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Susan Mallery - Buscando La Perfección

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La infancia nómada de Charity le hacía desear establecerse en un lugar donde poder echar raíces, y en Fool’s Gold encontró lo que buscaba. Inmediatamente se enamoró de todo lo que la pequeña ciudad de cuento le ofrecía; de todo, excepto de su más sexy y famoso residente, el antiguo ciclista campeón del mundo Josh Golden. Con la larga lista de desastres amorosos que Charity tenía a sus espaldas, no estaba dispuesta a arriesgarse a salir con otro chico malo, ni siquiera aunque todo el mundo pensara que era perfecto tal y como era. Pero tal vez eso era justo lo que él necesitaba: alguien que supiera encontrarle defectos. Alguien que supiera que él sólo buscaba la perfección.

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Susan Mallery Buscando La Perfección Amor en Fools Gold 1 Título original - photo 1

Susan Mallery

Buscando La Perfección

Amor en Fool's Gold, 1

Título original: Chasing perfect

Traducido por: Esther Mendía Picazo

Uno

A Charity Jones le gustaba una buena película de desastres como al que más, pero eso sí, prefería que los desastres no tuvieran nada que ver con su vida.

El brusco sonido de un corte eléctrico seguido por un olor a quemado llenó la sala de juntas de la tercera planta del ayuntamiento. Una fina nube de humo salía de su ordenador portátil acabando con toda esperanza de que su presentación en PowerPoint saliera bien; la misma presentación que se había pasado toda la noche perfeccionando.

Era su primer día de trabajo, pensó mientras tomaba aire para no dejar que la invadiera el pánico. Era la primera hora oficial de su primer día oficial. ¿Es que no se merecía al menos un mínimo respiro? ¿Alguna pequeña señal de piedad del universo?

Levantó la mirada de su aún candente ordenador para dirigirla al consejo formado por diez miembros de la Universidad de California, campus de Fool's Gold, y no parecían muy contentos. Parte de la razón era que habían estado trabajando con el anterior urbanista durante casi un año y aún no se había cerrado un contrato para la construcción de las nuevas instalaciones de investigación; contrato que ahora ella tenía que conseguir. Supuso que el desagradable olor a chamusquina era la otra razón por la que estaban moviéndose incómodos en sus asientos.

– Tal vez deberíamos posponer la reunión -dijo el señor Berman. Era alto, con el cabello gris y gafas- para cuando esté usted… -señaló al humeante ordenador- más preparada.

Charity sonrió educadamente cuando lo que de verdad quería era ponerse a arrojar cosas. Ella estaba preparada. Llevaba haciendo la presentación… miró al reloj de la pared… ocho minutos, pero había estado preparándola desde que había aceptado el puesto de urbanista hacía casi dos semanas. Comprendía qué quería la universidad y qué tenía que ofrecer la ciudad. Tal vez era nueva, pero era buenísima en su trabajo.

Su jefa, la alcaldesa, la había advertido sobre ese grupo y le había ofrecido posponer la reunión, pero Charity había querido probarse a sí misma y se negaba a reconocer que había sido un error.

– Estamos todos -dijo aún sonriendo con tanta seguridad como pudo-. Podemos hacerlo a la antigua.

Desenchufó su ordenador y lo sacó al pasillo donde, sin duda, apestaría al resto del edificio, pero su prioridad tenía que ser la reunión. Estaba decidida a comenzar su nuevo empleo con un triunfo y eso significaba lograr que la Universidad de California en Fool's Gold firmara en la parte inferior de la hoja. Cuando volvió a entrar en la sala de juntas, se acercó a la pizarra y agarró un grueso rotulador azul que había en una pequeña bandeja unida a ella.

– Según lo veo -comenzó a decir, escribiendo el número 1 y rodeándolo-, hay tres escollos. Primero, la larga duración del arrendamiento -escribió un número 2-. Segundo, la reversión de las mejoras de la tierra, concretamente, del edificio en sí mismo. Y 3, la señal de la vía de salida -se giró hacia las diez personas tan bien vestidas que estaban observándola-. ¿Están de acuerdo?

Todos miraron al señor Berman, que asintió lentamente.

– Bien.

