La última sonrisa
Primera edición: 2019
ISBN: 9788417447311
ISBN eBook: 9788417447922
© del texto:
Feliciano Úbeda
© de esta edición:
CALIGRAMA, 2019
www.caligramaeditorial.com
info@caligramaeditorial.com
Impreso en España – Printed in Spain
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright . Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Cada uno vive su odisea esperando que al final llegue la tranquilidad deseada. Mi odisea empieza con un viaje en el que todo lo que tengo me acompaña, dejando solo lo que no cabe en la mochila —justo con lo necesario para comenzar el viaje—, una travesía que debe de durar todo el tiempo que la vida permita. A veces todo y nada es lo mismo, se quedan los amigos, la familia, solo te llevas lo que cabe en una mochila para lo que debe ser el viaje de toda una existencia, así lo dicen las cartas.
—Feliciano, ¡tú no te vas para tres meses! —Mi amiga Carmen se sorprendió al echarme las cartas del tarot y ver las figuras que representaban un largo viaje; sí, este era el que me correspondía realizar—. Aquí pone que se trata de un viaje largo que igual ni vuelves. —Decidió consultar con su libro manual, mientras Rosa y yo nos mirábamos con sorpresa—, sí —siguió leyendo—, vas a conocer a mucha gente y tendrás algún problema con alguien. —Nos miramos los tres porque no creíamos que pudiera tener problemas con nadie, precisamente porque nunca los había tenido por mi forma de ser—. Con quien sea no te preocupes porque sales victorioso, o sea, que igual no es nada.
—Pero el trabajo es para tres meses —le digo yo, replicando que se trataba de algo muy determinado en el tiempo y además tenía intención de volver al terminar la temporada.
—Yo te digo lo que dicen las cartas, tú no hagas ni caso, eso de que te vas ya lo sabemos los tres y los demás, en cuanto a los problemas con alguien, pues ya sabemos que siempre hay alguien envidioso que se mete con cualquiera, pero tú que ya sabes cómo tratar con todo el mundo, a ese ni caso. —Nadie sabe lo que te puedes encontrar hasta que lo encuentras, te pilla sin previo aviso y cuando llega eres tú quien tiene que responder ante las distintas adversidades—. Bueno, ¿nos vamos ya? —Mercedes quería dejar por concluida la sesión adivinatoria para salir de la casa de sus padres porque habíamos quedado con unos amigos. Saliendo de la casa nos despedimos de sus padres, que se encontraban en el salón viendo la televisión junto a la mesita de noche donde dejaban sus pertenencias, como las gafas, la jarra del agua y un par de vasos.
—¿Ya os vais? —preguntó su madre atentamente. Carmen entró al salón para despedirse mejor de sus padres—. ¿Qué es eso de que el Feliciano igual ni vuelve? —Se había enterado de lo que decíamos gracias a los auriculares para sordos, pues apenas oía.
—Nada, mamá —le decía, mientras se arreglaba el abrigo para poder darle un beso de despedida—, le he echado las cartas a Feliciano y le sale que se va de viaje.
—Por eso salís esta noche, ¿no? Para despediros de él —le preguntó su madre, que se levantó para poder despedirse de mí.
—No hace falta que te levantes, mamá —le replicó Carmen.
—Deja que me despida —le contestó, consiguiendo ponerse de pie para despedirse de mí—, cuídate —me dijo, dándome un par de besos. Al ver las intenciones que tenía de despedirme de su marido me cortó diciéndome—: No te preocupes, no nos oye, ya te despediré yo por ti. —Nos acompañó hasta la puerta donde volvió a despedirse otra vez—, hasta luego y no volváis tarde. —Le dejamos cerrar la puerta, dándole un hasta luego cada uno.
