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Steimberg Alicia - Músicos y relojeros

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Steimberg Alicia Músicos y relojeros

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Parte III Libertad Libertad Libertad Tamborini-Mosca siga la corriente - photo 1

Parte III

¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!

Tamborini-Mosca, siga la corriente.

Era impresionante ver a toda esa gente gritando: ¡Libertad! ¡Libertad!

Mamá tiene un revólver. El primo Quito vino a pedírselo y el a se lo dio, para que Quito saliera a luchar por la libertad y por la democracia.

“¡En esta casa hay un revólver!”, decía mamá cada vez que había una pelea grave. “¡Yo sé dónde está! ¡Yo sé! ¡Yo sé! ¡Lo descubrí!”

El a pensaba matarse con ese revólver.

¿Que pensaba hacer su mamá? ¿Estofado para la cena?

¡La mía pensaba matarse con ese revólver!

¡Su mamá es una estúpida!

¡Mi mamá es una mujer importante!

¿Se habrá olvidado que le dio el revólver a Quito? ¿Será cierto que se lo dio? ¿Había un solo revólver en casa, o había dos?

¿Hubo alguna vez un revólver, en casa? ¿Será cierto que papá tenía un revólver? ¿Puede ser que mamá dijera mentiras? ¿El a también?

Perón ganó las elecciones.

No puede ser.

Éste no dura ni un mes.

Diez años. Duró diez años.

Nosotros somos democráticos. ¿Ustedes?

Muera Perón.

En mi casa leen La Nación. ¿En la suya?

Mi mamá l eva, bien a la vista, La Nación bajo el brazo.

Y la ciudad se l enó de negros. Eso es lo que hizo Perón: l enar la ciudad de negros. Las chinusas se vienen con unas pretensiones que más que sirvientas parecen princesas.

Tamborini será presidente: siga la corriente.

No hables delante de la sierva que te puede denunciar.

En mi división hay una sola chica peronista. Las demás somos todas democráticas.

Era impresionante ver esa multitud gritando: “¡Libertad! ¡Libertad!”.

Diez años. Pero después, cómo rajó, el hijo de puta. Mientras rajaba le tirábamos tomates. ¡Y los chistes que hacíamos!

Decí que este país es tan rico, da para todo.

¿Vos también saliste con la escarapela gigante, a gritar ¡Libertad! ¡Libertad!? ¿Y no me reconociste?

¿A vos también te contaron, tus viejos, lo de las boinas blancas de los radicales? ¿Y lo de las coimas? ¿Te explicaron que los que vinieron antes de Perón también eran unos hijos de puta? Lo de la Semana Trágica, ¿te lo contó tu abuela?

Pero ahora mirá qué molestos estamos, con todos los negros en Buenos Aires. Y esto no es culpa de Uriburu, ni de Yrigoyen. ¡Esto es culpa de Perón, carajo!

¿Qué se habrá hecho del revólver?

¿Pero hubo, alguna vez, un revólver?

“Señoras y señores: en el culo me dan temblores.”

Cuando yo era chiquita, papá me hacía reír con eso. A vos, ¿con qué te hacía reír tu papá?

Mi papá está en una foto, hablando a la gente de un pueblo desde una tribuna. Mi papá era radical. ¿El tuyo?

Está hablando a una gente, a mucha gente reunida. No se sabe qué puede pasar cuando hay tanta gente reunida. Pueden caer bombas, puede caer la policía. Puede morir alguno en el tumulto. Mejor mirar desde algún balcón.

Eso aconsejaba la abuela, cuando entendía de política. El abuelo le enseñaba política y le hacía una hija tras otra. Después dejó de hablarle de política o de cualquier otra cosa, y eso sirvió de anticonceptivo.

Mamá siempre conservó interés por la política. El a me enseñó quiénes eran las buenas personas y quiénes eran los hijos de puta. A saber: 1. Los peronistas eran unos hijos de puta.

2. Los antiperonistas eran unos hijos de puta, más disimulados.

3. Todos los hombres eran unos hijos de puta.

4. Todas las mujeres, incluso familiares y amigas, eran unas hijas de puta, a excepción de el a misma.

5. Los chicos no eran hijos de puta.

6. Mi hermano era un chico.

7. Yo ya estaba dejando de ser una chica.

Si de algo no se la puede acusar a mamá, es de inconsistencia. Los postulados que acabo de enumerar los mantuvo en forma inquebrantable durante toda su vida.