Charity había revisado todas las notas de las reuniones anteriores y había hablado con la alcaldesa de Fool's Gold durante la semana. Lo que no podía entender era por qué el proceso de negociación estaba alargándose tanto. Al parecer, el anterior urbanista había querido llevar la razón más que querer un complejo de investigación en la pequeña ciudad, pero la alcaldesa Marsha Tilson había sido muy clara al ofrecerle el puesto a Charity: traer negocio a Fool's Gold y hacerlo enseguida.

– Esto es lo que estoy dispuesta a ofrecerles -dijo haciendo una segunda columna. Repasó los tres problemas y anotó soluciones, entre las que se incluían un tiempo extra de cinco segundos para girar a la izquierda en el semáforo de la vía de salida.

Los miembros del consejo escucharon y cuando terminó, volvieron a mirar al señor Berman.

– Suena bien -comenzó a decir él.

¿Suena bien? Estaba mucho mejor que bien. Era un trato de ésos que se dan sólo una vez en la vida. Era todo lo que la universidad había pedido. Era como un brownie con helado con cero calorías.

– Pero sigue habiendo un problema -dijo el señor Berman.

– ¿Cuál es? -preguntó ella.

– Cuatro acres en el límite del condado -dijo una voz desde la puerta.

Charity se giró y vio a un hombre entrar en la sala de juntas. Era alto y rubio, guapo hasta el punto de parecer de otra especie, y se movía con una elegancia atlética que le hizo sentir algo extraño en su interior inmediatamente. Le resultaba vagamente familiar, pero estaba segura de que no lo había visto en su vida.

Él le sonrió y el brillo de esos dientes, y esa milésima de segundo de atención que le había prestado, casi la lanzaron contra la pared. ¿Quién era ese tipo?

– Bernie -dijo el extraño dirigiendo su sonrisa de megavatios al líder del grupo-, me han dicho que estabas en la ciudad. No me has llamado para salir a cenar.

Al señor Berman pareció interesarle el comentario.

– Pensé que estarías ocupado con tu última conquista.

El chico rubio se encogió de hombros con modestia.

– Yo siempre tengo tiempo para la gente de la universidad. Sharon. Martin -saludó a todo el mundo, estrechó unas cuantas manos, le guiñó un ojo a la señora mayor que estaba al fondo y se giró hacia Charity.

– Lamento interrumpir. Estoy seguro de que bajo circunstancias normales podrías ocuparte de este problema sin el más mínimo esfuerzo, pero la razón por la que no tenemos un acuerdo no es ni la reversión del arrendamiento ni el semáforo -se acercó y le quitó el rotulador de la mano-. Son los cuatro acres que la familia muy adinerada de un exalumno le ha ofrecido a la universidad. Quieren que el edificio lleve su nombre y están dispuestos a pagar por obtener ese privilegio.

Le lanzó otra sonrisa a Charity y después se giró hacia la pizarra.

– Voy a explicar por qué es una mala idea.

Y entonces comenzó a hablar. Ella desconocía quién era y tal vez debería haberle dicho que se marchara, pero no podía ni moverse ni hablar. Era como si él proyectara una especie de fuerza alienígena que la dejaba inmovilizada.

Tal vez eran sus ojos, pensó mientras miraba esas profundidades color verde avellana, o quizá sus rubias pestañas. Podría haber sido el modo en que se movía o el calor que sentía cada vez que él pasaba delante de ella. O quizá simplemente había inhalado algún gas extraño cuando su ordenador había empezado a echar chispas antes de morir.

A pesar de que disfrutaba de los encuentros entre hombre y mujer como la que más, nunca antes se había quedado tan cautivada por un hombre, y menos durante una reunión de trabajo que se suponía que ella tenía que dirigir.

Sin embargo, conocía a esa clase de hombre y había visto la desolación que dejaban allí por donde pasaban. Su instinto de protección le ordenaba que se mantuviera alejada, muy alejada. Y lo haría… en cuanto terminara la reunión.

Se puso derecha, decidida a recuperar el control de sí misma y de la reunión, pero entonces las palabras del misterioso invasor tuvieron sentido. A cualquier universidad le resultaría muy difícil rechazar un obsequio consistente en tierras y no le extrañaba que al señor Berman no le hubiera interesado su solución porque su solución no solventaba el problema.

– La investigación de la que estás hablando es importante para todos -concluyó el hombre rubio-. Y ésa es la razón por la que la oferta de la ciudad es la mejor que tenemos sobre la mesa.

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Jacquie D’Alessandro
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