Juan Carlos Arjona Ollero - La Dama de hierro. : (La historia secreta de James Barry) (Spanish Edition)
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- Libro:La Dama de hierro. : (La historia secreta de James Barry) (Spanish Edition)
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La Dama de hierro. : (La historia secreta de James Barry) (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación
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La Dama de hierro
(La historia secreta de James Barry)
JUAN CARLOS ARJONA OLLERO
©Todos los Derechos Reservados
ESTA ES SIN DUDA, LA HISTORIA DE UNA GRAN MUJER.
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LA DAMA DE HIERRO
(LA HISTORIA SECRETA DE JAMES BARRY)
CAPÍTULO 1
Ir al río a tropezones con los pies heridos y descalzos, con un perol de madera al lomo, indiscutiblemente evidencia que su padre la hubiese amado más si fuera hombre. Era una niña de manos pequeñas y piernas delgadas, que escalaba las peñas haciéndose llagas en las yemas de los dedos y los pies. Pensaba, no, no solo pensaba, sabía que su padre no la amaba lo suficiente. Lo notaba en el desayuno, la porción más grande era para él. En el almuerzo, la sobra era su herencia. Su padre lanzaba un enorme eructo que le daba los honores y el permiso de atragantarse las sobras antes que los cerdos de los corrales engullan su comida.
Así empezaba el día, sin juegos, ni mimos de una madre que le hiciera trenzas. Algo le atormentaba y no era precisamente ver a su hija desgreñada por las colinas. La daba por ruda, salvaje e incorregible trepadora de árboles y ponerle un vestido bonito era desperdiciar las telas.
Al llegar al río, usaba el agua como espejo para ver cómo estaban sus greñas entre nudos, tomaba agua entre sus manos de uñas mordidas para despejar un poco la mugre de la cara. Trató muchas veces de imaginar que era una dama, pero no contaba con vestidos para elaborar bien la alucinación. Ninguno era para andar por la colina sino para ir a la iglesia los días de pedir favores especiales a Dios por algún lío en el que se metiera su padre. De por sí, la ropa de mujer le resultaba hostil para el movimiento. Una vez tuvo un traje que le duró mediodía y recuerda la paliza que le dio su difunta abuela por marcharlo.
Puso los pies en el agua y una mano que salió del río le hizo pegar un grito, resbalar de la roca donde se encontraba y caer hasta sumergirse. El golpe de frío de las aguas le entumeció al contacto. Se estaba ahogado, ante la lucha por salir a la superficie vio sobre ella a un niño mayor, que le sonreía con travesura. Intentó subir a la superficie lo más rápido que pudo antes que sus pulmones colapsaran, pero el trayecto hacia la luz y el oxígeno, se volvió en un conjunto de verdaderos segundos de agonía ante sus brazadas de desesperación. Al lograr sacar su cabeza, la bocanada de aire se interrumpía ante la tos y la rabia. El niño merodeaba sus pies como si fuese un pez genuino. La niña aspiraba oxígeno y el balde de madera estaba alejándose de ella rumbo a la deriva. Su padre iba a matarla.
̶ ¿Quién rayos es usted para tomarse la confianza de jugar conmigo ?̶ la niña manoteaba el agua dispuesta a darle el merecido al extraño.
El chico llegó a la superficie entre carcajadas y esquivos ante los repentinos manotazos de la chiquilla.
̶ ¡Qué difícil es hacer nuevas amistades! ¿Por qué tengo esta magia rara de hacer enemigos ?̶ . El niño le sostuvo las manos para evitar los diminutos golpes.
̶ Usted a mí no me conoce y un amigo no juega a matar ̶ dijo tosiendo sin perder la coordinación para enterrarle las uñas en la espalda.
̶ ¡Pero usted es muy chiquitita para ser tan arisca! Si fuera mi hermanita, al río jamás iría sola. ¿Dónde están sus padres? Usted aún debe estar tomando del pecho de su mam á̶ el chico la arrastró a la orilla y sin ninguna dificultad la sentó en una piedra ̶ , quédese ahí, que voy por su perol. La niña se recubría entre sus dos bracitos para sobrevivir al frío y lamentó haber perdido una calceta mientras exprimía su cabellera con fastidio.
