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Federico Landaeta - Siluetas gallegas

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Federico Landaeta Siluetas gallegas
  • Libro:
    Siluetas gallegas
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1960
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Siluetas gallegas: resumen, descripción y anotación

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CARABEL

No pretendo, no, con estas siluetas, esbozadas para matar —asesinar, mejor dicho— el tiempo, en estos largos períodos invernales que no nos permiten salir a la calle, hacer un descubrimiento a la inversa: de un americano del Sur sobre un pedazo de la vieja España. Nada más lejos de nuestras intenciones.

Lo que ocurre es que llueve en Carral. Carral, 17 kilómetros de La Coruña. Un pueblecito pequeño y acogedor —pueblo pequeño, infierno grande— tendido a la orilla de la carretera que va del puerto coruñés a Santiago (ya algún día nos ocuparemos de la Compostela de Santiago Mata-Moros). Tendido, como digo, está Carral, durmiendo su siesta sempiterna, en tanto pasan las vacas, desesperan los chirridos de las carretas, corren los rapaces al salir de la escuela, se despereza el maestro, asoma a la puerta de su cubil el Secretario del Juzgado, amuela sus navajas el barbero (¡oh, Francisco!, saludos te mandó la señora Paciencia) y suenan escandalosas las bocinas de sus autobuses de línea que pasan con estruendo de corneta de juicio.

Carral; tres médicos y una funeraria con nombre ad-hoc: «El Ocaso», Sociedad Anónima. Tan anónima como la funeraria misma, a cuyas puertas florecen telarañas, pues jamás se abren. Claro. ¡Si nunca muere nadie…! Y eso que además de los tres médicos hay dos veterinarios, un farmacéutico y un practicante. Y su bruja, por supuesto, que pueblecito gallego sin una «meiga» no vale.

Carral: veintidós tascas, o ventas de aguardiente (bajullos), de vinos claretes y de Ribero, de Castilla o cualquier otro, alternando con el líquido producto, los días de ferias, los callos y las lonchas de bacalao, recubierto (amarillo color de oro) con una capa de huevo encima.

Carral: tres ferias al mes, los días 4, 13 y último domingo de mes, con mil vacas bien chalaneadas, quinientos «porcos», otros tantos becerros (o cuchos) y seis mil gallinas (la jaliña», ajotando un poco la g, como es costumbre en algunas aldeas gallegas).

Carral: una fonda. Y a ella vamos a parar después de presentar al pueblo de frente y de perfil: la fonda de Carabel. Única. Como único es Carabel.

¿Qué cómo se llama Carabel?

¡Hombre! Nombramos el milagro pero no al santo. Carabel tiene tres nombres, como buen español. Uno de pila y dos apellidos, uno de los cuales puede ser el de algún escritor de fama (recuerdos de Alberto Insúa). Pero si te llamaran por sus legítimos apelativos no respondería, pues sólo se llama Carabel.

¿Origen?

Él mismo lo cuenta:

—A mi bisabuelo, que era un tío reguapo, le llamaban Carabel. Porque llevaba siempre un carabel en la solapa (un clavel igual a un caravel). Y, como a él lo llamaban Carabel, igual pasó con el abuelo y más tarde con «meu pae», heredando yo el nombre. ¡Jo… jo… jo…!

Y la risa la oye Juanita, la encargada de la capilla, que tiene una zapatería a 200 metros del sitio donde funciona, pontifica y ejerce su profesión de fondista el inefable Carabel.

Carabel es la euforia, es la risa con patente, es la carcajada autorizada de este pueblo de Carral. Cuando abre la boca y lanza sus jo… jo… todo el mundo en Carral ríe. Y dicen algunos:

—¡Cómo ríe ese home dos demos…!

Porque hombre de los demonios es Carabel, el risueño. Es un demonio para trabajar: se levanta a las seis y no para hasta las doce de la noche, siempre en trajín.

Carabel es fondista. Carabel es tasquero o dueño de un establecimiento de licores. Carabel es labrador y cultiva un pedazo de tierra. Carabel chalanea los días de feria y vende vacas y cerdos. Cuando pide cinco mil pesetas (Carabel dice veinte mil reales), es para que el otro diga que tres mil. Y uno sube y otro baja, hasta que «tratan», es decir, cierran el negocio, al estilo de Galicia, con muchos ajos de por medio, algunos redieces y otros ternos de la fabla de estos lugares.

