Liz Fielding
Cena para Dos
Cena para Dos (13.01.1999)
Título Original: Gentlemen Prefer… Brunettes (1998)
CASSANDRA Cornwall sonrió cansada. No le habría hecho mal un poco de cafeína para animarse.
Alzó la vista, con la esperanza de encontrarse con la mirada de Beth, pero su amiga estaba demasiado ocupada echándose en brazos de un hombre que acababa de aparecer por la puerta.
– ¡Nick, cariño!
La exclamación de alegría de Beth hizo darse la vuelta a toda la gente de la tienda. Cassie se quedó mirando a Nick, que acababa de inclinarse desde su considerable altura hasta la mejilla de Beth para darle un beso.
En el movimiento, se deslizó un mechón de pelo color miel por la bronceada frente de Nick.
– ¡Beth, estás maravillosa! -su voz era dulce y cálida-. No sé cómo he podido dejarte escapar.
La exclamación de alegría de Beth estaba totalmente justificada, pensó Cassie. Nick era la seducción hecha persona. Tenía unas piernas larguísimas, una sonrisa seductora, y unos ojos negros que seguramente harían sentir deseable y hermosa a cualquier mujer. Es decir, el tipo de hombre al que sería una locura tomar en serio.
Beth lo sabía bien.
– Supongo que estabas muy ocupado -dijo ella riendo-. Veamos.
– Estaba Janine Grey, Georgia Thompson, Caroline Clifford… -Beth contaba con los dedos al mismo tiempo que nombraba a las mujeres-… y se corría el rumor de que Diana Morgan…
– ¡Bueno, ya está bien! Es suficiente -dijo Nick, levantando las manos como rindiéndose en broma-. Nunca lo he negado. Es que tengo una incurable debilidad por las rubias altas.
– Altas, guapas, esbeltas… -dijo Beth, mientras él la abrazaba-. Es una debilidad que te va a meter en un buen lío un día de éstos.
– ¿Es un augurio?
– ¡Eres increíble, Nick! ¿Cuándo vas a crecer?
Él sonrió pícaramente, como reconociendo lo que le acababa de decir Beth, pero no parecía Mostrarse arrepentido.
– Supongo que nunca -contestó Nick-. ¿Cómo está Harry?
– Harry anda muy contento con una pelirroja regordeta. Esperemos que siga así.
– Regordeta no, Beth. Con unas curvas magníficas -murmuró Nick.
Beth resopló. Cassandra sintió ganas de resoplar también.
– No cambiarás en la vida. Pero acuérdate de lo que te digo, un día de éstos, alguna mujer te robará ese corazón de play-boy. Cuando menos lo esperes.
– Las malas lenguas dicen que no tengo corazón para que puedan robármelo, Beth.
– Lo sé. Pero, ¿quién escucha las malas lenguas? -Beth lo tomó del brazo y se lo apretó-. ¿Has venido a hacerme una visita, cariño, o estás haciendo compras?
– Estoy buscando un regalo para Helen. Es su cumpleaños la semana próxima. Veo que tienes una persona famosa firmando libros… -Nick dirigió la mirada hacia la mesa con pilas de libros, y de pronto descubrió unos ojos color caramelo observándolo como si fuera un cachorrito travieso. Si hubiera sido un cachorro se hubiera echado panza arriba para que lo acariciara, pero como no lo era, simplemente se acercó más para mirarla mejor.
Al llegar a la oficina, había visto un cartel anunciando que aquel día Cassandra Cornwell, famosa por sus programas de cocina en televisión, firmaría ejemplares de su libro de once a doce de la mañana. Había enviado a su secretaria a las once, pero ésta había regresado diciendo que la librería estaba atestada de gente y que regresaría más tarde. Pero más tarde había estado ocupada tratando de resolver un problema para él.
Podría haber llamado a Beth y haberle pedido que se quedara con un ejemplar firmado para él, pero se le había ocurrido que si ella estaba tan ocupada no habría sido muy amable por su parte interrumpirla para que atendiera una llamada telefónica, cuando su oficina estaba apenas unos pisos más arriba de la librería. Así que había decidido ir en persona. Y se alegraba de haberlo hecho.
