Si bien el Club Pingüino se asemeja a varios clubes de la costa de California, sus personajes no tienen conexión alguna con personas vivas o muertas. Tanto los personajes como los hechos de la novela son puramente imaginarios.
PARTE I
MISTER VAN EYCK tenía mucho dinero (que no quería gastar) y mucho tiempo (que no sabía cómo gastar). Los días de sol se sentaba en la terraza del club y escribía anónimos.
Inclinado sobre la mesa de vidrio y aluminio parecía concentrado, ensimismado. Podría haber estado escribiendo un poema sobre las olas que rompían contra el murallón allí abajo, o sobre las gaviotas que volaban tan alto y se reflejaban en las profundidades de la piscina, como lánguidos peces blancos. Pero Mr. Van Eyck no prestaba atención ni al ruido del mar ni a las gaviotas. Cuanto más apacible era el tiempo, más maligno el contenido de sus cartas. La lapicera se deslizaba y bailaba sobre el papel como un patinador experto sobre el hielo.
… Eres un asqueroso farsante. Todo el mundo sabe lo que haces en las duchas …
No se distrajo con la nueva ayudante de guardavidas que estaba sentada en la torrecita de la piscina. Era una pelirroja huesuda con los bíceps más desarrollados que los pechos y Van Eyck prefería las rubias de anatomía más convencional. Y por el momento tampoco prestaba la más mínima atención a los otros socios del club, quienes dormitaban o cambiaban chismes sobre las reposeras, leían debajo de las sombrillas, nadaban un poco en la piscina. Mojados o secos, presentaban un frente muy aburrido.
Observados desde un ángulo diferente, más personal, no tenían nada de aburridos. Van Eyck lo sabía. En efecto, para él eran una ocupación y un hobby. Pasaba el tiempo arrastrando los pies por los corredores mal iluminados que llevaban a las retiradas "cabañas". Deambulaba por el salón de sauna y masajes en el piso de arriba, la bodega del sótano, la sala de calderas y, si no estaba cerrada, la oficina que decía Privado, Prohibida la Entrada, que pertenecía a Henderson, el gerente.
Tampoco se dejaba impresionar por cerraduras y candados o carteles como Prohibida la Entrada, puesto que suponía que estaban dirigi d os a otras personas, extraños, socios nuevos, empleados deshonestos. Como resultado de esta actitud había adquirido conocimientos básicos sobre cosechas de vinos, masaje terapéutico, la relación de Henderson con su pasador de apuestas, calefacción y desinfección de piscinas y la naturaleza humana en general.
… Estás tejiendo una tela muy enmarañada, y te va a atrapar, porque eres una araña muy torpe …
Van Eyck contaba con otra ventaja en su búsqueda de conocimientos. A menudo simulaba no oír bien. Ponía cara de tonto, sacudía la cabeza con tristeza, hacía pantalla con la mano en la oreja: "¿Eh? ¿Qué dice? ¡ Hable más alto!" De modo que la gente hablaba más alto, y con frecuencia decía cosas sumamente interesantes, delante de él o a sus espaldas. El se apoderaba de cada bocado como una ardilla hambrienta, y los almacenaba en los muchos huecos de su cabeza. Cuando estaba aburrido los sacaba, los masticaba un poco y luego los escupía sobre el papel.
… Debes de ser muy estúpido si crees que puedes ocultar tus malos hábitos a una mujer inteligente como yo …
Van Eyck releyó la oración. Luego, con delicadeza, tachó mujer y puso hombre, de modo que la palabra original era fácilmente detectable. Era una de sus estrat a gemas preferidas, incluir pistas falsas y dejar que el lector se confundiera perdido en callejones sin salida, lejos del centro de donde Van Eyck permanecía seguro, anónimo, envuelto en el misterio como un Minotauro .
Se reclinó y se quitó los lentes, los limpió en la manga de la camisa polinesia estampada y sonrió a la pelirroja huesuda a través de la piscina. Nadie sospechaba que un anciano tan bondadoso, que no veía ni oía bien, era un Minotauro.
