Liz Fielding
Una Familia Prestada
Una familia prestada
Título Original: Baby on Loan (2001)
– Es horrible. Parece un mausoleo. No viviría aquí ni aunque me pagaran.
– Es tranquilo, y Jessie necesita mucho silencio para poder trabajar.
– No hay niños, ni animales domésticos. No se oye música. Este sitio no es normal.
– A Jessie no le gustan los gatos; le dan miedo los perros, y no tiene hijos.
Kevin no añadió que por suerte para ella, que era lo que sentía en aquel momento, porque sabía que era la falta de sueño la que estaba desvirtuando su punto de vista.
– Nunca tendrá hijos, si no se quita de delante de ese ordenador y vive la vida.
– ¿Es obligatorio?
– No te hagas el gracioso. Jessie cree que ha tomado la decisión adecuada, pero no podemos dejar que un desgraciado le haga esto. Además el hecho de que trabaje en casa no la ayuda mucho, porque trabajando fuera por lo menos te ves obligado a salir y hablar con la gente -se miraron con desesperanza-. Podrías morirte en Taplow Towers, sin que nadie se diera cuenta.
El bebé, que había permanecido callado durante treinta segundos, mientras recuperaba el aliento, volvió a echarse a llorar como protesta ante la imposición de los dientes en sus tiernas encías.
– No creo que eso suceda aquí.
Faye no hizo caso a su marido y empezó a murmurar palabras consoladoras a su bebé. No sirvió de nada. El niño sufría y pretendía que el resto de la humanidad sufriera con él.
– ¿Te fijaste en cómo miró esa mujer que nos encontramos en el pasillo al pobre Bertie? -continuó como si no la hubieran interrumpido-. Como si fuera contagioso, o algo así -limpió la baba que salía de la boquita de su hijo y continuó-. Creía que Jessie ya habría superado lo de Graeme. Estaba demasiado tranquila. Parecía tenerlo todo demasiado bajo control. Necesita enfadarse, desahogarse…
– ¿Volverse a enamorar?
– ¡Eso es! Y cuanto antes mejor. Lo que no es normal es que se aísle de este modo.
– ¡Esto sí que no es normal! -desistiendo ya de poder dormir, Kevin se levantó, tomó a su hijo en brazos, y empezó a pasearse con él por la habitación, tratando de que se tranquilizara.
– Pasará pronto. Es porque le están saliendo los dientes -le aseguró Faye, antes de caer rendida en la cama.
– Eso dijiste la semana pasada.
– Solo necesitamos dormir bien una noche.
– ¿Dormir bien una noche? ¿Qué es eso? Ya no lo recuerdo.
– Deja de quejarte y piensa mientras te paseas. Tenemos que hacer algo para ayudar a tu hermana. Está a punto de firmar un contrato de alquiler por cinco años en este sitio tan horrible.
– No es horrible. Es un apartamento bonito y, sobre todo seguro.
– Es demasiado joven, para buscar tanta seguridad. Vivir aquí no le hará ningún bien, Kevin.
Kevin se vio reflejado en un espejo, mientras paseaba: ojeras, rostro cansado…
– Necesito dormir. Pero no una noche, sino una semana -se volvió a su esposa, que no tenía mejor aspecto que él-, y tú también.
– Sí, los dos lo necesitamos -de repente sonrió con malicia-. Entonces, ya está. Problema resuelto.
– ¡Por favor, Patrick, no habrá ni un alma en Londres en verano! Todo el mundo se marcha.
Patrick Dalton hizo un esfuerzo para no sonreír.
– Te quedarás tú y los otros siete millones de personas que viven aquí.
– ¡No te rías de mí! ¡Te estoy hablando en serio!
– ¡Y yo también, Carenza! -cuando no la llamaba por el diminutivo, normalmente se daba cuenta de que a su tío se le estaba acabando la paciencia-. Prometiste cuidar de la casa en mi ausencia, y yo creí en tu palabra, porque de lo contrario habría llamado a una de las empresas que se dedican a ello, para que me proporcionaran a alguien.
– Creí que me habías dicho que no habían podido encontrar a nadie con tan poca antelación -fue tan incisiva, que lo sorprendente es que no se hubiera cortado con su propia lengua.
