Federico Sopeña - Memorias de músicos
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- Libro:Memorias de músicos
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1971
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Memorias de músicos: resumen, descripción y anotación
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FEDERICO SOPEÑA IBAÑEZ (Valladolid, 25 de enero de 1917-Madrid, 22 de mayo de 1991) Musicólogo y crítico musical español. Doctor en teología por la Universidad Gregoriana, fue profesor de estética y musicología en el Conservatorio de Madrid, en el que también ocupó el cargo de director (1951-1956). En 1958 entró en la Real Academia Española y posteriormente ha ocupado el cargo de Comisario General de Música (1971-1972) y de director del Museo del Prado (1981-1983). Entre su abundante producción cabe citar La música europea contemporánea (1952), Stravinski (1956), Atlántida: Introducción a Manuel de Falla (1962), Música y literatura (1974), Historia de la música española contemporánea (1976) y Escrito de noche (1985).
A Enrique Franco, que quiso este libro
Título original: Memorias de músicos
Federico Sopeña, 1971
Editor digital: lgonzalezp
ePub base r1.2
Aparte de la música, el único rincón cuidadamente monográfico de mi biblioteca es el dedicado a las «Memorias» y «Diarios». Mucho he escrito sobre el tema y me tienta lo que por ahora es imposible: grande, mucho y cómodo huelgo para coger el tema a fondo y estudiar el significado y el poder de la música dentro de esa estructura expresiva de la intimidad. Es tema de estudio, pero no menos cruce de libertad y destino en mi pluma: digo cruce porque aun en los temas muy estrictos de música, en los más aparatosos, incluso de notas o de apéndices, se me va, aunque no quiera, el tono de confidencia.
Esquema rápido de «Memorias» es mi libro Defensa de una generación , el de más éxito. Tengo más que esbozos sobre otro, mucho mayor, titulado Memorias de mi guerra y alguna vez recogeré, ordenaré lo que hasta ahora es solo título, pero con «signo»: Escrito siempre de noche . Todos estos temas comenzaron a desensoñarse en torno a los cincuenta años: los años sí, que tienen su magia, pero mucho más la definitiva soledad de mi vida sin madre y el no menos definitivo adiós a la crítica musical diaria.
Este libro recoge, en muchos sentidos, la tónica de lo anterior. En la forma, desde luego. No está «escrito siempre de noche», pero casi y lo exacto sería decir «Escrito siempre de viaje». Puede parecer que la «confidencia» es inseparable de ese rincón de la casa que, al cabo de los años, en sillón con huella de cuerpo cómodo, en luz, en retratos, en libros queridos, es, de verdad, resumen de vida. Pues no: porque eso, cada noche, está crucificado por el cansancio y por el teléfono. Por eso y contra eso, lo «más mio» está escrito lejos, en cuarto anónimo de hotel, seguro del silencio, a radical distancia de mi vida habitual. De cada viaje largo me he traído la cosecha de estos capítulos, publicados unos, inéditos otros, pero pensados como unidad desde que escribí el dedicado a Argenta: que añada el de Viñes, escrito de mi juventud, enseña lo que el tema y su expresión tienen de «constantes».
Son «Memorias» y memorias mías: cómo yo he conocido y querido a los grandes personajes de la música española. Por ser «memorias mías» no hay nombres importantes —Falla, Arbós— de los que he escrito mucho, pero de los que, por razón de edad o de lejanía no pudieron ser amigos. Cada capítulo tiene su prehistoria, pues siempre escribí «al día siguiente» de su muerte: luego he dejado pasar no meses sino años hasta llegar a la redacción definitiva. Compárese, por ejemplo, el Turina de mi biografía y el Turina de este libro. Sin forzar demasiado las cosas creo que a través del libro se tiene una «singular» historia de la música española contemporánea.
Vivo cierta melancolía de adiós al escribir este prólogo: mañana empiezo la tarea de Comisario general de música. Mañana no es Madrid sino Roma, pero sabiendo que allí, en tres días, he de preparar programas y presupuestos. Fiel a la costumbre, escribo de viaje y más que de viaje: escribo en la sala de espera de la Gare de Lyon, llegando adrede con tres horas de tiempo, sacrificando última película, último paseo porque lo tarde inaugura la primavera dulce. Hay algo más que melancolía personal y lo expreso preguntando: ¿serán posibles vidas así en nuestra sociedad de consumo? Son vidas de «modestia dorada»: los ricos como Masaveu supieron jugar seriamente a pobres; Higuero luchó para no ser «hijo de papá», Argenta se murió cuando empezaba a ser rico, Cassadó fue la generosidad misma. Con cierta desesperada mansedumbre este libro quisiera ser lección para los músicos españoles jóvenes que tienen ya lo soñado como imposible cuando los maestros tenían sus años: estreno, edición, viaje bien pagado y hasta mando. Buscar cada uno su pobreza, alucinada como quería Rilke, aunque viviese en castillo, podría ser un camino de esperanza. Yo no lo puedo predicar, pero lo sugiero en la víspera de un mañana que debe ser presidido por la «primacía del tú» no en la memoria, sino en el servicio. Ojalá deje en ello «buena memoria».
Paris, gare de Lyon, 7 de abril.
Este libro es una singular historia de la música española contemporánea porque está escrito como memoria.
Protagonistas del ayer en la vida musical española se convierten en hoy a través de un recuerdo que se hace diálogo. Desde Ricardo Viñes a José María Higuero, pasando por Turina y por Argenta, se suceden las siluetas, los retratos, iluminados por el fervor.
Es un libro sencillo, apasionado y único.
Durante la República, y debido a la incautación de los edificios pertenecientes a la Compañía de Jesús, el Conservatorio pasó del tugurio galdosiano de Pontejos a la simpática casa de los Luises, en la calle de Zorrilla. La verdad es que estuvimos a gusto y del salón-teatro tenemos recuerdos muy gratos. Aventados al terminar la guerra, el Conservatorio tuvo el sitio más absurdo de su historia, las dependencias cabareteras del teatro Alcázar, con las aulas bajo techo común. Allí tomó posesión el P. Otaño y, al poco tiempo, improvisando con bambalinas un salón de actos, dio una memorable conferencia el que solo conocíamos de oídas, de pocas lecturas, porque escribía poco y mucho de ello en catalán, Higinio Anglés. La conferencia, como conferencia, un disparate. El castellano, malo; el tono, declamatorio, pero ¡qué delicia ver y oír a un cura ya mayor, vestido por cierto de clergyman, cantar y casi bailar la Cantiga 205 del rey Alfonso! Pocos los asistentes, nos arracimamos para transformar la declamación en diálogo. Antes de su famoso discurso en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Anglés colocaba ya las paralelas que hacían imposible la clásica teoría de la «colonización de la música española». Se fue corriendo a su Munich para terminar el trabajo de la transcripción de las Cantigas.
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