Si se le hubiera ocurrido imaginarse a Cassandra Cornwell habría pensado en una mujer de mediana edad, con canas, robusta y de mejillas coloradas, y mandona. Pero no era así. Tenía una piel clara traslúcida, cejas tupidas, unos ojos que parecían sonreír incluso cuando intentaban no hacerlo, y un pelo oscuro y sedoso, a punto de soltarse, de escaparse de un peinado que procuraba darle un aspecto cuidado y ordenado.
Además tenía una boca muy dulce, igual de risueña que sus ojos. Él sintió unas desconcertantes ganas de besarla. Seguramente sabría igual que las fresas que había robado una vez, de niño, del jardín de la cocina de su madre.
– … y ya sabes cuánto le gusta cocinar a Helen -dijo Nick, terminando la frase.
– No sé si me gustaría que me regalasen un libro de cocina para mi cumpleaños -dijo Beth, siguiéndolo hacia el almacén-. Pero no voy a rechazar el dinero de un cliente, especialmente uno como tú. Cassie, ¿conoces a Nick Jefferson? -Beth le hizo señas por detrás de él, señalando el bloque de oficinas de la planta de arriba, indicándole que se trataba de ese Jefferson.
Cassie intentó no reírse mientras Beth continuaba la pantomima, señalando su alianza y agitando su cabeza, y representando una escena dramática que Cassie interpretó como que él era el tipo de hombre por el que cualquier chica se moriría.
Probablemente Nick sospechó que pasaba algo a sus espaldas porque empezó a darse la vuelta. Pero entonces Cassie alargó la mano y dijo:
– No, no nos conocemos.
– ¿Cómo es posible? -dijo él, tomando la mano de ella tiernamente. Sus largos dedos rozaron la muñeca de Cassie-. Si vive en Melchester…
Cassie pestañeó. Era increíble la facilidad con que flirteaba.
– Es un lugar muy grande, señor Jefferson -dijo Cassie. Además ella evitaba ir a actos sociales.
– Nick. Llámeme Nick, por favor.
– Nick, ésta es Cassandra Cornwell, una mujer cuya pastelería podría conquistar tu corazón. Ella preparó la comida de mi boda, conoció a una presentadora con la que salía mi hermano, y lo demás es historia conocida.
Nick miró a Beth, que ya había terminado la representación del status de solterón de Nick Jefferson. En ese momento se encontraba apoyada en el mostrador de la caja.
– ¿Historia conocida?
– Me refiero a la historia de la televisión. Cassie tiene el mayor índice de audiencia de un programa sobre cocina en toda la historia de la televisión. Las mujeres miran su programa para aprender a cocinar como sus madres. Los hombres ven su programa y se les cae la baba -Beth miró a Nick con picardía-. Es posible que sea su tarta de toffee lo que los atrae, pero se me ocurre que no.
– No, yo tampoco creo que sea eso -dijo él.
– Acaba de regresar a vivir a Melchester.
– Tiene mucha suerte Melchester.
Aunque era más baja de lo que él solía exigir en una mujer, y rellenita, no era delgada como una modelo, Cassandra Cornwell, pensó él, era exactamente el tipo de mujer que un hombre desearía encontrarse en la cocina al final de un largo día en la oficina. Tibia, hogareña, cálida. Alguien para hacerte masajes en el cuello y servirte una cena digna de los dioses. En pocas palabras, el tipo de mujer con la que un hombre podría casarse para tenerla sólo para él. No era su tipo en absoluto, excepto por sus labios.
Cassie se dio cuenta de que se había quedado un poco atontada, tragó saliva y sonrió amablemente.
– Hola, Nick.
Nick debió soltar su mano después de estrecharla, pero no lo hizo. Cassie se dio cuenta de que empezaba a sentir un hormigueo en su piel. Miró en dirección a Beth para pedirle que la rescatase, pero ésta se había ido al fondo del local con un cliente y había desaparecido hacia la parte de atrás de la tienda. Al parecer, Nick no tenía intención de soltarle la mano. Ella empezó a sentir calor por todo el cuerpo.
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