– Creo que lo que dije exactamente fue que sería «difícil» que encontraran a alguien con tan poca antelación.
– ¡Vaya, ya te salió la vena de abogado!
– No te quejes tanto, Carrie. Pago las facturas con el dinero que me da mi profesión, y muchas de ellas están a tu nombre.
Carrie no se dio por vencida, y decidió cambiar de táctica.
– ¿No podrías llamar a la empresa y preguntarles si todavía pueden encontrar a alguien?-, le suplicó con tono lastimero.
– ¿Ahora mismo? Corrígeme si me equivoco, pero teniendo en cuenta que aquí es mediodía, imagino que en Londres será medianoche. No creo que la agencia…
– Mañana entonces -insistió, a pesar de la evidente falta de interés de su tío-. Podrías llamar mañana.
– Podría hacerlo, pero, ¿para qué? -respondió tenso a su sobrina de dieciocho años-. De todos modos no creo que tengas bastante dinero para recorrerte Europa con la mochila a cuestas, o de lo contrario no habrías aceptado cuidarme la casa en verano, ni por cierto estarías haciendo llamadas de larga distancia desde mi teléfono.
– Es muy tarde -le recordó-. Tarifa económica. Por cierto, esa era la otra cosa de la que tenía que hablarte.
– ¿De qué?
– De dinero. He pensado que, tal vez me podrías hacer un préstamo hasta que mamá entre en razón.
– ¿Para que recorras Europa como una vagabunda? ¿Estás loca? A tu madre le daría un ataque. Olvídalo -Europa tendría que permanecer como un sueño para ella aquel verano-. Saca buenas notas en tus exámenes de noviembre y te prometo pagarte unas vacaciones de esquí en navidades. Mientras tanto, te sugiero que emplees los meses que te quedan hasta entonces para estudiar sin parar.
– ¿Cómo puedes ser tan tacaño?
– Es cuestión de práctica, cariño -le respondió, pensando que él había tenido mucha, porque algunas mujeres no captaban las indirectas a la primera-. Dime, ¿cómo están mis preciosos ficus? Espero que no se te esté olvidando pulverizarlos. Con agua templada, recuerda.
– Está bien, lo haré ahora mismo. Las pulverizaré con agua templada, y después las sacaré de los maceteros y les cortaré las raíces -le dijo, y después colgó el teléfono.
Patrick se echó a reír. Las plantas no le preocupaban demasiado. Había sido idea de su madre, artífice de sus complicados cuidados. Su hermana le había pedido que dejara a su hija al cuidado de su casa mientras que él se encontraba en el Lejano Oriente, porque según ella, lo que Carenza necesitaba era adquirir alguna responsabilidad, ver que se confiaba en ella y, sobre todo, conseguir que se quedara en Londres para que estudiara. Y, muy a pesar suyo, Patrick había accedido, porque sabía que no podía dejar la casa sola durante todo el tiempo que preveía iba a durar aquel difícil caso; pero, al parecer, dos meses pulverizando las plantas había acabado con las ganas de Carrie de asumir responsabilidades, sobre todo ahora que sabía que sus amigas se marchaban a Europa.
Jessie cerró el grifo de la ducha. Alguien parecía haberse quedado pegado al timbre, y si no era así, tendría que tener una buena razón para montar todo aquel jaleo.
– Muy bien. Ya voy -gritó. Se puso el albornoz, y después se enrolló el pelo con una toalla, antes de dirigirse hacia la puerta.
Mientras descorría el cerrojo, los timbrazos cesaron, aunque para entonces ya deberían haber despertado a la mitad de la vecindad, lo que no la convertiría en la Miss Popularidad de Taplow Towers a las seis y media de la madrugada.
Abrió la puerta unos centímetros, con la cadena aún echada y no vio a nadie. Pero, de repente miró hacia abajo, y se encontró con la mirada de Bertie. Una mirada que hubiera derretido un témpano de hielo.
Era obvio que su sobrino, por muy inteligente que fuera no podía tocar el timbre, así que abrió la puerta del todo y buscó a su hermano y cuñada.
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