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PARA ANA
cuya mirada sobre las emociones, sentimientos
e inteligencia emocional supera claramente la mía.
Prólogo
No es sabio el que sabe dónde está el tesoro, sino el que trabaja y lo saca, decía Quevedo. Muchas veces nos cruzamos con gente inteligente, y ocasionalmente también con personas de una brillantez apabullante. Más difícil resulta, sin embargo, tener la oportunidad de conocer y tratar a un hombre verdaderamente sabio. Y no me refiero a la sapiencia del superdotado, ni a la del ciudadano común o a la del paisano elemental que vive su filosofía mínima. Sino a la sabiduría de alguien sofisticado, que sin renunciar a su espectacular éxito profesional, a su erudición natural y a sus febriles ansias de seguir aprendiendo de todo y de todos, puede al mismo tiempo mantenerse sencillo, solidario y puro, y vivir como predica. Y que, después de gestionar el dolor propio y ajeno, consigue incluso ser capaz de gozar humildemente de la felicidad más cotidiana y genuina. Daniel López Rosetti reúne todas esas características: es un hombre bueno, y a la vez es un sabio. Lo sé no solo por su capacidad académica y su performance clínica y mediática, por su calidez y su aguda empatía, sino porque tengo evidencias a mano de que no se contenta con hablar del tesoro: trabaja y lo saca a la luz. Es un apasionado explorador munido de conocimientos y experiencias que ilumina por dentro esa caverna procelosa e inmensa de la que desconocemos prácticamente todo. Esa caverna somos nosotros mismos.
Una prueba palmaria de su desempeño la constituye Emoción y sentimientos, este nuevo ensayo donde se vale de la medicina, las neurociencias, la genética, la psicología, la sociología, la filosofía y el arte para revelarnos los mecanismos secretos del ser humano. Es impactante constatar que el ochenta por ciento de nuestras decisiones no son producto de la meditación fría y cerebral, sino de pulsiones emocionales que luego revestimos con coartadas de racionalismo conveniente.
Hacia el final de El halcón maltés un personaje de DashielHammett se pregunta de qué material está hecha una estatuilla por la que han peleado codiciosamente durante toda la novela. «Del material de los sueños», responde el mítico detective con cierta melancolía. Esa bella y célebre metáfora literaria conecta con la gran pregunta de todos los tiempos: ¿de qué material están hechos el hombre y la mujer? «Del material de las emociones», respondería López Rosetti, y el cuerpo no es más que un reflejo continuo de ellas. Aquel viejo refrán según el cual, a determinada edad, cada uno carga con la cara que se merece tiene en este libro fascinante una detallada explicación científica. El cuerpo humano es una cartografía surcada por emociones y sentimientos, y tomamos decisiones fundamentales en base a esas naves atávicas que nos navegan. El miedo, la ira, la alegría, la tristeza, el asco y la sorpresa vienen con el hombre primitivo y se han quedado con nosotros, por más que los trucos civilizatorios pretendan atenuarlos o esconderlos. Esta verdad tiene implicancias políticas de primera magnitud: el voto no suele ser producto de largas reflexiones sino de impresiones básicas, emocionales, que luego justificamos con argumentos pensados. Esta información es muy relevante en un mundo que retrocede a líderes mesiánicos, peligrosos administradores de emociones turbias.
El enfoque sensible y multidisciplinario de Daniel López Rosetti nos devuelve a las grandes preguntas existenciales. En la era de Google, parece que cualquier duda puede ser respondida a golpe de clic y que el interés por esos interrogantes ha menguado. López Rosetti nos vuelve a despertar el apetito intelectual con un tratado lleno de respuestas didácticas y asombrosas, que coloca a Darwin y su psicología emocional de la evolución como una suerte de padre de Sigmund Freud, y echa mano de Osiris, Séneca y Shakespeare para dilucidar la intimidad del teatro humano. Por ese camino, descifra la sonrisa más enigmática de la historia de la pintura y explica cómo la demencia influyó positivamente sobre Ravel para componer su legendario Bolero.
