ÍNDICE
Pueden empezar sin nada,
de la nada e incluso sin un camino,
entonces un camino será creado.
R EVERENDO M ICHAEL B ERNARD B ECKWITH,
antiguo fanático de las drogas,
convertido en fanático espiritual,
convertido en un inspirador chingón
S olía pensar que este tipo de citas eran pura basura. Tampoco entendía de qué demonios hablaban. Quiero decir que más bien no me importaban. Yo era lo suficientemente increíble como para que me importaran. Lo poco que sabía del mundo espiritual o de autoayuda era demasiado cursi: apestaba a desesperación, a iglesias motivacionales y a abrazos no deseados de extraños poco atractivos. Y mejor ni les cuento lo furiosa que me ponía al hablar de Dios.
Al mismo tiempo, había un montón de cosas en mi vida que quería cambiar con desesperación y, de haber podido destruir mis ilusiones de omnipotencia, habría aceptado un poco de ayuda. Digo, en general me iba bien: tenía un par de libros publicados, un montón de amigos fantásticos, una familia unida, un departamento, un auto que funcionaba, comida, dientes, ropa, agua limpia para beber; en comparación con la mayoría del mundo, mi vida era miel sobre hojuelas. Pero comparado con lo que yo sabía que era capaz de hacer, estaba, digamos, poco impresionada.
Siempre me sentía como: «Vamos, ¿esto es lo más que puedo hacer? ¿En serio? ¿Voy a ganar sólo lo suficiente para pagar la renta de este mes? ¿Otra vez? ¿Y voy a pasar otro año saliendo con un montón de tipos raros para poder tener relaciones tambaleantes y escasas de compromiso, y así agregar aún más drama a mi vida? ¿En serio? ¿Y de verdad seguiré cuestionando mi razón de ser y regodeándome en la miseria de mi desmadre por millonésima vez?».
Era. Muy. Aburrido.
Todo parecía como si sólo estuviera haciendo lo necesario para vivir una vida aburrida con ocasionales chispazos de genialidad por aquí y por allá. Y lo más doloroso era que en el fondo sabía que era una rock star , que tenía el poder de dar y recibir amor como los grandes, que podía brincar al edificio más alto de un solo salto y podía crear lo que mi mente quisiera y… «¿Qué es eso? ¿Me pusieron la araña? Debe de ser una broma, tengo que verla. No me alcanza para pagar esto. ¡Es la tercera del mes! Voy a ir a hablar con ellos ahorita mismo…». Y tan tan, me iba, agobiada por trivialidades sólo para encontrarme, unas cuantas semanas después, pensando a dónde se había ido ese tiempo y cómo era posible que siguiera atorada en mi raquítico departamento comiendo tacos de un dólar sola cada noche.
Asumo que si estás leyendo esto es porque hay algunas áreas en tu vida que tampoco se ven muy bien que digamos y sabes que podrían estar mucho mejor. Tal vez vives con tu alma gemela y le compartes con alegría tus dones al mundo, pero eres tan pobre que tu perro tiene que buscar su propio alimento si quiere comer. Tal vez te va de maravilla con el dinero y tienes una conexión profunda con tu razón de ser, pero no recuerdas cuándo fue la última vez que reíste tanto que mojaste los pantalones. O tal vez eres muy malo en todo lo anteriormente mencionado y sólo pasas tu tiempo libre llorando. O tomando. O gritándole a los encargados del parquímetro que tienen un reloj exacto, pero nada de sentido del humor y que, en gran medida, son los culpables de tu crisis financiera, según tú. O tal vez tengas todo lo que siempre quisiste, pero por alguna razón aún te sientes insatisfecho.
Esto no tiene que ver necesariamente con ganar millones de dólares, o con ayudar a resolver los problemas del mundo, o con tener tu propio programa de televisión, a menos que eso sea realmente lo tuyo. Tu vocación podría ser simplemente cuidar a tu familia o cultivar el tulipán perfecto.