Carabel, además, es jugador de la «escoba». El instrumento de barrer, propiamente, no lo maneja, pues su esposa, su hijo o su yerna, se ocupan de estos menesteres. Pero la escoba, en el naipe, es su especialidad. Es un campeón (¿te acuerdas, Carabel, del dos de oros?).

Cuando Carabel juega a la «escoba», generalmente de noche, sin que ello obste para hacerlo de día también, lo saben desde la carpintería del «Mano», uno de los linderos del pueblo, hasta más allá del cine, que es la antípoda del «Maño». Las carcajadas suben de tono y los jo… jo… se agrandan, queriendo llenar todo el ambiente. Vienen en ondas hasta casa de Paco (límite Norte, tasca y taller de radios) y se pasean, para llegar a la casa de Pepe de Mingos, límite Sur, con muchos pinos, porque:

—¡O Coloradiño, Pepe de Mingos, ten muchos pinos, máis muchos alcolitos!

Siendo que los alcolitos son el generoso y odorante eucaliptus, europeo, americano y… de Mingos, que es el propietario.

Pero no son las maderas de Pepe las que nos ocupan hoy (ya nos ocuparán en su turno en las siluetas), sino el juego de Carabel.

La «escoba» consiste en hacer bazas, contando hasta quince puntos, según el valor de la cartas. Cuando no quedan naipes en la mesa, se hace escoba y se anota un tanto de los 21 de que generalmente cuenta la partida, salvo cuando juegan el topógrafo y este servidor (¡campeonazos!), que llevan los tantos a 31.

Cuando toca en suerte coger el siete de oros, llamado en el lenguaje de este juego el «velo», se anota un punto, como por la mayoría de oros, de cartas o de sietes. Carabel no lo llama el velo al siete de oros, sino «el tío Manuel».

Pequeño, robusto, coloradito como un tomate, se vuelve todo ojos de tanto que los abre, y se desmigaja en carcajadas cuando el compañero le hace la seña de poseerlo y él logra capturarlo:

—¡O tío Manuel! ¡O tío Manuel! ¡Jo… jo… jo…! Parece que da rabia…

Cuando él «bloffea» o «farolea», lo hace a gusto y conciencia. Cuando los demás le imitan, exclama:

—Faroladas, no… no me gustan fardadas… ¡Jo… jo… jo…!

Honesto, servicial, faroleante, este es, querido lector, el temible Carabel, el inefable Carabel, el tremendo Carabel: la risa de Carral…

LA INSTITUCION DE LA VACA

Entre otras instituciones maravillosas (la del matriarcado, por ejemplo), tiene Carral (y quizá su nombre se originó por los muchos carros que posee) la institución de las vacas.

Como los egipcios tuvieron al buey Apis, como los hindúes al elefante. Carral tiene sus vacas.

La vaca es al gallego, sobre todo en esta región, el ayudante más eficaz, el amigo, el socio, el apoyo, todo. La vaca da sus terneros, que engorda con su propio perlino líquido (¡oh, las frases elegantes!). La vaca da su leche, que por cuartillos se vende, después de dejar la de casa. La vaca da carne, pues las matan a diario en los mataderos, salvo que haya un ternero. Y, sobre todo, la vaca trabaja.

Quienes estábamos acostumbrados a ver a la noble consorte del toro en establos siempre, nos extrañamos al llegar a estos rinconcitos de España y ver que es también animal de tiro y de trabajo. De trabajo, arrastrando el arado pesadísimo, arrancándole los terrones y las entrañas a la vieja tierra. Y de tiro, llevando detrás la pesadísima carreta de rueda romana (¡aún existe la rueda romana en los caminos, carreteras y «corredoiras» gallegas!). La carreta lleva paja, lleva heno, lleva a la mujer subida en el tope, conduce a los rapaces, trae la leña y arrastra cuanto hay que arrastrar, en tanto el conductor le agujerea la piel con un palo que en la punta tiene un clavo muy punzante, y la anima con cariñosas expresiones:

—¡Jey, tora, jey… arre, concho! ¡Mal rayo te parta! ¡¡Cájume en ti!!

En tanto, el rapaz de turno, en lo alto de la hierba, o haciendo equilibrios sobre los palos, le atiza también lo suyo al animal, cuando no es la vieja que lleva una picana igualmente dura para hacerle cosquillas (buenas cosquillas) en el lomo.

Las ruedas, mal engrasadas, producen feroces chirridos, como de diez mil brigadas de grillos. El peso, muchas veces de una tonelada, «a máis» los muchachos y la vieja, bestial. Y los puyazos, más los ternos, muy indicados para hacerla trabajar.

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