Eduardo Amadeo
PAÍS RICO,
PAÍS POBRE
LA ARGENTINA QUE NO MIRAMOS.
UNA PROPUESTA PARA SALIR DE LA TRAMPA
DE LA POBREZA Y LA INEQUIDAD
Sudamericana
Sólo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente.
L EÓN G IECO
A Dzidza, compañera en el más pleno sentido de la palabra, a quien nada humano le es ajeno.
A Eduardo, Marcos, Máximo, Micaela y Benjamín, que son nuestro orgullo y alegría. Y a la nueva generación, que nos hace tan felices: Bautista, Abril, Salvador y los mellizos que están viniendo, para quienes soñamos un país más justo e integrado.
A Atilio Rosso, fundador del movimiento “Los Sin Techo” de Santa Fe, que nos acaba de dejar luego de enriquecernos con su ejemplo y pensamiento; a monseñor Pedro Olmedo, obispo de Humahuaca, modelo de vida; a Juan Carr, predicador y constructor de optimismo.
Y a tantos ejemplos de compromiso vital con el otro, que demuestran cada día que la lucha vale la pena.
Agradecimientos
A Amartya Sen, que me enseñó a mirar la economía poniendo al hombre en el centro del pensamiento y la acción. A mis compañeros de ruta, con quienes venimos hace tiempo trabajando por una mejor política social: Leo Dipietro, Gabriela Agosto, Viviana Fridman, Irene Novacovsky, Roberto Candiano, Sari Caputo, Silvia Gascón, Miguel Paradela, Guille Mayer, Juan Peña, Inés Sanguinetti, Valeria Isla, Claudia Sobrón y tantos otros que me han inspirado y acompañado.
A los autores que me han iluminado con sus trabajos, a quienes he citado intensamente porque representan la vanguardia del pensamiento social en nuestro país; en especial a Ernesto Kritz, Juan José Llach, Hugo Míguez, Alieto Guadagni, Leonardo Gasparini, Guillermo Cruces, Agustín Salvia y el equipo del Observatorio de la Deuda Social de la UCA; Rafael Rofman, Luis Beccaria, Sebastián Galiani, Ernesto Shargrodsky, Rubén Lo Vuolo y el equipo del Observatorio de la Maternidad.
Cuando este libro se hallaba en proceso de edición, tuvieron lugar los infaustos hechos que a lo largo de dos meses (y con incierto pronóstico) colocaron a la violencia social en la mirada y los sentimientos de los argentinos.
La muerte de dos aborígenes que reclamaban por tierras en Formosa; el asesinato de Mariano Ferreyra, quien pedía ser formalizado en el Ferrocarril; y finalmente las tres muertes entre los ocupantes del parque Indoamericano constituyen una verdadera cadena de sangre. Pero además de estos trágicos hechos, la sociedad se encontró —de un momento a otro— con una erupción de pobreza que le produjo sentimientos múltiples.
Por un lado, la sorpresa frente a lo que no veía o no quería ver. Un discurso gubernamental triunfalista había pretendido instalar la idea del fin de la pobreza; pero esa pobreza se presentó con todo su dramatismo, combinada con otras cuestiones —como la droga— que pusieron en evidencia la profundidad de la tragedia social. Por otra parte, la fuerza del reclamo social por tierras y viviendas generó rechazos ante lo que muchos consideraron imposiciones inaceptables de los inmigrantes y aun de los nacionales que exigían la ayuda pública para solucionar sus carencias. Una sociedad en la que la clase media no tiene acceso al crédito hipotecario se resiste a aceptar que aquellos a los que muchos consideran beneficiarios indebidos de los recursos sociales pudiesen lograr por la fuerza un bien tan importante.
Finalmente —dato no menos significativo—, la crisis mostró la dificultad para combinar los variados discursos y argumentos que son necesarios para sostener el equilibrio de la gobernabilidad. Mantenimiento del orden, vigencia de los derechos, imperio de la ley y el diálogo fueron cruzados y cuestionados desde diversos ángulos por unos y otros, siempre al impulso de sus intereses particulares, pero sobre todo bajo la presión de una realidad de pobreza y exclusión.