El autor califica la emoción como algo ancestral y automático, y define el sentimiento como un sistema procesado, con sus múltiples manifestaciones: amor, odio, fe, culpa, vergüenza, envidia y celos. Y pone el dedo en la llaga cuando habla de analfabetismo emocional. Nos han enseñado múltiples materias en el colegio, desde física y aritmética hasta geografía. Pero nadie nos enseñó esa gran asignatura pendiente: la detección y el manejo de las emociones. Nuestra educación sentimental es muy pobre, y por eso nos pasamos la vida tratando de conectarnos con nuestros sentimientos más recónditos e intentando, a veces en vano, saber lo que realmente queremos. Y lo que pretenden los demás en relación con nosotros, sus demandas fantasmales.
En lo que respecta al amor romántico y pasional, López Rosetti es particularmente lúcido, y capaz de describir por dentro ese maravilloso y aterrador proceso incierto, sanador, alucinógeno, y a veces tóxico y enajenante. Aprendemos, en estas páginas, que tenemos un cerebro moderno y un corazón antiguo. Que no somos seres racionales, sino seres emocionales que razonan. Y la derivación de todas esas conclusiones esenciales, sólidamente argumentadas, queda rebotando por largo tiempo en nuestra cabeza cuando cerramos este libro. Que es un tesoro exhumado para nosotros por un hombre sabio.
JORGE FERNÁNDEZ DÍAZ
Agradecimientos
Es mi deseo agradecer a quienes de un modo u otro me alentaron a realizar esta publicación, sea con el aporte de su estímulo o con la colaboración académica. También a todos aquellos de quienes aprendo, como el Dr. Francisco Klein, decano de la Universidad Favaloro y amigo, con quien compartimos los primeros estudios de anatomía en la Facultad de Medicina de Buenos Aires, cuando por primera vez cristalizaba el sueño de ser médico. También por las enriquecedoras conversaciones sobre la relación entre el cuerpo y la mente, y las posiciones encontradas de René Descartes y su dualismo cartesiano con la integración cuerpo y mente como una misma «sustancia» de Baruch Spinoza. Al Dr. Moty Benyakar, psiquiatra y psicólogo, y presidente de la Red Iberoamericana de Ecobioética de la Unesco, por el interesante intercambio académico sobre la naturaleza de las emociones, los sentimientos, el trauma psíquico y su concepto sobre lo disruptivo, un camino apasionante. Al Dr. Carlos Tajer, jefe del Servicio de Cardiología del Hospital de alta complejidad El Cruce y ex presidente de la Sociedad Argentina de Cardiología, especialista preocupado por la medicina basada en la evidencia que amalgama la solidez científica con el área que relaciona las emociones con la patología, entusiasta promotor del humanismo médico, y por nuestra mutua admiración por Spinoza. Al Dr. Sergio Rulicki, director de la diplomatura en Comunicación no verbal y detección del engaño de la Universidad Austral. Las clases compartidas en distintos ámbitos académicos han agregado valor sobre las expresiones faciales en la emoción. Al economista Martín Tetaz, especialista en Economía del comportamiento, por sus invalorables aportes y precisiones sobre la relación entre los recursos económicos, el bienestar percibido y la felicidad. A la periodista Cristina Pérez, por las largas conversaciones sobre Shakespeare, área de su dominio, y la relación de la obra shakespeariana con el intenso ámbito de las emociones. A la profesora Flavia Pittella, por sus aportes sobre las emociones y los sentimientos en la obra literaria. Al actor cómico Ariel Tarico, con quien realizamos una sesión de fotos para la evocación de las expresiones emocionales no verbales, lo que constituyó una memorable experiencia que puso de relieve su capacidad de expresión emotiva acudiendo al método de Stanislavski de actuación. Por último, agradecer a los colegas, cursantes y estudiantes de la cátedra de Psicofisiología de la Facultad de Psicología de la Universidad Maimónides, y del Curso Universitario de Medicina del Estrés y Psiconeuroinmunoendocrinología Clínica de la Asociación Médica Argentina, particularmente a los doctores Héctor Roiter, Daniel Bistritsky y Horacio Antonetti, por los debates que año tras año llevamos adelante sobre el fascinante mundo de las emociones, los sentimientos y su relación con el síndrome del estrés.