A mi esposa, Rocío.
Por ser la primera lectora,
correctora y crítica de esta historia.
LAS MUJERES MUERTAS
NO LLORAN
DANILO LUNA
Selene Vega es una de las personas más peligrosas del planeta. Su capacidad para la violencia solo es superada por su férrea determinación.
Tras desobedecer una orden directa de su misterioso empleador, un hombre solo conocido como El Ruso, fue atacada de forma salvaje por sus ex compañeros y dada por muerta. El gran error fue no asegurarse de que su corazón realmente hubiera dejado de latir.
Cuando de inicio a su venganza, Julieta Bravo, comandante de la División de Investigaciones Especiales de la Procuraduría General de la República se dará cuenta de que la elusiva organización de asesinos que ha intentado rastrear por años es real y está muy cerca de ella, más de lo que había imaginado y mucho más de lo que quisiera.
Quienes fallaron en acabar con Vega pronto entenderán que no es buena idea despojar a una de las mujeres más mortíferas que existen de todo lo que es importante para ella, y la comandante Bravo aprenderá que las mujeres muertas no lloran.
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Las mujeres muertas no lloran
© Danilo Luna Camacho
México, Enero de 2018
CONTENIDO
LAS MUJERES MUERTAS NO LLORAN
Capítulo 1 - El bueno de Martínez
Capítulo 2 - El cadáver en la sala
Capítulo 3 - Un cerdo al matadero
Capítulo 4 - Un aviso
Capítulo 5 - Eligiendo en quién confiar
Capítulo 6 - Cuentas pendientes
Capítulo 7 - El cadáver en calzoncillos
Capítulo 8 - El primer trabajo
Capítulo 9 - Cayendo como moscas
Capítulo 10 - La primera y la última
Capítulo 11 - La enemiga de mis enemigos…
Capítulo 12 - Las asesinas no bailan samba
Capítulo 13 - La mujer misteriosa
Capítulo 14 - Ni las balas duelen tanto
Capítulo 15 - Consulta al oráculo
Capítulo 16 - El filo de las hojas grita
Capítulo 17 - No es lo mismo ver los toros…
Capítulo 18 - Segunda llamada
Capítulo 19 - Un voto de confianza
Capítulo 20 - Ya casi es hora, Julieta
Capítulo 21 - Los rusos duros no ruegan
Epílogo - El mundo no para
Nota del autor
Otras obras del autor:
Capítulo 1
El bueno de Martínez
Jueves, 10:27 P.M.
A Vega le encanta la oscuridad. Ha sido así desde que tenía 11 años. Después de lo que le pasó a esa edad, otras personas —la mayoría de las personas— hubieran desarrollado un miedo incontrolable a la falta de luz, pero no ella. Vega es diferente. Aún ahora no sabe si aquel lejano evento la cambió o solo hizo surgir algo que ya estaba ahí esperando una oportunidad para salir a la superficie.
Al menos se engaña a sí misma al decir que no lo sabe. En su interior conoce la respuesta. A vega le encanta la oscuridad casi tanto como la violencia y lo que le pasó cuando era una niña solo despertó al monstruo que dormía bajo frazadas de la princesa de Disney en turno.
Puede escuchar el sonido de pasos proveniente del exterior del lujoso domicilio a pesar del ruido que hay en la calle en la siempre bulliciosa Ciudad de México. Martínez siempre ha sido muy cuidadoso cuando tiene una misión pero cae en excesos de confianza cuando acaba el día. Ella misma le advirtió en más de una ocasión que ese tipo de zapatos italianos de diseñador que le gusta usar son de suela muy ruidosa, pero por supuesto él respondió que estaba exagerando.
También sabe que llega solo, pero esa no es una sorpresa. Nunca lleva a sus amantes ocasionales a ese lugar, para eso tiene ese pequeño departamento en las afueras, después de todo, en la línea de trabajo que han elegido revelar su homosexualidad causaría que sus compañeros dejaran de respetarlo y sin respeto no duraría mucho tiempo con vida.
