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Raquel Arias - La primavera en una caja de música

Aquí puedes leer online Raquel Arias - La primavera en una caja de música texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2018, Editor: HarperCollins Ibérica, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Raquel Arias La primavera en una caja de música
  • Libro:
    La primavera en una caja de música
  • Autor:
  • Editor:
    HarperCollins Ibérica
  • Genre:
  • Año:
    2018
  • Índice:
    5 / 5
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La primavera en una caja de música: resumen, descripción y anotación

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Cuando Nora deja su adorado trabajo en Washington tras una gran decepción, se siente perdida. Decide viajar junto a su tía abuela Annie a tierras brasileñas, lugar de nacimiento de la mujer. Allí, las tres ancianas hermanas de su abuela le contarán la historia familiar, desvelando poco a poco sus secretos, y conseguirán que tome distancia de sus problemas.

Nora conocerá a Bruno, un ingeniero que está viviendo en la vieja casa familiar y que le hará replantearse toda su existencia, incluida la convivencia con su novio. De su mano aprenderá a amar la naturaleza tal y como él la ama, y se dará cuenta de que el amor verdadero llega cuando menos te lo esperas.

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La primavera en una caja de música — leer online gratis el libro completo

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Editado por Harlequin Ibérica Una división de HarperCollins Ibérica SA - photo 1

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2018 Raquel Arias Suárez

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La primavera en una caja de música, n.º 202 - agosto 2018

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Shutterstock.

I.S.B.N.: 978-84-9188-720-1

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

A mi padre, por tanto.

Plantación Everett. Carolina del Sur

Madrugada del 6 de diciembre de 1905

El lamento de Elinore Everett atravesó la negrura nocturna y recorrió cada estancia de la mansión, situada de forma estratégica en medio de la plantación de algodón. El humo invadía cada estancia, cubriendo los lujosos muebles y las antigüedades como un pesado velo que comenzaba a borrar las riquezas acumuladas durante años. Los ricos tejidos y los suelos de maderas nobles desaparecían engullidos por la neblina, mientras los escasos criados que aún permanecían en la casa luchaban por huir para salvar sus insignificantes vidas.

La dama volvió a gritar, esta vez con mayor intensidad, y sus lamentos se convirtieron en alaridos, prueba fehaciente de que el fuego sanador se había ensañado con su cuerpo.

Nadie miró atrás, ni los criados ni su propia doncella. Se escabulleron aprovechando la noche sin luna que los ocultaba al ojo humano, no al divino que tal vez había propiciado todo aquel desastre.

Aaron Everett yacía inerte en su propio despacho, donde se había originado el incendio. Había ardido junto a sus preciados documentos de compraventa, que tantos desvelos le habían causado. Horas antes se vanagloriaba de sus decisiones, que le habían llevado a convertirse en uno de los hombres más ricos del estado. Sus fábricas textiles le proporcionaban ingresos cada vez más elevados, otorgándole un estilo de vida lleno de privilegios.

Las mellizas, de pocas semanas de vida, ni siquiera lloriquearon. El humo actuó como un sedante, accediendo a su dormitorio con exagerada lentitud hasta transportarlas con facilidad al otro mundo. Las cunas, desprovistas ya de vida, se consumieron entre las llamas anaranjadas, convirtiéndose muy pronto en cenizas.

El pequeño Adrien despertó tras el primer chillido de su madre, con la frente perlada de sudor tras regresar de una horrible pesadilla. Por un momento no supo si continuaba soñando, y observó su dormitorio sin pestañear. Se incorporó en su lecho y corrió para acudir en auxilio de Elinore, pero la puerta no se abrió. Alguien se había asegurado de que estuviera bien cerrada con llave, al igual que el resto de aposentos.

—¡Madre! —llamó, a la vez que aporreaba la gruesa madera tallada con sus puños. Comenzó a propinarle puntapiés al comprobar que nadie respondía a sus llamadas de socorro, pero se detuvo petrificado al observar el humo accediendo por la rendija inferior.

