Derechos © 2004 por Miguel Ángel Ruiz, M.D. y Janet Mills. Traducción: Luz Hernández, Derechos © 2004 por Ediciones Urano, S.A.
Publicado por Amber-Allen Publishing, Inc.
P. O. Box 6657
San Rafael, California 94903
Título original: The Voice of Knowledge
Arte de funda: Nicholas Wilton
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Edición impresa: ISBN 978-1-878424-55-6
Edición digital: ISBN 978-1-934408-10-0
Dedico este libro a los ángeles
que han ayudado a difundir
el mensaje de la verdad
por todo el mundo.
Agradecimientos
Deseo expresar mi gratitud a Janet Mills, la madre de este libro. También deseo dar las gracias a Gabrielle Rivera, Gail Mills y Nancy Carleton, quienes, con su tiempo y su talento, contribuyeron generosa y amorosamente a realizar este libro.
Los toltecas
Hace miles de años los toltecas eran conocidos en todo el sur de México como «mujeres y hombres de conocimiento». Los antropólogos han definido a los toltecas como una nación o una raza, pero de hecho, eran científicos y artistas que formaron una sociedad para estudiar y conservar el conocimiento espiritual y las prácticas de sus antepasados. Formaron una comunidad de maestros (naguales) y estudiantes en Teotihuacán, la antigua ciudad de las pirámides en las afueras de Ciudad de México, conocida como el lugar en el que «el hombre se convierte en Dios».
A lo largo de los milenios los naguales se vieron forzados a esconder su sabiduría ancestral y a mantener su existencia en secreto. La conquista de los europeos, unida a un agresivo mal uso del poder personal por parte de algunos aprendices, hizo necesario proteger el conocimiento de aquellos que no estaban preparados para utilizarlo con buen juicio o que hubieran podido usarlo mal intencionadamente para obtener un beneficio propio.
Por fortuna, el conocimiento esotérico tolteca fue conservado y transmitido de una generación a otra por distintos linajes de naguales. Aunque permaneció en secreto durante cientos de años, las antiguas profecías vaticinaban que llegaría el momento en el que sería necesario devolver la sabiduría a la gente. Ahora, don Miguel Ruiz, un nagual del linaje de los Guerreros del Águila, ha sido guiado para compartir con nosotros las poderosas enseñanzas de los toltecas.
La sabiduría tolteca surge de la misma unidad esencial de la verdad de la que parten todas las tradiciones esotéricas sagradas del mundo. Aunque no es una religión, respeta a todos los maestros espirituales que han enseñado en la tierra. Si bien abarca el espíritu, resulta más preciso describirla como una manera de vivir que se caracteriza por su fácil acceso a la felicidad y el amor.
Lo que es verdad es real.
Lo que no es verdad no es real.
Es una ilusión, pero parece real.
El amor es real.
Es la expresión suprema de la vida.
1
A DÁN Y E VA
La historia desde un punto de vista diferente
Una preciosa y antigua leyenda, que casi todo el mundo ha escuchado, es la historia de Adán y Eva. Es una de mis historias preferidas, porque explica de un modo simbólico lo que yo intentaré explicar con palabras. La historia de Adán y Eva está basada en la verdad absoluta, aunque nunca la entendí de niño. Es una de las más grandes enseñanzas, pero creo que la mayoría de la gente la comprende mal. Ahora te explicaré esta historia desde un punto de vista diferente, quizá desde el mismo punto de vista de quien la creó.
La historia tiene que ver contigo y conmigo. Trata de nosotros. Trata de toda la humanidad porque, como bien sabes, la humanidad no es más que un ser vivo: hombre, mujer. Sólo somos uno. En esta historia nos llamamos Adán y Eva y somos los seres humanos originales.
La historia empieza cuando éramos inocentes, antes de haber cerrado nuestros ojos espirituales, lo que significa miles de años atrás. Vivíamos en el Paraíso terrenal, en el Huerto del Edén, que era el cielo en la Tierra. El cielo existe cuando nuestros ojos espirituales están abiertos. Es un lugar lleno de paz y dicha, de libertad y amor eterno.
Para nosotros — Adán y Eva — todo estaba relacionado con el amor. Nos amábamos y nos respetábamos mutuamente y vivíamos en perfecta armonía con toda la creación. Nuestra relación con Dios, nuestro Creador, era una comunión perfecta de amor, y esto significa que nos comunicábamos con Dios todo el tiempo y Dios se comunicaba con nosotros. Tenerle miedo a Dios, el mismo que nos creó, era algo inconcebible. Nuestro Creador era un Dios de amor y de justicia, y depositábamos nuestra fe y nuestra confianza en él. Dios nos brindó una libertad completa, y nosotros utilizábamos nuestro libre albedrío para amar a toda la creación y disfrutar de ella. La vida era bella en el Paraíso terrenal. Los seres humanos originales lo veíamos todo a través de los ojos de la verdad, tal y como es, y lo amábamos. Así es como solíamos ser, y no nos costaba el menor esfuerzo.
Bien, la leyenda dice que en medio del Paraíso terrenal había dos árboles. Uno era el Árbol de la Vida, que daba vida a todo lo que existía, y el otro era el Árbol de la Muerte, más conocido como el Árbol del Conocimiento. Éste era un árbol precioso con un fruto muy jugoso. Resultaba muy tentador. Y Dios nos dijo: “No se acerquen al Árbol del Conocimiento. Si comen su fruto, podrán morir”.
Ningún problema, por supuesto. Pero, por naturaleza, nos encanta explorar, e indudablemente fuimos a visitar el árbol. Si recuerdas la historia, ya puedes adivinar quién vivía en aquel árbol. El Árbol del Conocimiento era el hogar de una gran serpiente llena de veneno. La serpiente no es más que otro símbolo de lo que los toltecas denominan el Parásito, y puedes imaginarte por qué.
La historia dice que la serpiente que vivía en el Árbol del Conocimiento era un ángel caído que anteriormente había sido el más bello. Como ya sabes, un ángel es un mensajero que entrega el mensaje de Dios: un mensaje de verdad y de amor. Pero, quién sabe por qué razón, aquel ángel caído ya no entregaba la verdad, lo que significa que transmitía un mensaje falso. En lugar del amor, el mensaje del ángel caído era el miedo; era una mentira en lugar de la verdad. De hecho, la historia describe al ángel caído como el Príncipe de las Mentiras, y esto quiere decir que era un mentiroso sempiterno. Todas las palabras que salían de su boca eran mentiras.
Según la historia, el Príncipe de las Mentiras vivía en el Árbol del Conocimiento, y el fruto de ese árbol, que era el conocimiento, estaba contaminado por las mentiras. Nos acercamos a aquel árbol y mantuvimos la conversación más increíble con el Príncipe de las Mentiras. Éramos inocentes. No lo sabíamos. Confiábamos en todos los seres. Y allí estaba el Príncipe de las Mentiras, el primer cuentista, un tipo muy inteligente. Ahora la historia cobra un poco más de interés porque aquella serpiente tenía una historia propia completa.