Derechos © 1999 por Miguel Ángel Ruiz, M.D. y Janet Mills. Traducción: Luz Hernández, Derechos © 2001 por Ediciones Urano, S.A.
Publicado por Amber-Allen Publishing, Inc.
P.O. Box 6657
San Rafael, California 94903
Título original: The Mastery of Love
Arte de funda: Nicholas Wilton
Todos los derechos son reservados. Este libro no puede ser reproducido total o parcialmente sin permiso escrito del editor, excepto por un revistero que puede citar pasajes cortos en una revista. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación, o transmitida en ninguna forma electrónica, mecánica, fotocopiada, magnetofónica, u otra, sin permiso escrito del editor.
Edición impresa: ISBN 978-1-878424-53-2
Edición digital: ISBN 978-1-934408-09-4
A mis padres, mis hijos, mis hermanos
y el resto de mi familia,
a quienes me une no sólo el amor,
sino la sangre y las raíces ancestrales.
A mi familia espiritual,
a quien me une la decisión
de crear una familia basada en el amor incondicional,
el respeto mutuo y la práctica de la maestría del amor.
Y a mi familia humana,
cuya mente es fértil para las semillas
del amor que contiene este libro.
Que estas semillas de amor
florezcan en su vida.
Agradecimientos
Deseo expresar mi gratitud a Janet Mills quien, al igual que una madre hace con su hijo, dio forma a este libro con todo su amor y dedicación.
También quisiera dar las gracias a todas las personas que, con su tiempo y su amor, nos ayudaron a realizar esta obra.
Finalmente, quiero expresar mi gratitud a nuestro Creador por la inspiración y la belleza que dio vida a este libro.
Un tolteca es un artista del amor, un artista del espíritu, alguien que, en cada momento, en cada segundo, crea el más bello arte: el arte de soñar.
La vida no es más que un sueño, y si somos artistas, crearemos nuestra vida con amor y nuestro sueño se convertirá en una obra maestra de arte.
Los toltecas
Hace miles de años los toltecas eran conocidos en todo el sur de México como «mujeres y hombres de conocimiento». Los antropólogos han definido a los toltecas como una nación o una raza, pero de hecho, eran científicos y artistas que formaron una sociedad para estudiar y conservar el conocimiento espiritual y las prácticas de sus antepasados. Formaron una comunidad de maestros (naguales) y estudiantes en Teotihuacán, la antigua ciudad de las pirámides en las afueras de Ciudad de México, conocida como el lugar en el que «el hombre se convierte en Dios».
A lo largo de los milenios los naguales se vieron forzados a esconder su sabiduría ancestral y a mantener su existencia en secreto. La conquista de los europeos, unida a un agresivo mal uso del poder personal por parte de algunos aprendices, hizo necesario proteger el conocimiento de aquellos que no estaban preparados para utilizarlo con buen juicio o que hubieran podido usarlo mal intencionadamente para obtener un beneficio propio.
Por fortuna, el conocimiento esotérico tolteca fue conservado y transmitido de una generación a otra por distintos linajes de naguales. Aunque permaneció en secreto durante cientos de años, las antiguas profecías vaticinaban que llegaría el momento en el que sería necesario devolver la sabiduría a la gente. Ahora, don Miguel Ruiz, un nagual del linaje de los Guerreros del Águila, ha sido guiado para compartir con nosotros las poderosas enseñanzas de los toltecas.
La sabiduría tolteca surge de la misma unidad esencial de la verdad de la que parten todas las tradiciones esotéricas sagradas del mundo. Aunque no es una religión, respeta a todos los maestros espirituales que han enseñado en la tierra. Si bien abarca el espíritu, resulta más preciso describirla como una manera de vivir que se caracteriza por su fácil acceso a la felicidad y el amor.
I NTRODUCCIÓN
El maestro
Érase una ves un maestro que hablaba a un grupo de gente y su mensaje resultaba tan maravilloso que todas las personas que estaban allí reunidas se sintieron conmovidas por sus palabras de amor. En medio de esa multitud, se encontraba un hombre que había escuchado todas las palabras que el maestro había pronunciado. Era un hombre muy humilde y de gran corazón, que se sintió tan conmovido por las palabras del maestro que sintió la necesidad de invitarlo a su hogar.
Así pues, cuando el maestro acabó de hablar, el hombre se abrió paso entre la multitud, se acercó a él y, mirándole a los ojos, le dijo: “Sé que está muy ocupado y que todos requieren su atención. Sé que casi no dispone de tiempo ni para escuchar mis palabras, pero mi corazón se siente tan libre y es tanto el amor que siento por usted que me mueve la necesidad de invitarle a mi hogar. Quiero prepararle la mejor de las comidas. No espero que acepte, pero quería que lo supiera”.
El maestro le miró a los ojos, y con la más bella de las sonrisas, le contestó: “Prepáralo todo. Iré”. Entonces, el maestro se alejó.
Al oír estas palabras el corazón del hombre se sintió lleno de júbilo. A duras penas podía esperar a que llegase el momento de servir al maestro y expresarle el amor que sentía por él. Sería el día más importante de su vida: el maestro estaría con él. Compró la mejor comida y el mejor vino y buscó las ropas más preciosas para ofrecérselas como regalo. Después corrió hacia su casa a fin de llevar a cabo todos los preparativos para recibir al maestro. Lo limpió todo, preparó una comida deliciosa y decoró bellamente la mesa. Su corazón estaba rebosante de alegría porque el maestro pronto estaría allí.
El hombre esperaba ansioso cuando alguien llamó a la puerta. La abrió con afán pero, en lugar del maestro, se encontró con una anciana. Ésta le miró a los ojos y le dijo: “Estoy hambrienta. ¿Podrías darme un trozo de pan?”
Él se sintió un poco decepcionado al ver que no se trataba del maestro. Miró a la mujer y le dijo: “Por favor, entre en mi casa”. La sentó en el lugar que había preparado para el maestro y le ofreció la comida que había cocinado para él. Pero estaba ansioso y esperaba que la mujer se diese prisa en acabar de comer. La anciana se sintió conmovida por la generosidad de este hombre. Le dio las gracias y se marchó.
Apenas hubo acabado de preparar de nuevo la mesa para el maestro cuando alguien volvió a llamar a su puerta. Esta vez se trataba de un desconocido que había viajado a través del desierto. El forastero le miró y le dijo: “Estoy sediento. ¿Podrías darme algo para beber?”
De nuevo se sintió un poco decepcionado porque no se trataba del maestro, pero aun así, invitó al desconocido a entrar en su casa, hizo que se sentase en el lugar que había preparado para el maestro y le sirvió el vino que quería ofrecerle a él. Cuando se marchó, volvió a preparar de nuevo todas las cosas.
Por tercera vez, alguien llamó a la puerta, y cuando la abrió, se encontró con un niño. Éste elevó su mirada hacia él y le dijo: “Estoy congelado. ¿Podría darme una manta para cubrir mi cuerpo?”
Estaba un poco decepcionado porque no se trataba del maestro, pero miró al niño a los ojos y sintió amor en su corazón. Rápidamente cogió las ropas que había comprado para el maestro y lo cubrió con ellas. El niño le dio las gracias y se marchó.