Jorge Bucay - De la autoestima al egoísmo
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- Libro:De la autoestima al egoísmo
- Autor:
- Editor:XcUiDi
- Genre:
- Año:2005
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De la autoestima al egoísmo: resumen, descripción y anotación
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De la autoestima al egoísmo — leer online gratis el libro completo
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Básicamente el miedo, o más precisamente, algunos hábitos que hemos adquirido como consecuencia del anclaje en algún miedo, propio o ajeno.
El miedo es, entonces, causa y consecuencia de la conducta neurótica y hasta cierto punto es también su definición, porque el miedo condiciona, limita, restringe, achica, distorsiona.
El trabajo personal con los condicionamientos internos desempeña un papel preferencial a la hora de la lucha por la autenticidad, que es la pelea por ser, cada vez, uno mismo.
Mi idea para hoy no es conversar puntualmente sobre los miedos específicos de algunos de nosotros, sino sobre qué significa tener miedo, y sobre todo, qué podemos hacer nosotros con él. Eso sería a mi entender lo más productivo que podríamos hacer en esta charla.
Para empezar, digamos que todos hemos sentido, sentimos y sentiremos miedo. Algún miedo. Tanto el miedo que llamamos simplemente miedo como el que nombramos indiscriminadamente con los sinónimos temor, susto, terror, fobia o pánico, aunque todas estas palabras designen en realidad cosas diferentes.
Agreguemos también los miedos que sentimos sin animarnos a llamarlos de algunas de estas maneras y que entonces disfrazamos con al elegancia del lenguaje, para hacer más dirigible su contenido.
Jorge Bucay
Un diálogo entre tú y yo
ePub r1.0
XcUiDi 27.04.16
Título original: De la autoestima al egoísmo
Jorge Bucay, 2005
Editor digital: XcUiDi
ePub base r1.2
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Me siento en mi computadora a escribir el prólogo de este libro y sólo me aparece la gratitud. Gracias a Perla, responsable de la idea de este libro, que pacientemente grabó una y otra vez las charlas que contiene.
Gracias a Miguel Lambré, quien insistió y trabajó para hacer de esa idea una realidad.
Gracias a Karina Bonifatti, por ayudarme a convertir mis charlas en un texto escrito.
Gracias a los lectores, que amorosamente me animan con sus cartas y halagos a seguir publicando.
Gracias a cada uno de los asistentes a las charlas, por haber hecho posible que éstas sucedieran.
Y por último, como suele pasarme después de haber puesto en palabras mi emoción, aparece algo más. Aparecen mis ganas de hacerles un regalo…
Este cuento me lo contó hace algunos meses un amigo, al encontrarnos en un estacionamiento:
A una estación de trenes llega, una tarde, una señora muy elegante. En la ventanilla le informan que el tren está retrasado y que tardará aproximadamente una hora en llegar a la estación. Un poco fastidiada, la señora va al puesto de periódicos y compra una revista, luego pasa por una tienda y compra un paquete de galletitas y una lata de refresco.
Preparada para la forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos del andén. Mientras hojea la revista, un joven se sienta a su lado y comienza a leer un periódico. Imprevistamente la señora ve, por el rabillo del ojo, cómo el muchacho, sin decir una palabra, estira la mano, agarra el paquete de galletitas, lo abre y después de sacar una comienza a comérsela despreocupadamente.
La mujer está indignada. No está dispuesta a ser grosera, pero tampoco a hacer de cuenta que nada ha pasado; así que, con gesto ampuloso, toma el paquete y saca una galletita que exhibe frente al joven y se la come mirándolo fijamente.
Por toda respuesta, el joven sonríe… y toma otra galletita.
La señora gime un poco, toma una nueva galletita y, con ostensibles señales de fastidio, se la come sosteniendo otra vez la mirada en el muchacho.
El diálogo de miradas y sonrisas continúa entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, el muchacho cada vez más divertido.
Finalmente, la señora se da cuenta de que en el paquete queda sólo la última galletita. «No podrá ser tan caradura», piensa, y se queda como congelada mirando alternativamente al joven y a las galletitas.
Con calma, el muchacho alarga la mano, toma la última galletita y, con mucha suavidad, la corta exactamente por la mitad. Con su sonrisa más amorosa le ofrece media a la señora.
—¡Gracias! —dice la mujer tomando con rudeza la media galletita.
—De nada —contesta el joven sonriendo angelical mientras come su mitad.
El tren llega.
Furiosa, la señora se levanta con sus cosas y sube al tren. Al arrancar, desde el vagón ve al muchacho todavía sentado en el banco del andén y piensa: «Insolente».
Siente la boca reseca de ira.
Abre la cartera para sacar la lata de refresco y se sorprende al encontrar su paquete de galletitas… ¡Intacto!
Empecé a trabajar en docencia pensando que deseaba compartir algunas galletitas con los demás.
Ahora, diez años después, me doy cuenta de que son ustedes los que, todo este tiempo, han estado compartiendo las suyas conmigo.
Otra vez… Gracias.
Doctor Jorge M. Bucay
Haedo, domingo 25 de abril de 1999.
Tucumán 2430 4.º «J».
C. P. 01052. Buenos Aires, Argentina.
e-mail: hamacom@hotmail.com
Participantes:
- Muchacha sonriente
- Joven embarazada (Sandra)
- Flaco alto cabezón de la segunda fila
- Señora con bebé gordito (Chávela)
- Caballero con pipa
- Joven calvo del fondo
- Señora que tose
- Señor de bigotitos
- Señora con portafolios en la falda
- Señora con cara de abogada (Sara)
- Muchacha sexy
- Hombre de aspecto pensativo
- Estudiante de primera fila (Carlos)
- Ama de casa
- Señor con cara de psicoanalista
- Señora que cuchichea
- Señora de voz monótona
- Señor con aire de indiferente (José)
- Mujer que estuvo en otra charla (Susana)
- Miguel Lambré (Editor)
Sala de conferencias en una librería. Sillas blancas de plástico. Gente haciendo cola afuera. Algunos se saludan, se reconocen.
Muy cerca, Jorge toma un café con Miguel, su editor. Aviso de llamada. Jorge se enjuga la frente con un pañuelo y sale a escena.
En el centro del espacio destinado para él, una silla giratoria azul; cerca, a la izquierda, una pequeña mesa con una botella de plástico de agua mineral y vasos. A la derecha, el rotafolios (indispensable).
Lleva saco, camisa color salmón e infaltables tirantes, esta vez grises. Cuando hace su ingreso, todavía ha gente terminando de acomodarse. Algunos, sentados hace rato, chistan. Otros aplauden.
J. B.: Llegar a un lugar donde hay gente que yo no conozco y tiene la bondad de decirme que me conocen, es para mí una experiencia fantástica, absolutamente desbordante. Por eso, primero que nada, muchas gracias por estar aquí. Porque si yo tuviera que elegir, jamás usaría un sábado en la mañana para escuchar una charla de Bucay; así que les agradezco a ustedes haber hecho esta elección. Habitualmente, cuando me siento frente al público que se reúne para escuchar las cosas que intento mostrar, elijo algún cuento que ilustre esa situación. Éste, que recuerdo hoy, es un cuento sufí. Los sufíes se constituyeron en una corriente mística —que nosotros conocemos más como la filosofía de los derviches— que utilizaba la parábola y el cuento para transmitir sabiduría, como casi todos los pueblos místicos de la historia.
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