ANEXOS
I
II
III
IV
IX
V
VI
VII
VIII
Agradecimientos
A lo largo de estos siete años de trabajo recibí variadas asesorías para entender temas complejos de diversos ámbitos, como el financiero, el de telecomunicaciones, o el político. Quiero destacar a una persona en especial, que por desgracia murió antes de que este proyecto viera la luz: el periodista Miguel Ángel Granados Chapa, quien con información, consejos y tips periodísticos me hizo avanzar en diferentes momentos. Otra de las personas fundamentales en este proceso también falleció en el camino: Conrado Osorno, un tío comerciante que en mi adolescencia me regalaba cariñosamente libros de Og Mandino, como El vendedor más grande del mundo. Mi tío Conrado era en la década de 1990 un crítico feroz de Carlos Slim, debido a la forma en que éste adquirió Telmex; sin embargo, al igual que no pocos mexicanos, en los años recientes había cambiado su punto de vista sobre el magnate y lo veía incluso como un mexicano ejemplar en múltiples sentidos. Sus constantes preguntas y percepciones me ayudaron a no olvidar esta perspectiva con la que ahora se mira comúnmente en México a Slim.
Asimismo, debo agradecer a Julio Villanueva Chang, editor de la revista peruana Etiqueta Negra, con quien trabajé intensamente el perfil de El mecenas que usa calculadora, y que me sirvió como base para este libro. En este mismo sentido, tengo que agradecer a la revista Proceso, por el Premio Internacional de Periodismo que me fue otorgado en 2011 por la historia de Julián Slim Helú que al igual forma parte de este libro y fue galardonada por un jurado compuesto por Jon Lee Anderson, Juan Villoro, Alma Guillermo Prieto, Vicente Leñero y Rafael Rodríguez Castañeda.
A los 15 años leí Los periodistas, de Vicente Leñero, y La guerra de galio, de Héctor Aguilar Camín, dos libros que novelan el golpe asestado en los setenta por el gobierno de Luis Echeverría al periódico Excélsior, que dirigía un periodista llamado Julio Scherer.
Así como algunos adolescentes que gracias a sus primeras lecturas quedan marcados por héroes clásicos como Tom Sawyer o Marco Polo, a mí me marcó descubrir la existencia de un periodista cabal que enfrentó la censura en un momento ya épico de la historia reciente de México, en el cual se creó la revista Proceso. Me volví lector voraz de don Julio Scherer. No había nada que él escribiera que yo no leyera ipso facto. Devoraba sus libros e incluso los llevaba a todos lados como una brújula existencial. En mis primeras faenas como reportero y hasta el día de hoy, ante dilemas importantes, es común preguntarme internamente lo que haría Scherer frente una situación así.
Algo que siempre me impresionó de don Julio —a quien tuve la fortuna de conocer en vida— fue la manera en que se relacionó con las altas esferas del poder, esa determinación espartana con la que el fundador de Proceso les decía la verdad a los poderosos. Mientras trabajaba en este libro pensaba mucho en ese valioso aspecto de él, ya que en algunas ocasiones me cansaba y sentía que debía abandonar el proyecto de escribir sobre un hombre tan poderoso para volver a dedicarme a contar historias de la marginalidad. Sin embargo, los héroes legendarios que forjamos en la adolescencia están destinados a permanecer en nuestra ensoñación. Se quedan como dioses que acompañan nuestra vida pagana y cotidiana para, de repente, manifestarse: así, ese noviembre de 2011 en que recibí de sus manos el premio por el 35 aniversario de la revista Proceso fue uno de los momentos más felices de mi vida y me dio el aliento que me faltaba para terminar este libro.
Otros agradecimientos puntuales que debo hacer son a Issa Goraieb, Raymundo Pérez Arellano y Adriana Esthela Flores, baluartes durante mi viaje a Beirut.
En Nueva York a Francisco Goldman, Jon Lee Anderson, Rocío Cavazos, Michelle García y David Sullivan (QEPD).
