Jorge Bucay - Déjame que te cuente...
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- Libro:Déjame que te cuente...
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- Editor:ePubLibre
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- Año:2005
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Déjame que te cuente...: resumen, descripción y anotación
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A mi hija Claudia
Demian es un muchacho curioso e inquieto que desea saber más sobre sí mismo. Esta búsqueda le conduce hasta Jorge, el Gordo, un psicoanalista muy peculiar que le ayuda a enfrentarse a la vida y a encontrar las respuestas que está buscando con un método muy personal: cada día le explica un cuento. Son cuentos clásicos, modernos, o populares, reinventados por el psicoanalista para ayudar a su joven amigo a resolver sus dudas.
Jorge Bucay
Los cuentos que me enseñaron a vivir
ePub r1.1
Andaluso11.08.13
Título original: Déjame que te cuente…
Jorge Bucay, 2005
Editor digital: Andaluso
ePub base r1.0
JORGE BUCAY, escritor y terapeuta argentino, es conocido por sus libros de autoayuda y superación con los que se ha convertido en uno de los autores más vendidos de España y América Latina.
Licenciado en Medicina en Buenos Aires, Bucay es un colaborador habitual de diarios, revistas y medios televisivos. Definido en sus propias palabras como un ayudador profesional, combina la preparación de sus libros con cursos, seminarios y su labor como terapeuta.
De entre su obra habría que destacar obras como Cartas para Claudia, Déjame que te cuente o El candidato, además de las llamadas «Hojas de ruta», como El camino de las lágrimas o El camino de la felicidad. Traducido a más de quince idiomas, con el éxito de sus últimos libros ha conseguido situarse al nivel de autores como Paulo Coelho.
Hace algunos años escribí, sin darme cuenta, una serie de cartas que dirigía a una supuesta e imaginaria amiga llamada Claudia. Esa serie terminaba con una carta que obviamente era la última.
Algunos amigos que conocían este hobby y algunos pacientes que sobrevaloraban su contenido, hicieron que me decidiera a publicar lo que después se llamaría «CARTAS PARA CLAUDIA».
Sería muy difícil para mí expresar mi gratitud para con todos ellos: amigos y pacientes, a quienes les debo todos los placeres devenidos de las sucesivas ediciones de aquel libro.
Quizás sea por aquellas satisfacciones, quizás sea por vanidad, o quizás —lo dudo— sea porque finalmente haya encontrado algo más para decir… lo cierto es que hoy, cinco años después, vuelvo a sentarme ante una máquina de escribir para tipear esto que aquí empieza: quizás mi segundo libro.
En los últimos años, mi tarea como terapeuta ha ido variando más ostensiblemente que en toda la década anterior. Este viraje sucedió, como casi todas las cosas importantes de mi vida, sin que yo me diera acabada cuenta de lo que estaba sucediendo.
Un día, hablando con una colega con quien controlaba sus pacientes, noté que venían a mi memoria infinitos relatos, fábulas y anécdotas con las cuales yo explicaría a ese paciente a quien no conocía, su actitud de vida.
Me di cuenta de que, a solas con mis pacientes, había recurrido con frecuencia a esta manera de decir lo que deseaba.
Me di cuenta de cómo mis pacientes recordaban más mis relatos que mis interpretaciones, ejercicios, o comentarios.
Recordé el impacto profundo de los relatos del modelo Ericksoniano.
Me di cuenta, en suma, de que estaba utilizando cada vez más una poderosa arma didáctica y por supuesto terapéutica.
Esto que hoy comienzo a escribir es una pequeña antología de relatos antiquísimos algunos y contemporáneos otros, historias tradicionales de todas las culturas, frases y anécdotas más o menos conocidas a las cuales decidí sumar algunos sucesos de mi vida personal y unos pocos cuentos de mi propia inventiva, sumados a —como no podían faltar— algunas humoradas que me han contado y que repito a menudo (demasiado repito y demasiado a menudo), a mis «pacientes» pacientes.
Sólo para que no sea tan fácil leerlos, agregué al principio o final de cada relato (que a partir de ahora voy a llamar indiscriminadamente «cuentos») uno o dos párrafos, ilustrando el uso que hago de estos cuentos en mi consultorio. No necesito aclarar, creo, que este uso es sólo un ejemplo y que la sabiduría encerrada en estos cuentos excede en mucho la aplicación supuestamente dada en estos relatos.
Fue así, en la búsqueda de la manera de mostrar estos cuentos, que inventé a Demián, como alguna vez inventé a Claudia.
En realidad Demián ya estaba inventado. De hecho es mi hijo, el hermano mayor de Claudia. Y digo que lo inventé, porque ese es el nombre que le puse al supuesto paciente que se ve obligado —pobre— a soportar una y otra vez a ese terapeuta que se parece demasiado a mí.
—No puedo —le dije— ¡NO PUEDO!
—¿Seguro? —me preguntó el gordo.
—Sí, nada me gustaría más que poder sentarme frente a ella y decirle lo que siento… pero sé que no puedo.
El gordo se sentó a lo Buda en esos horribles sillones azules de consultorio, se sonrió, me miró a los ojos y bajando la voz (cosa que hacía cada vez que quería ser escuchado atentamente), me dijo:
—¿Me permites que te cuente algo?
Y mi silencio fue suficiente respuesta.
Jorge empezó a contar:
Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante.
Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal… pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.
El misterio es evidente:
¿Qué lo mantiene entonces?
¿Por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a alguna tía por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia: —Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.
Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca… y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.
Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo.
La estaca era ciertamente muy fuerte para él.
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