Discurso en la
Universidad Popular
A yer por la mañana, la policía evacuó Zuccotti Park, pero hoy la gente está de vuelta. La policía debería saber que esta protesta no es una batalla por el territorio. No estamos luchando por el derecho a ocupar una plaza aquí o allá. Estamos luchando por la justicia. Justicia, no solo para la gente de Estados Unidos, sino para todo el mundo. Lo que vosotras habéis conseguido desde el 17 de septiembre, cuando comenzó el movimiento Occupy en Estados Unidos, es introducir un nuevo imaginario, un nuevo lenguaje político, en el corazón del Imperio. Habéis devuelto el derecho a soñar a un sistema que intentó convertir a todos en zombis obsesionados con equiparar el consumismo sin sentido a la felicidad y la realización personal. Como escritora, permitidme que os diga, esto es un logro enorme. No puedo agradecéroslo lo suficiente.
Estábamos hablando de justicia. Hoy, mientras hablamos, el Ejército de Estados Unidos libra una guerra de ocupación en Irak y Afganistán. Los drones estadounidenses están matando a civiles en Pakistán y más allá. Decenas de miles de soldados y escuadrones de la muerte estadounidenses se están trasladando a África. Por si gastar billones de dólares de vuestro dinero para administrar la ocupación de Irak y Afganistán no fuera suficiente, se habla de una guerra contra Irán. Desde la Gran Depresión, la fabricación de armas y la exportación de la guerra han sido métodos clave a través de los cuales Estados Unidos ha estimulado su economía. Hace poco, bajo el mandato del presidente Obama, Estados Unidos firmó un acuerdo de armamento con Arabia Saudí por valor de 60.000 millones de dólares. Todas esas guerras, desde los bombardeos sobre Hiroshima y Nagasaki a Vietnam, Corea y América Latina, se han cobrado millones de vidas, y todas se hicieron para proteger el American way of life.
Hoy ya sabemos que el American Way of Life, el modelo al que el resto del mundo se supone que debe aspirar, ha resultado en que 400 personas posean la fortuna de la mitad de la población de Estados Unidos. Ha tenido como resultado que a miles de personas se les haya expulsado de sus hogares y de sus empleos mientras el Gobierno rescataba a bancos y corporaciones; solo la America International Group (AIG) recibió 182.000 millones de dólares.
El Gobierno de la India adora la política económica de Estados Unidos. Como resultado de veinte años de economía de libre mercado, hoy día 100 de las personas más ricas poseen activos por valor de un cuarto del producto nacional bruto, en tanto que el 80 por ciento de la población vive con menos de medio dólar al día. A esto lo llamamos progreso y nos consideramos una superpotencia. Como vosotras, nosotras estamos muy bien cualificadas, tenemos bombas nucleares y una desigualdad obscena.
La buena noticia es que la gente se ha hartado y ya no se va a conformar más. El movimiento Occupy se ha unido a miles de otros movimientos de resistencia por todo el mundo en que los más pobres se están poniendo en pie y parando en seco a las corporaciones más ricas. Pocas de nosotras soñamos que un día os veríamos a vosotras, el pueblo de Estados Unidos, de nuestro lado, intentando hacer esto en el corazón del Imperio. No sé cómo expresaros lo enorme de este gesto.
Ellos (el 1%) dicen que no tenemos reivindicaciones…, no saben, quizá, que solo con nuestra indignación bastaría para destruirlos. Pero aquí van algunas ideas —algunos pensamientos «pre-revolucionarios» que se me han ocurrido— para que las pensemos juntas.
Queremos acabar con este sistema que produce desigualdad.
Queremos acabar con la acumulación desaforada de riqueza y propiedades por parte de individuos al igual que de corporaciones.
Como acabadoras de este sistema, exigimos:
Uno: el final de la propiedad cruzada en el mundo de los negocios. Por ejemplo, los fabricantes de armas no pueden poseer cadenas de televisión, las corporaciones mineras no pueden ser dueñas de periódicos, las empresas no pueden financiar universidades, las farmacéuticas no pueden controlar los fondos públicos de salud.
Dos: los recursos naturales y las infraestructuras esenciales, es decir, la provisión de agua y electricidad, la sanidad y la educación, no pueden ser privatizados.
Tres: todo el mundo debe tener derecho a vivienda, educación y atención sanitaria.
Cuatro: los hijos de los ricos no pueden heredar la fortuna de sus padres.
Esta lucha ha despertado nuestra imaginación. En algún momento del proceso, el capitalismo redujo el concepto de justicia para que significara solo «derechos humanos», y la idea de soñar con la igualdad se convirtió en una blasfemia. No estamos luchando para juguetear con la reforma de un sistema que debe ser sustituido por otro.
Como acabadora, rindo homenaje a vuestra lucha.
Paz y larga vida. Salaam y Zindabad.
Espectros del capitalismo
Arundhati Roy
Traducido por Carmen Valle
«Dice tu sangre, cómo entretejieron
al rico y a la ley? Con qué tejido
de hierro sulfuroso, cómo fueron
cayendo pobres al juzgado?
Cómo se hizo la tierra tan amarga
para los pobres hijos, duramente
amamantados con piedra y dolores?
Así pasó y así lo dejo escrito»
Pablo Neruda,
«Los jueces», Canto general
«Una de las responsabilidades
de los artistas en general, y del escritor
en particular, es cuestionarlo todo».
Arundhati Roy
01
Espectros del capitalismo
¿ E s una casa o un hogar? ¿Un templo a la nueva India o un almacén para contener sus fantasmas? Desde que Antilla llegó a la calle Altamount de Bombay, con su aire de misterio y de tranquila amenaza, las cosas no han vuelto a ser igual. «Aquí estamos» —me dijo el amigo que me había llevado allí—. Presenta tus respetos a nuestro nuevo gobernante».
Antilla pertenece al hombre más rico de la India, Mukesh Ambani. Yo ya había leído algo sobre esta vivienda, la más cara que se haya construido jamás, que cuenta con veintisiete plantas, tres helipuertos, nueve ascensores, jardines colgantes, salones de baile, salas de nieve, gimnasios, seis plantas de aparcamiento y seiscientos sirvientes. Nada me había preparado para el césped vertical —una inmensa pared de hierba de veintisiete pisos de altura, unida a una enorme rejilla metálica—. El césped estaba seco en algunas partes, algunos trozos se habían caído en limpios rectángulos. Claramente, el efecto de Goteo hacia abajo no había funcionado.
Pero el Borbotón hacia arriba sí ha funcionado bien. Por eso es por lo que en un país de mil doscientos millones de personas, las cien más ricas poseen activos por valor de una cuarta parte del PIB.
En la calle se comenta (y en el New York Times también), o al menos se comentaba, que, después de tanto esfuerzo y tanta jardinería, los Ambani no viven en Antilla.
En la India, los trescientos millones de personas que pertenecemos a las nuevas clases medias surgidas después de las «reformas» del Fondo Monetario Internacional (FMI) —el libre mercado— convivimos con los espíritus del inframundo, los poltergeists de los ríos muertos, los pozos secos, las montañas calvas y los bosques desnudos; con los fantasmas de los doscientos cincuenta mil campesinos que se suicidaron acosados por las deudas y de los ochocientos millones de personas que se han empobrecido y han sido desposeídas para hacernos sitio a nosotros.
Mukesh Ambani vale él solo 20.000 millones de dólares. Ambani es también dueño de un equipo de críquet.