Esto se trata de tener muy claro qué es lo que te hace feliz y te hace sentir más vivo que nada, y después crearlo en lugar de pensar que no lo puedes tener o que no mereces tenerlo. O que eres un imbécil egocentrista por querer más de lo que ya tienes. O por escuchar a papá y a la tía María sobre lo que ellos creen que «deberías» estar haciendo.
Se trata de tener las pelotas para ser el más brillante, el más feliz, el más chingón que puedas ser, sin importar cómo crees que se ve eso.
La buena noticia es que para lograrlo sólo tienes que hacer un simple y pequeño cambio:
Tienes que dejar de querer cambiar tu vida y mejor decidir cambiar tu vida.
Querer se puede hacer mientras estás sentado en el sillón con una pipa en la mano y una revista de viajes en las piernas.
Decidir significa entregarte por completo, hacer todo lo que sea necesario e ir detrás de tus sueños con la tenacidad de la porrista que aún no tiene con quién ir a la graduación la semana de la fiesta.
Quizá tengas que hacer cosas que nunca imaginaste hacer, pues si alguno de tus amigos te viera haciéndolas o gastando dinero en ellas, te lo recordarían por siempre, se preocuparían por ti o dejarían de ser tus amigos porque ahora eres «el raro». Tendrás que creer en cosas que no puedes ver, así como en cosas que sabes que, sin duda alguna, son imposibles. Vas a tener que ver más allá de tus miedos, fallar una y otra vez y crear el hábito de hacer cosas con las que tal vez no te sientas tan cómodo. Vas a tener que deshacerte de viejas creencias que sólo te han limitado y aferrarte al deseo de crear la vida que deseas como si tu vida misma dependiera de ello.
Porque, ¿adivina qué?, tu vida sí depende de ello.
A pesar de lo desafiante que esto puede sonar, no es tan brutal como despertar a medianoche sintiendo como si un auto se hubiera estacionado sobre tu pecho aplastándote, al darte cuenta de que tu vida pasa a toda velocidad y aún no empiezas a vivirla de alguna manera que tenga sentido para ti.
Tal vez has escuchado historias sobre ese tipo de personas que se dieron cuenta de algo importante sólo cuando parecían estar a punto de tocar fondo, ya sea porque les encontraron un tumor, se quedaron sin electricidad o estuvieron a sólo unos segundos de tener sexo con un extraño para tener suficiente dinero y así poder comprar drogas, cuando de la nada despertaron transformados. Pero tú no tienes que esperar a tocar fondo para empezar a salir del hoyo. Lo único que tienes que hacer es tomar la decisión. Y la puedes tomar en este momento.
La poeta Anaïs Nin tiene una gran frase que dice: «Y llegó el día en que el riesgo que corría por quedarse apretado dentro del capullo era más doloroso que el riesgo que corría por florecer». Así fue para mí y creo que también para la mayoría de las personas. Mi viaje fue, y sigue siendo, un proceso que empezó con mi decisión de hacer grandes cambios, sin importar lo que tuviera que hacer para lograrlo. Nada de lo que había hecho antes estaba funcionando: ni reflexionar una y otra vez con mis amigos igual de pobres que yo, ni ir con mi terapeuta, ni trabajar sin parar hasta que me doliera el trasero, ni salir por una cerveza y esperar a que todo se solucionara solo… Estaba en un punto en el que intentaba de todo para salir adelante y, Dios mío, Dios, Dios, Dios mío, parecía que el universo estaba probando qué tan en serio lo decía.
Fui a seminarios motivacionales en los que me obligaban a usar una etiqueta con mi nombre y a chocar la mano con la persona al lado mío mientras gritaba: «¡Eres genial y yo también lo soy!». Golpeé una almohada con un bate de béisbol y grité como si me estuviera incendiando, me hice amiga de una guía espiritual, participé en una ceremonia grupal en la que me casé conmigo misma, le escribí una carta de amor a mi útero, leí todos los libros de autoayuda que existen en la faz de la Tierra y gasté cantidades escalofriantes de dinero, que no tenía, contratando coaches personales.