La abuela conoció a Perón, y sólo empezó a chochear después de la Libertadora. Durante la época de Perón l egó a encontrar difícil comer de acuerdo con su ortodoxia. ¿Bifes de cabal o? ¿Carne congelada? ¿Dos horas de cola para conseguir un pan de manteca? En cambio antes, leche en cantidad, manteca en cantidad. A qué hemos l egado, Dios mío.

Pestes contra Perón. Cuando vinieron al colegio a elegir delegada para la Unión de Estudiantes Secundarios, todas nos pusimos de acuerdo y cada una votó por sí misma, de modo que nadie sacó mayoría y no se podía elegir delegada. “Esto no puede ser”, dijo la tipa de la UES. “Tienen que volver a votar.” Volvimos a votar, y otra vez el mismo resultado. Además de que éramos antiperonistas nadie quería hacerse de la UES porque decían que Perón se aprovechaba de las chicas, a cambio de unas pulseritas que les regalaba.

Después de la votación, la única chica peronista de la división le dijo a otra: “Votá por mí”. Se votó por tercera vez y salió delegada.

Pero el a no fue la traidora: se sabía que era peronista. La traidora fue la que aceptó votar por el a, ¿no te parece?

Claro que no se puede ser heroico hasta el final. Yo, al final, también me afilié al Partido Peronista Femenino. Lo hice por miedo. ¿O fue porque para sacar la libreta cívica primero había que afiliarse? En realidad, no me acuerdo.

A la chica que se hizo elegir delegada de la UES le hicimos el vacío. Enseguida se corrió la consigna, de oreja a oreja: “No le hables a Pérez”.

Anduvo un rato sola, muy colorada y con los ojos empañados. Después, la que la había votado se le acercó y le habló. Al día siguiente, por sí o por no, se le acercaron varias más, y al final todo el mundo.

Degenerado de mierda, ¡dame manteca!

Pero el tipo había cerrado porque no tenía más manteca. Es una manera de decir, porque cuando el os dicen que no hay más manteca, siempre hay un poco más de manteca: para los clientes, para el dueño del negocio y para sus familiares.

Habíamos hecho dos horas de cola, y la tarde estaba tan fría, incluso había empezado a l oviznar. El día anterior el dueño de la lechería había dicho que iba a haber manteca.

A las cuatro abrió; a las tres ya había una cuadra de cola. Estaban todas las chusmas del barrio, incluso las que no saludábamos. Algunas se venían con un chico, para l evarse dos panes de manteca —porque daban un pan por persona—; si alguna otra mujer de las que estaba en la cola le tenía rabia, la denunciaba, y se hacía un barul o bárbaro.

A las cuatro en punto el dueño de la lechería salió a la cal e, con cara de vinagre, y miró la cantidad de gente a quien tendría que venderle manteca. Muchos no hacían ningún otro gasto, y algunos ni eran clientes de la lechería.

El tiempo estaba feo, y la gente tenía que hacer tantas cosas, y no podía por estar parada en la cola. Algunas madres habían abandonado a sus hijitos, o a familiares enfermos, o muy viejos; otras estaban enfermas el as mismas, con reuma, alergia, ciática, lumbago, presión alta o presión baja. Se oía cada cosa, se veía cada cuadro.

La cola empezó a correr. Todos se apretaban contra el que tenían delante por temor a los colados: nunca faltaban vivos. Eh, señora, a la cola.

¿No ve que hay cola? La cola termina aquí. A usted, a usted le digo. No, señora, no le guardo el lugar. Yo no le guardo el lugar a nadie porque después la gente de atrás se queja.

Delante de mí hay unas cincuenta personas. El primero de la cola es el hijo de la pedicura, el que tiene problemas. Idiota del todo no es, pero tuvo una enfermedad cuando era chico, y quedó así. No es un inútil. Anda solo por la cal e, hace mandados, entiende lo que se le dice, siempre que sean cosas fáciles, pero habla como si tuviera un pan caliente en la boca.

Cuando abrieron la lechería fue el primero que entró, salió con su pan de manteca en la mano, y se fue corriendo para su casa. La cola avanzaba, la gente iba entrando y saliendo con su pan de manteca. De pronto se me ocurrió mirar para atrás, y vi al hijo de la pedicura nuevamente parado en la cola. Muchos se dieron cuenta, pero nadie le dijo nada. ¿Quién le iba a decir algo a un infeliz, a alguien que no es como uno?

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