Aparecieron así los dos países, que son el eje sobre el que se ha escrito este libro. Las dos Argentinas, separadas de mil maneras; una que no quiere ver a la otra, a la que además teme porque siente que avanza sobre sus derechos básicos. Y esa otra Argentina que rompe su silencio e impone una imagen, para muchos oculta hasta ayer tras paredones.
Por sobre todo, apareció otra dimensión habitualmente negada: la de la complejidad de la pobreza, que no se soluciona con cajas de comida ni con programas de transferencia de dinero, sino que exige un trabajo largo, sostenido y en múltiples frentes para resolver un conjunto de carencias que llevan muchos años de acumulación.
Los acontecimientos de Soldati consolidan entonces el sentido con el que hemos escrito este libro. Y nos llevan a reafirmar los ejes éticos y de acción que lo inspiraron.
C APÍTULO 1
Por qué este libro
Todo ver es, pues, un mirar; todo oír, un escuchar
y, en general, toda nuestra facultad de conocer es
un foco luminoso, una linterna que alguien, puesto tras ella,
dirige a uno y otro cuadrante del universo, repartiendo sobre
la inmensa y pasiva faz del cosmos aquí la luz y allá la sombra.
F ERNANDO S AVATER
Mi vida como militante político, funcionario y ciudadano comprometido con su comunidad ha estado muy relacionada con las cuestiones sociales.
He tenido importantes responsabilidades públicas en este campo. Creé una fundación llamada Observatorio Social, que se dedica a ayudar a administrar programas sociales en el sector público y en las organizaciones comunitarias de la Argentina y América Latina. Presido hace años la Asociación Argentina de Políticas Sociales, un ámbito plural de reflexión.
He escrito infinidad de artículos académicos y periodísticos, y dado conferencias sobre problemas sociales en todo el mundo.
Con mi esposa, que ha desarrollado un trabajo muy importante en estos temas, mantenemos una tarea y una relación permanente con quienes consideramos nuestros mejores amigos: personas con responsabilidades, compromisos y vocación que trabajan en los ámbitos más necesitados y excluidos de la comunidad.
En otras palabras, por mi preocupación cotidiana, con éxitos y fracasos a lo largo de estos años, nada de lo que trabajo en este libro me es ajeno. No tengo una perspectiva lejana, académica o no comprometida.
Con ese conocimiento he ido comprobando, cada vez con mayor preocupación, cómo en nuestro país la pobreza y sus efectos se van cronificando, sin que los ciclos de alto crecimiento o los esfuerzos aislados logren revertir, en sus causas más profundas, un grave deterioro estructural.
Pero además de sus terribles efectos sobre individuos, familias y comunidades, este proceso ha consolidado heridas graves en la convivencia, mediante la construcción de muros afectivos que se van erigiendo entre “nuestro país”, el de quienes podemos imaginar y construir un proyecto de vida, y el “otro país”, el de aquellos que, por causas que no pueden manejar, quedan afuera de la dinámica social del trabajo y el progreso.
Se trata de una fractura social mucho más grave de lo que muestran expresiones superficiales, como los conflictos por el uso del espacio público o las protestas políticas recurrentes, y un proceso que se vuelve una cuestión central para el funcionamiento de nuestra democracia. Poco a poco aparecen modos de relación política en los que el conflicto y la exclusión del otro se instalan para quedarse: la cronificación de la pobreza amenaza también con cronificar la desunión social.
Frente a esta situación, dirigentes, comunicadores y líderes sociales toman diversos caminos. Muchas personas e instituciones comprometidas y militantes proponen reformas de diversa densidad para solucionar el problema en sus raíces. Otros, más cómodos, optan por seguir las reglas de la demagogia, sumarse a la corriente, y compartir la irritación generalizada por los temas que más indignan a la gente: la violencia cotidiana, los planes sociales. Éstos echan culpas a diestra y siniestra, aumentando la apuesta por más represión o segregación.
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