Adrien se apartó de forma instintiva, como si aquella bruma de olor ligeramente picante le hubiese quemado la punta de los dedos de sus pies descalzos. Sin apenas comprender el grave peligro que le acechaba, se dio la vuelta y se abalanzó sobre la ventana. Tiró de ella, pero estaba atascada. Lo intentó de nuevo, hasta hacerse daño en las yemas de los dedos. Miró aterrorizado hacia la puerta. El humo la cubría casi por completo, convirtiéndola en una borrosa mancha blanquecina.

—¡Que alguien me ayude! —gritó, justo antes de cubrirse los oídos con las manos para no escuchar más los alaridos de dolor de su madre.

Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas y se acurrucó bajo el alféizar de la ventana. Comenzó a tararear la nana que su nodriza le cantaba durante las noches de tormenta, cuando el pavor se instalaba en su cuerpecito.

Podía vislumbrar por debajo de la puerta el juego de luces anaranjadas y rojizas que se acercaba por el pasillo. Los destellos parecían danzar, sin prisa por llegar hasta su cuarto. Tarareó con más fuerza, mientras se cubría los oídos hasta hacerse daño. ¿Dónde estaría su padre? ¿Habría sucumbido al fuego al igual que su madre? Los ojos le escocían, envuelto ya por completo en aquel humo asfixiante. Tosió, intentando que el escaso oxígeno que quedaba en aquella estancia accediera a sus pulmones. Recordó a sus hermanas, Margaret y Virginia, que dormían en otro cuarto no muy lejos de allí.

La puerta se consumió, al igual que todo cuanto el incendio había encontrado a su paso.

«Canta, Adrien, canta. Los temores se marcharán», se dijo a sí mismo, justo antes de desplomarse. Ni siquiera le dolió el golpe en la cabeza contra los lustrosos listones de madera del suelo; ya no podía sentir dolor alguno. Las lenguas de fuego hipnotizadoras le cegaron, pero no cerró los ojos. Quería presenciar su hipnótico baile hasta el momento en que lo atraparan.

Cuando por fin sus párpados cayeron, apenas pudo sentir la mano que tiró de él hacia el centro mismo del incendio. Justo después, todo se volvió oscuridad.

Nueva York, mayo de 2016

La notificación de un nuevo correo sobresaltó a Nora, que daba los últimos retoques a su maquillaje frente al espejo. Recogió el lápiz de labios en su neceser floreado, cerró la cremallera con rapidez para guardarlo en la maleta y repasó con la vista su equipaje para verificar que no se olvidaba nada en la habitación del hotel. Abrió su portátil y el buzón de correo para constatar que acababa de recibir la documentación que esperaba y sonrió satisfecha. La operación había salido a las mil maravillas, y Richard estaría satisfecho cuando supiera que aquel pez gordo al fin era suyo. Ella solita lo había conseguido, aquel cliente formaba parte por fin de la exclusiva cartera de Wilkins and Co.

La gruesa moqueta del pasillo mitigó el sonido de sus tacones en el recorrido hasta el ascensor, que no tardó en llegar. Nora consultó su reloj de pulsera, las siete en punto. En apenas tres horas estaría volando al sur. Regresaría a casa tras unos días de duras negociaciones que a punto habían estado de costarle la salud. Últimamente se había sentido cansada, con sueño a todas horas, pero estaba segura que tras las palmaditas en la espalda que iba a recibir por parte de su jefe cuando aterrizara en Washington todos sus males desaparecerían como por arte de magia. El ascenso era suyo.

Las puertas de acero del ascensor se abrieron ante sus ojos y el hombre que viajaba en el interior le dedicó una amplia sonrisa. Tenía que reconocer que era muy atractivo, aunque sin duda tendría por lo menos cuatro o cinco años menos que ella. Le pareció escuchar en su mente las palabras de Bridget: «Cuando salta la chispa la edad es lo de menos». Casi pudo escuchar la risa musical de su mejor amiga, a la que, según ella, ningún hombre conseguiría hacer sentar la cabeza.

—Buenos días —saludó Nora con una sonrisa, incapaz de dejar de imaginar lo que Bridget y su calenturienta mente le recomendarían en ese momento, y se vio obligada a contener una carcajada.

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