̶ ¡Si me enfermo será su culpa !̶ dijo a gritos mientras luchaba por revolver las telas de sus harapos para secarse a toda prisa.
El muchachito le devolvió su envase lleno de agua y prometió que lo llevaría al hombro, con la condición de que a cambio fueran amigos aunque fuese por esa tarde.
̶ No hay con quién hablar por estas tierras. No somos de la misma edad, no pido mucho, solo que hablemos un poco. Sin embargo, no se ningún juego de niñas…
̶ Yo tampoco sé ningún juego de niñas… No tengo tiempo para eso. Mi juego es cumplir las órdenes de mi padre y lograr que no me regañe nunca más. Ya bajé los castigos a tres días por semana. Antes estaba castigada los siete días, me siento muy contenta de mis logros y así te parezca de siete años, tengo doce y a juzgar por los dientes que le faltan soy mayor que usted aunque así sea más alto.
Él puso el perol en la peña y salió del agua con interés. Observó que le sangraban las plantas de los pies a la pequeña, a pesar de las callosidades evidentes que le afeaban.
̶ ¡Necesita usar calzado! ̶ dijo mientras tomaba hojas y lianas para idearles unos. Fue majestuoso su gesto y la niña quedó impresionada con la agilidad de sus manos para hacer algo tan cómodo y fuerte de la nada. Su sonrisa le cambió el semblante y hasta estrechó su mano como una cliente satisfecha.
̶ Usted ganó una amiga. Son los primeros zapatos que me queda sin partirme los dedos y enterrarme las uñas. Debe ser hijo de un zapatero.
̶ No. Mi papá pesca y siembra. Yo hago zapatos de las ramas porque he estado descalzo muchas veces. Si no existe algo, hay que inventarlo. Yo solo inventé una amiga de usted, todo eso en mi mente y fíjese, ya lo somos.
La niña miraba sus zapatos verdes con fascinación, las lianas en la suela estaban detallada con tal destreza que no cerraba la boca del asombro.
̶ Yo quiero vender sus zapatos en los mercados. Algún día las mujeres podremosser como los hombres y tendremos grandes tiendas y muchos cliente s̶ la niña acaricia las ramas para contemplar la maravilla de sentirse protegida en sus nuevos pasos.
̶ ¿Por qué crees que las mujeres y los hombres somos diferentes? ̶ pregunta él lanzando una piedra al agua.
̶ ¡Olemos mejor! Sabemos bañarnos y lo hacemos con más frecuencia.
Él chico levanta la ceja y sonríe. Se lanza al agua y chapaletea para enseñarle a la niña que él sí sabe bañarse.
̶ Entonces soy una mariquita porque me baño todos los días a esta misma hora y sé cómo sacarle olores a las frutas. Hace unas semanas empezaron a olerme las axilas y creé un rallado de frutas con piedras y cambur que elimina la peste. ¡Y vaya que era una peste!
La niña no pudo evitar la curiosidad y lo llama con el dedo para ver si era cierto que no olía a fatalidades. El chico sale de agua con pleno orgullo y levanta su brazo para que ella personalmente descubriera su genio creativo. Sin pudores la niña lo olfateó y confirmó la presencia del cambur. ¿Quién era el genio que se le presentaba de frente y que lejos de ahogarla, le había devuelto un nuevo aire?
̶ Me llamó Margaret ¿y tú?
̶ Edward. Da igual si me dice mocoso… ¡odio mi nombre!
̶ Yo el mío. Si fuera varón a lo mejor mi padre me trataría mejor ̶ , la niña se pone de pie con sus zapatillas de hojas y se siente como si al fin pudiera ser libre para caminar. A pesar de sus heridas, la agilidad de los pasos la hace sentir recompuesta y feliz ̶ gracias por darme este regalo ̶ susurra extasiada.
̶ No fui yo, fueron las plantas y los árboles. No hay mejor regalo que darle a alguien la capacidad de ver que todo está disponible a su alrededor.
̶ ¿Quién te enseñó a pensar así? ̶ Margaret da varios saltos para explorar la comodidad de sus zapatillas. El traje le pesada y no escatimó en improvisar un pantalón al enredárselo entre las piernas en dirección a la retaguarda.
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