En la calle hace fresco, nos vamos rápidamente hacia el lugar indicado en que habíamos quedado, mientras nos dirigíamos al bar hablábamos sobre la tirada de las cartas, especulando sobre la adivinación. Era la noche de mi despedida; Carmen quedó con su prima Bego, que a su vez había quedado con su amiga Virtudes a la que le acompañaba su amigo Leo, Jaime, Ana y Fina. Recuerdo que cada vez que quedaba con Carmen y Rosa acabábamos juntándonos con todo el mundo, por así decirlo. La mayoría eran estudiantes a los que les faltaba poco para terminar los estudios y comenzar las oposiciones, de hecho, el tema de conversación era ese precisamente. Yo estaba escapando de aquel mundo, de todos los mundos si he de ser sincero, no terminé los estudios para ir a trabajar a un pueblo de Gerona a más de seiscientos kilómetros de distancia. Aquella noche todos se despidieron de mí como el que se va para hacer el servicio militar o, mismamente, a la guerra. Los consejos se sucedían, la admiración que sentían por mi decisión de irme les resultaba hasta incomprensible, el atrevimiento que mostraba dejando todo lo conocido para ir en pos de lo desconocido, desconcertante; la vida es una incógnita que no se resuelve nunca. Si deseas despejar incógnitas, debes saber que el resultado es igual a lo conocido y a la vez completamente diferente. Para mí todo era algo por despejar, una incógnita permanente que, aunque parezca que conoces el final, no lo sabrás hasta que tomes la decisión que te permita continuar. Las consecuencias son siempre imprevisibles, las tienes que aceptar, pues son las decisiones que toma cada uno en el día a día. Para los tres meses de verano hice la mochila con lo justo, apenas ropa de invierno, el neceser en el que metí la crema dentífrica, el cepillo, la brocha junto a la crema de afeitar —que no sé para qué, pues apenas si me afeitaba una o dos veces al mes de lo barbilampiño que era, según los días que me mirase al espejo cada vez que me afeitaba era para oler a recién afeitado—. Además, añadí algún libro, un lápiz y un cuaderno en blanco para dibujar. Era lo más importante para pasar el rato, no podía ir sin mis lápices, elementos esenciales para perderme entre mis pensamientos. En casa de mis padres solo estaban ellos y una hermana, mi hermano se encontraba trabajando a esas horas nocturnas, empezaba a reciclar yendo por los bares en búsqueda de botellas en compañía de sus compañeros. Nunca entendí por qué no quisieron cogerme para trabajar con ellos, precisamente fui yo el que les inició en el tema del reciclaje. En aquella época era un trabajo nuevo con grandes posibilidades y cada vez que les hablaba del tema se burlaban de mí como si fuera un verdadero imbécil, incluso se reían diciendo que eso era imposible, que tenía pájaros en la cabeza por pensar que se trataba de un negocio rentable si se realizaba correctamente. La empresa la patrocinó una organización religiosa que buscaba la reinserción laboral de personas desfavorecidas, no se dignaron en contar conmigo, fue la primera vez que me sentí excluido, estaban viviendo de lo que tantas veces se burlaron de oírme hablar. No importa, ideas tontas las tiene cualquiera, ahora estaba preparando una travesía, la que toda persona tiene que hacer antes o después, yo lo empezaba en aquellos momentos. Terminada de hacer la mochila, me despedí de mis padres y de mi hermana Ana, presente en la casa, fui solo a la estación de trenes, una estación de diseño con vidrieras de Arte pop y un gran mosaico en la pared de enfrente que me recordaba a las pinturas de Benjamín Palencia, con sus motivos rurales. Hice la espera en aquel vestíbulo donde se podía oír las pisadas de los demás pasajeros que pasaban por allí, el tren no llegaría hasta las doce de la noche, así que pude descansar. Con la proximidad de la hora salí fuera al andén, donde me fumé un cigarro para que se hiciera más corta la espera; paseaba por el andén para que me diese el aire, una fresca brisa acariciaba mi cara. A medida que se acercaba la hora acudía más gente al andén, todos los pasajeros con sus maletas en mano que enseguida las dejaban en el suelo de lo pesadas que eran. Por fin anuncian la llegada del tren, me encontraba nervioso a pesar de estar en el andén y la vía indicada, de repente se produjo como una avalancha del resto de pasajeros que se encontraba en la estación, ya se podía contemplar su llegada, todos nos colocábamos a lo largo del andén para encontrar el número del vagón, la mayoría se despedía de sus seres queridos que habían acudido a decir adiós. Yo subí aquellos escalones descomunales agarrándome a la barandilla, dejando atrás todo lo conocido. Empiezo a buscar el compartimento donde se encuentra mi asiento correspondiente, el tren está casi vacío, pero en mi compartimento se encuentran otras dos personas más, dos hombres, uno joven bien arreglado y el otro mayor con el pelo bien corto, casi rapado, con aire militar; ninguno me hace caso hasta que dejo la mochila en la repisa.
Página siguiente