Eso, por supuesto, si lo atacaran entre todos, porque gay o no es más que capaz de mandar al infierno a todos sus colegas, uno a uno.
El bueno de Martínez, sin duda el más agradable y mejor compañero de todos, piensa Vega mientras respira profundamente y se asegura de estar lo suficientemente calmada para no hacer un solo sonido. Siempre me pregunté si alguien además de mí sabría de su preferencia, bueno, orientación sexual, que una vez me explicaron que no es lo mismo. Sé bien que sabe que yo lo sé, pero nunca hablamos de eso, no era necesario. También sé que sabe que mi respeto hacia su trabajo y hacia sus habilidades nunca fue ni será mermado por banalidades como esa.
Y es precisamente por eso que está de rodillas en ese rincón, el más oscuro de la sala mientras espera la llegada del hombre al que ha estado más cerca de considerar una especie de figura paterna durante la segunda mitad de su vida. Ese hombre tiene que morir esa misma noche o todo lo que ha estado planeando por casi un año se irá al carajo. Y muy rápido.
Sabe que es imperativo mantenerse en las sombras y actuar rápido si quiere tener una oportunidad contra él. Un momento de duda, un simple titubeo y se acabó. Martínez es el más peligroso de todos y esa es tan solo una de las razones por la que tiene que ser el primero en morir.
Con sus ojos perfectamente entrenados evalúa el entorno una vez más. Lo más sencillo sería dispararle, pero no, tiene que verla, tiene que saber que es ella quién le quita la vida, además matarlo por la espalda sería indigno para los dos.
Así que observa todo de nuevo como si no lo hubiera hecho decenas de veces en los últimos 90 minutos. Sabe que si es eficiente le bastará con su daga de combate y no tendrá que recurrir a nada más, pero por si acaso ha ubicado el cajón de los cuchillos y dos grandes sartenes de hierro vaciado que pueden ser de mucha utilidad en un momento de desesperación, ya sea como escudos o como objetos contundentes. La sola idea de matar a un hombre que ha acabado con guardaespaldas entrenados, operativos de fuerzas especiales, sicarios, revolucionarios y más a sartenazos le hace gracia, pero cuando es tu vida la que está en juego tienes que recurrir a lo primero que encuentres, por poco ortodoxo que parezca.
Escucha el ruido de las llaves chocando unas contra otras dentro de la bolsa del pantalón de Martínez al meter la mano e inmediatamente después el leve chirrido cuando una de ellas entra en la cerradura. Son de esos pequeños sonidos que la mayoría de la gente ya no oye, su cerebro no los considera importantes y los bloquea, pero las personas como ellos son… diferentes.
Sabe muy bien que no puede verla, ni siquiera con la luz que deja entrar al abrir la puerta. Su ángulo de visión, por el momento, no llega a su posición y se aseguró de no hubiera ninguna superficie reflejante que pudiera delatarla.
Martinez y sus 191 centímetros de estatura —mejor ni hablemos de los 95 kilos de peso—, entran con pasos confiados. Vega no puede evitar notar la ironía al verlo dejar sus llaves en el tazón que ella le regaló tres años atrás y que adorna el mueble junto a la puerta. Camina directo hacia el refrigerador y recuerda que que una vez le dijo que lo primero que hacía al llegar a su casa era sacar una cerveza, solo una, porque nunca ha bebido mucho.
Lo sigue con la mirada y se da cuenta de que ha sido descubierta al verlo dar su tercer paso. Hubo un pequeño cambio de presión al pisar que hubiera resultado imperceptible para observadores con menos entrenamiento que ella, pero ahí está, pudo verlo en la forma en que se acomodó su pierna. Martínez sigue caminando pero es claro que sabe perfectamente que hay alguien observándolo y no solo eso, sabe exactamente en dónde está. Lo que todavía no ha deducido es de quién se trata o ya se hubiera lanzado al suelo disparando hacia su dirección tratando de ganar ventaja.