En la ciudad de México a Batsheva Faitelson, José Martínez, Alejandro Rodríguez, Federico Arreola, Guillermo Osorno, Jesús Rangel, Carolina Enríquez, Fabrizio Prada, Emiliano Monge, John Gibler, Fabrizio Mejía, Froylán Enciso y Juan Villoro. También, por su fraternidad y aliento, a mis amigos Alicia Cárdenas, Alejandro Almazán, Alejandro Sánchez, Manuel Larios, Nayelli Castillo, Neldi Sanmartín, Juan Carlos Reyna y José Luis Valencia.
En Monterrey a César Cantú, Jessica Guerrero, Guillermo Martínez Berlanga, Karem Nerio y Abraham Nuncio.
Para ciertos tramos específicos me ayudaron Diego Fonseca, Elda Cantú, Emma Friedland, Ely Treviño, Fernando Montiel, Miguel Ángel Vargas, Gabriela Pollit y Gustavo G. En diferentes momentos conté también con la ayuda especial de Melissa del Pozo, Lucía Paola Olivares, Ana Lucía Heredia, Jorge Hernández y Sarasuadi Vargas.
Debo una gratitud especial al equipo editorial conformado por Cynthia Chávez, Aurora Higuera, Enrique Calderón, Cristóbal Pera y Andrés Ramírez.
Por último, gracias más que a nadie, a toda mi adorada familia.
¿Puede el mexicano más rico del mundo ser una buena persona?
UNA RESPUESTA
DE JOSÉ MARTÍNEZ
Diego Enrique Osorno pertenece a una selecta generación de periodistas mexicanos. Aunque es muy joven, inició muy pronto una descollante carrera como reportero y escritor. No es fortuito que su trabajo haya trascendido las fronteras del país. Su trayectoria profesional es muy completa. Es además guionista y director de documentales. Por su trabajo ha obtenido importantes premios y reconocimientos tanto nacionales como extranjeros.
Sé de su ética y reputación. Conozco y tengo admiración por su trabajo, y más allá de posibles posturas políticas o ideológicas, su compromiso como escritor y reportero de investigación es con su obra, con sus lectores. Trabaja desde su trinchera en Nuevo León. Va más allá de los personajes que él aborda. Su compromiso es con el país, con México.
Ha puesto bajo su escrutinio al hombre más rico de la Tierra y quien es considerado, además, como uno de los 10 hombres más poderosos del mundo: Carlos Slim Helú.
Aunque como denominador común aborda ahora el tema de Slim, lo que nos identifica en realidad es el quehacer periodístico, que va más allá de tal o cual personaje.
Como profesional, Diego Enrique Osorno es obsesivo. Está bien plantado. Nació para ser periodista. Tiene intuición, agudeza, cultura e inteligencia, le gusta hurgar y armar un rompecabezas, tiene por principio dejar de lado las filtraciones, confirma los datos con el mayor rigor, deja de lado los rumores, se apoya en documentos, sabe desclasificar expedientes y cuenta con un buen archivo y contactos en todos los ámbitos.
Así construyó esta historia sobre Slim, que no es para limpiar ni para ensuciar. Sigue los pasos de los grandes periodistas.
Cuando me solicitó unas líneas sobre este libro, me pidió responder a la pregunta de si el hombre más rico del mundo puede ser una buena persona.
Mi respuesta es que sí. Considero que Slim es muy importante para México. Muchos países quisieran tenerlo. Maneja fuertes cantidades de dinero en sus fundaciones y en generación de riqueza, aunque se esté o no de acuerdo con sus prácticas empresariales.
Aunque tengo tres lustros de conocer y de haber escrito un par de libros sobre el ingeniero Slim, recuerdo ahora cuando, desde principios de la década de 1980, comencé a escuchar del magnate. En los círculos del poder y el dinero muchos se preguntaban: ¿quién es ese mexicano que todo quiere comprar?
En mis archivos periodísticos comencé a abrir una carpeta sobre Slim. Entonces no existía el fax ni el internet, mucho menos los celulares y las redes sociales. Poco a poco fui documentando sus operaciones financieras y con el cruce de información fui averiguando algunos datos sobre su origen. Al mismo tiempo estaba ocupado en otras investigaciones en tanto desempeñaba mi trabajo periodístico en algunos medios para subsistir con un salario modesto de reportero.