He dicho que no Jessy! ¡No la llames maldita sea!
« Pum».
Kate cayó al suelo desperdigando los apuntes y los libros que llevaba en la mano.
Se colocó de rodillas frotándose el trasero, se había dado un golpe que seguramente dejaría moratón, un moratón que dolería cual mordisco de víbora cada vez que se atreviera a sentarse.
Levantó la cabeza mirando con enfado. Su ceño fruncido duró poco más de una milésima dando paso a una cara que casi rozaba el terror.
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