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SINOPSIS
En palabras del autor, «el agua participa en todos los acontecimientos biológicos y en buena parte de los geográficos. Este libro aspira a regar las sensibilidades en busca de cómplices de la primera materia prima de la vivacidad. No solo a través del infinito repertorio de destrezas, funciones y regalos que el agua nos hace, sino también desde la suprema utilidad que nos reporta el bien más público.
Sequías, contaminación, despilfarro, pero sobre todo el desastre climático están convirtiendo la sustancia más original del cosmos en algo cada día menos asegurado».
Es lo que Joaquín Araújo lleva haciendo casi toda su vida desde múltiples enfoques, experiencias directas, zambullidas y una mirada que, como él insiste, logra a través de esas dos grandes gotas de Agua con las que mira. Todo ello pensado y sentido por un cerebro, que como todos los nuestros, es casi todo él Agua.
Joaquín Araújo
Somos agua que piensa
Prólogo de Pedro Arrojo Agudo
Dedicado a todo lo sediento; por tanto, al Aagua,
que ya tiene más sed que los desiertos. También a todos
los que luchan para que termine este saqueo a la Vvida
que está secando demasiadas fuentes.
…donde el cielo llueve
y el agua canta y nacen paraísos…
O CTAVIO P AZ
Levanté con los dedos el cristal de las aguas,
contemplé su silencio y me adentré en mí misma.
M ARÍA V ICTORIA A TENCIA
Soy el poema de la Tierra,
dijo la voz de la lluvia.
W ALT W HITMAN
El hombre de bondad superior
es como el agua. El agua en
su quietud favorece todas las cosas…
L AO Z I
La comodidad es crimen,
me ha dicho el manantial
desde su peña.
R ENÉ C HAR
El agua es una llama mojada.
N OVALIS
Mundo de lo prometido, agua.
Todo es posible en el agua.
P EDRO S ALINAS
…y el agua más pura que
en sueños. ¡Gracias, gracias
le sean dadas por no ser
solo un sueño!
S AINT- J OHN P ERSE
Si hay paraíso tendrá,
como tuvo, AGUA y un BOSQUE DE BOSQUES.
J. A.
P RÓLOGO
El agua es el alma azul de la vida, y los ríos las arterias y venas que sustentan esa vida en islas y continentes, incluida la de las comunidades humanas. Nuestros antepasados caminaron hasta encontrar un río, un lago o un manantial que garantizara el agua necesaria para la comunidad y allí se asentaron, en lo que hoy son nuestros pueblos y ciudades.
Sin duda el agua tiene además otras funciones vinculadas a actividades económicas que, más allá de satisfacer necesidades alimentarias y productivas de todo tipo, suscitan proyectos e intereses que relegan esas funciones de sostén de la vida para dar prioridad a la insaciable codicia de quienes más tienen.
Hoy afrontamos en el mundo una crisis global particularmente paradójica: la del agua en el Planeta Agua, el Planeta Azul; con 2.200 millones de personas sin acceso garantizado al agua potable. Pero en su inmensa mayoría no se trata propiamente de personas sedientas, sin agua en sus entornos de vida, sino de personas empobrecidas que viven junto a ríos, lagos, acuíferos y fuentes contaminados.
Por ello, como Relator de Naciones Unidas para los derechos humanos al agua potable y al saneamiento vengo insistiendo en la necesidad de hacer las paces con nuestros ríos. Solo recuperando la salud y el buen estado de ríos, lagos, acuíferos y humedales esos miles de millones de personas en pobreza extrema podrán disponer del agua potable que todos necesitamos para vivir dignamente.
Junto a mi buen amigo Javier Martínez Gil, hace ya bastante tiempo empezamos a hablar de la necesidad de promover una Nueva Cultura del Agua. Entendíamos que había que cambiar, modernizar y democratizar las instituciones gestoras del agua, como las Confederaciones Hidrográficas, promover nuevas leyes que permitieran superar el viejo paradigma de dominación de la naturaleza para asumir decididamente el desafío de la sostenibilidad, desarrollar y aplicar nuevas tecnologías y estrategias, etc. Pero más allá de todo ello, intuíamos que era necesario un cambio más profundo en nuestra relación con nuestros ríos, humedales y acuíferos, en nuestras relaciones sociales en torno al agua, en nuestra valoración ética del agua y sus funciones e incluso en los valores estéticos y lúdicos de la misma. En suma, un cambio cultural. Por ello nos atrevimos a hablar de una nueva cultura del agua. Hoy esa intuición se ha convertido en una profunda convicción.
El agua por otro lado nos ofrece una excelente plataforma pedagógica para entender mejor la profunda vinculación que hay entre los valores sociales y ambientales en juego. La clave, a mi entender, está en la profunda carga emocional que nos aporta contemplar y disfrutar el agua en la naturaleza. Al respecto suelo comparar el anhídrido carbónico (CO2) con el agua (H2O), compuestos ambos esenciales en nuestro entorno natural, en los ciclos que sustentan la vida y en crisis que debemos afrontar, como la del cambio climático. Para mí, sin embargo, hay una gran diferencia entre ambos a la hora de suscitar interés y conciencia en torno a sus funciones: con el anhídrido carbónico no encuentro forma de emocionar a nadie, mientras que con el agua las emociones brotan espontáneas con suma facilidad. Y cuando se unen emoción y razón la potencia de la conciencia se multiplica.
La clave emocional es fundamental en la Nueva Cultura del Agua, como lo es la vinculación entre la ética y la estética cuando del agua hablamos. Sentir las emociones que suscitan las aguas impetuosas de un río o de una cascada, la hipnótica seducción del fluir de la corriente o la serenidad que produce la contemplación de una laguna, hace emerger en nosotros sentimientos especiales, nos acerca a entender la vida en forma de belleza y harmonía.
Hacer las paces con los ríos como clave ética que debe permitir garantizar los derechos humanos al agua potable y al saneamiento, especialmente para los más empobrecidos, se vincula, para mí, con la clave estética del río como alma del paisaje y del territorio al que da vida. Por ello admiro la obra de mi amigo Joaquín Araújo, el poeta del agua.
P EDRO A RROJO A GUDO
Relator de Naciones Unidas para los derechos
humanos al agua potable y al saneamiento