Furia venenosa Marita Gallman
Furia venenosa
Furia venenosa. Libro 1 de la serie Maeve Regan.
Título original: Maeve Regan. 1 Rage de dents.
© Marita Gallman © de la traducción: Meritxell Borra Comallonga © de esta edición: Libros de Seda, S.L.
Paseo de Gracia 118, principal 08008 Barcelona
Diseño de cubierta y maquetación: Germán Algarra Imagen de la cubierta: AgeFotostock / Elizabeth MayTrigger Primera edición: abril de 2013
Depósito legal: B. 85482013 ISBN: 9788415854029
Impreso en España Printed in Spain Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO ( www.cedro.org ).
Para Julie,
Lo/
Agradecimientos Hace un año, me hubiera hecho muy feliz que diez personas leyesen mi novela. Para la niña que soñaba con escribir libros cuando fuese mayor, este último año ha sido como un cuento de hadas.
Por lo tanto, quiero darles las gracias a mis hadas madrinas. Primero, a la «dentiaguda», por haberme abierto su ataúd durante un tiempo y haber transformado mi calabaza en carroza: muchachas, valéis un imperio, no cambiéis nunca. A continuación, a mi madrina barbuda, por haberme regalado el vestido de baile con el cual sueña cualquier niña, incluso Maeve. Gracias también a todos los duendecillos que la lian peinado y maquillado entre bastidores: sois un equipo genial.
Gracias a todos los amigos que me han apoyado durante la aventura. Sois demasiados para que no me olvide de nadie, así que no correré el riesgo de citar nombres. Pero gracias y mil veces gracias. Sin vosotros, no hubiera disfrutado ni apreciado tanto lo que ha sucedido y seguramente lo hubiera mandado todo a paseo hace tiempo.
Y, por supuesto, esto también vale para todos los lectores. Vuestros ánimos y vuestra amabilidad me han emocionado especialmente.
Laetitia: gracias por tu amistad y tu apoyo desde el primer momento. Gracias por haber estado presente cuando lo necesitaba y cuando no me lo merecía. Tu presencia significa para mí más de lo que nunca sabré expresar.
Finalmente, Julie. Siempre. Me gustaría afirmar que ya está todo dicho, pero sería una lástima tener cosas bonitas que decirle a alguien y no hacerlo solo porque lo sabe. Julie: eres mi fuerza, mi norte, mi luz en la oscuridad. Creíste en mí antes de que nos hiciéramos amigas, y con tanto entusiasmo que, de alguna manera, has seguido apoyándome hasta que lo he conseguido. Gracias a ti, hoy sonrío cada vez que alguien me hace un cumplido. De todo corazón, gracias.
Capítulo 1
«Está claro que voy a necesitar una copa.»
Eso fue lo primero que me pasó por la cabeza al entrar en esta discoteca, hará unos veinte minutos, y lo único que tenía en mente ahora que había visto entrar en la sala a Elliot y a doña Perfecta.
Bendito sea el alcohol.
Después de haber conseguido llegar hasta el bar, pedirle al camarero preadolescente que me diera lo más fuerte que tuviera y habérmelo tragado de golpe, ya me sentía mejor. Puse más dinero encima del mostrador, dándole a entender que me volviera a servir lo mismo. Sabía a mil demonios y no tenía ni idea de lo que era, pero consiguió el efecto esperado. Lo sé, lo sé. El alcohol no soluciona los problemas, pero ayuda a diluirlos.
Un minuto después me había acabado la segunda copa. Me incliné por encima de la barra para decirle al chico que quería otra. Demasiado ocupado en servir a los nuevos clientes que habían entrado en el club en los últimos cinco minutos, parecía que no me veía. De acuerdo, soy bajita, pero, de todas maneras, podía haber hecho un esfuerzo. Como si yo no tuviera nada más que hacer.
Debían de ser las doce y media pasadas, y la gente empezaba a llegar. El ambiente no tardaría en estar cargado. Dios mío, ¡cómo odiaba las discotecas! Pegados unos a otros, sudando hasta deshidratarse con un fondo de «bum bum» repetitivo y ensordecedor, ¡genial! Es justo lo que yo llamaría la noche perfecta...
Bueno, el camarero seguía haciéndose el sueco. O me subía a la barra y me rasgaba el top aparentando que había sido un accidente, o me deshacía con mi sonrisa más encantadora. No estaba de humor para reír, o sea que me puse a considerar seriamente la primera opción cuando una cabeza se inclinó hacia mí.
—¿Qué tomas?
Miré al tipo que me lo había preguntado. Bastante alto, castaño caoba con algunas pecas aquí y allá que le daban un aire cordial y subrayaban unos ojos azul oscuro. Tenía una cara agradable y, en conjunto, era más bien atractivo. A fin de cuentas, sería él quien conseguiría mi sonrisa más encantadora. Y, quién sabe, quizá sí que me acabaría arrancando el top al final de la noche.
—Lo mismo que tú —susurré.
Inclinándose por encima de la barra después de dirigirme una sonrisa arrebatadora, le hizo señas al camarero, que acudió de inmediato. «Acabas de perder las propinas por los siglos de los siglos», pensé. Mi nuevo amigo pidió algo cuyo nombre no entendí por el jaleo. Cuando volvió el camarero, llevaba dos vasitos de chupito y una botella extraña con un líquido naranja. No recordaba haber visto nunca nada de ese color. Roció los vasos con mucha ceremonia, derramando casi tanto líquido como el que acababa de servir, y se fue rápidamente después de haber cobrado el dinero de mi generoso donante sin siquiera una sonrisa. Me preguntaba si este le había dejado propina.
—Por nuestro encuentro —dijo mientras me acercaba un vaso.
Con la copa del extraño brebaje en la mano, le esperé para brindar.
—Michael —me dijo.
—Maeve —contesté con mi voz más dulce.
Y para dentro, de un trago.
Por poco me ahogo al tragar el matarratas al que me había invitado tan amablemente.
—¡Joder! ¿Qué coño es esto? —exclamé en cuanto hube dejado, o más bien arrojado, mi vaso en la barra.
Me dirigió una gran sonrisa mientras miraba cómo recuperaba el aliento.
—Especialidad de la casa. Lo llaman «el Sol». Mismo color, misma temperatura.
De acuerdo, me hacía a la idea. Y, en efecto, tenía la sensación de que me había quemado viva por dentro.
—Bueno, Michael, te agradezco que me hayas cauterizado el esófago.
—El gusto es mío —dijo con la misma sonrisa arrebatadora de antes.
Entonces vi una masa de cabello leonado que atravesaba la multitud y se me acercaba peligrosamente. Segundos más tarde, una cara blanca salpicada de pecas me miraba con la determinación de un soldado en misión suicida. Suspiré. Prefería de lejos las pecas de Michael.
—Tengo que irme —farfullé al darme cuenta de que Brianne estaba demasiado cerca de nosotros.
—¿Te vas? —preguntó con una mueca de decepción que me dio todavía menos ganas de marcharme.
—Me temo que el deber me llama —dije a regañadientes—. Pero nos vemos luego.
Aunque no hubiera subido el tono de voz, mi afirmación no dejaba de ser una pregunta discreta. Me sonrió como respuesta, que decidí tomar por un sí.
Di unos pasos en dirección a Brianne. Me miraba fijamente con sus grandes ojos de color marrón, con una mueca de desaprobación y, Dios sabe cómo, ya había conseguido cruzar los brazos. A decir verdad, podía imaginármela con claridad atravesando toda la discoteca con los brazos cruzados, ante la posibilidad de encontrarse conmigo en cualquier momento.
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