— Está otra vez con lo mismo — le dijo Walter Henderson a El l en su secretaria — . No le dé más papelería del club.
— ¿Cómo hago para negársela?
— Diga que no.
— No hemos tenido ninguna queja. Las personas a las que dirige las cartas no pueden ser socios del club, o ya nos hubiéramos enterado.
— Supón g ase que envía amenazas al Presidente. En nuestra papeler í a.
— No, ¿ c ó mo va a hacer semejante cosa? Quiero decir, ¿ por qué va a hacer eso?
— Porque necesita un curador — dijo Henderson con amargura — . Todos necesitan curadores... Ellen, éste no es lugar para gente sensata como usted y yo. Creo que tendríamos que escapamos juntos. ¿ No sería divertido?
Ellen negó con la cabeza.
— No me considera divertido, ¿ es eso lo que trata de decirme? Muy bien. Pero tenga en cuenta que sólo me ha visto en el cumplimiento de mis funciones. Después de las cinco me vuelvo muy entretenido... Es por ese guardavidas, Grady, ¿ no? Ellen, está cometiendo un gran error. Es un sinvergüenza... ¿ De qué estábamos hablando?
— De la papelería.
— Un tema aburrido, no hay duda. Sin embargo, continuemos. De ahora en adelante se usará la papelería del club exclusivamente para asuntos del club.
— Es difícil negarse cuando los socios piden papelería — dijo Ellen — . El club es de ellos, y son ellos los que me pagan el sueldo.
— Cuando se hicieron socios firmaron comprometiéndose a cumplir con las reglamentaciones.
— Pero no hay ninguna reglamentación sobre la papelería.
— Entonces haga una y póngala en el pizarrón de anun ci os.
— ¿No le parece más apropiado que la haga usted que es el gerente?
— No. Y recuerde hacerla simple: la mayoría no sabe leer. Podría hacerla por medio de dibujos o lenguaje de signos.
Ellen no sabía si hablaba en serio. Tenía lentes de sol Polaroid que le escondían los ojos y la reflejaban, dos Ellen mellizas que le devolvían la mirada, en miniatura como cuando se mira por el otro lado de un telescopio. Los lentes de Henderson estaban sucios, así que adem á s de ser en miniatura, las Ellen mellizas eran borrosas e indefinidas, dos caras vagas y pálidas con el pelo castaño, corto, como canastas dadas vuelta. A veces, en lo más íntimo de su ser, se sentía interesante, vivaz, diferente. Fue un verdadero impacto encontrarse con su propio yo en los anteojos de Henderson.
— ¿Por qué me mira fijo, Ellen?
— No, no lo miraba, señor. Estaba pensando que no hay lugar en el pizarrón desde que usted puso esas fotos de crepúsculos que sacó su sobrino.
— ¿Qué tienen de malo los crepúsculos?
— Nada.
— ¡ Ah ! Y de paso, me gustaría que no me llamara señor. Tengo cuarenta y nueve años, no soy tan viejo para que me diga señor una mujer madura de...
— Veintisiete.
— Cuando llegué dejé bien claro cómo tenían que dirigirse a m! de acuerdo con la jerarquía. Lo repito. Para la gente de mantenimiento y los ayudantes de camarero soy jefe. Para los camareros y guardavidas soy señor, y para el ingeniero y el gerente de abastec i m i ento Mr. Henderson . Para usted, Walter, o quizás algo más simple y cariñoso — sonrió de un modo horrible — . Bomboncito, conejito, carita de ángel, algo por el estilo.
— ¡Mr. Henderson! — dijo Ellen, pero el reproche sonó muy suave. La lujuria de Henderson era tan pusilánime y esporádica que Ellen la consideraba una de las cargas menores de su trabajo. De todos modos, no esperaba verlo por los alrededores mucho tiempo. Era el séptimo gerente del club desde que ella trabajaba allí, y aunque bastante competente y con excelentes referencias, su temperamento no era el más indicado para manejar la amplia gama de emergencias que el puesto incluía.