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Sinopsis
A pesar de su fama e influencia, Jeff Bezos, fundador de Amazon, ha permanecido a los ojos del mundo como un enigma. Ahora, a través de sus reflexiones sobre innovación, negocios y política, así como el cambio climático y el universo, es posible entender el porqué y el cómo de su éxito. Ya desde el prólogo de Walter Isaacson, biógrafo de Steve Jobs, el libro nos permite adentrarnos en la mentalidad del que es hoy el hombre que ha revolucionado, primero el mundo del e-commerce, para después liderar el negocio de la venta al por menor, el de la producción audiovisual y el streaming, la edición de diarios y ahora la industria aeroespacial. Todo, hasta convertirse en el hombre más rico del mundo.
El creador y CEO de Amazon nos revela los principios fundamentales que lo han guiado en la creación, dirección y transformación de esta compañía.
Crea y divaga ofrece un acceso privilegiado a sus orígenes, su trabajo, la evolución de sus ideas y su peculiar cosmovisión, siempre proyectada sobre un horizonte muy lejano.
Crea y divaga
Vida y reflexiones de Jeff Bezos
Jeff Bezos
Traducción de Albert Beteta Mas y Arnau Figueras Deulofeu
Prólogo de WALTER ISAACSON
Prólogo
de Walter Isaacson
A menudo me preguntan quién, hoy en día, considero que está a la altura de aquellos sobre quienes he escrito como biógrafo: Leonardo Da Vinci, Benjamin Franklin, Ada Lovelace, Steve Jobs y Albert Einstein. Aunque todos ellos eran muy inteligentes, no era la inteligencia lo que les hacía especiales. Personas inteligentes las hay hasta debajo de las piedras, pero muchas de ellas a menudo no llegan demasiado lejos. Lo que convierte a alguien en un verdadero innovador es su creatividad y su ingenio. Y ese es el motivo por el que mi respuesta a la anterior pregunta es Jeff Bezos.
Así pues, cabría preguntarse cuáles son los ingredientes de la inventiva y de la imaginación y qué es lo que me lleva a pensar que Bezos puede equipararse a aquellas grandes personalidades.
El primer requisito es la curiosidad, una curiosidad obsesiva. Tomemos como ejemplo a Leonardo. En sus bellos cuadernos de notas observamos que su mente se deleita con una curiosidad alegre y exuberante en todos los ámbitos de la naturaleza. Leonardo se plantea cuestiones de todo tipo e intenta responderlas: ¿por qué el cielo es azul?, ¿cómo es la lengua de un pájaro carpintero?, ¿las alas de un pájaro se mueven más rápido cuando remonta el vuelo o cuando desciende?, ¿existe alguna relación entre un remolino de agua y el rizo de los cabellos?, ¿el músculo del labio inferior está conectado con el del labio superior? Leonardo no necesitaba saber las respuestas a todas estas preguntas para pintar la Mona Lisa (aunque le hubiera resultado útil); necesitaba conocerlas porque era Leonardo, alguien dotado de una curiosidad insaciable. «No tengo ningún talento especial —dijo una vez Einstein—. Solo soy extremadamente curioso». Eso no es del todo cierto, pues realmente poseía un talento excepcional, pero tenía razón cuando dijo: «La curiosidad es más importante que el conocimiento».
Una segunda característica indispensable es sentir un profundo interés por las humanidades y las ciencias que permita relacionarlas de manera fructífera. Siempre que Steve Jobs lanzaba un nuevo producto, como el iPod o el iPhone, en su presentación terminaba destacando la importancia de aunar arte y tecnología. «En el ADN de Apple la tecnología no basta —dijo una vez en una de esas presentaciones—. Creemos que la tecnología debe entrelazarse con las humanidades para que todo cobre sentido». Einstein también señaló la importancia de combinar arte y ciencia. Cuando se sentía atascado en sus investigaciones en torno a la teoría de la relatividad general, sacaba su violín e interpretaba a Mozart, y decía que la música le ayudaba a conectar con la armonía de las esferas. Leonardo da Vinci, por su parte, es el artífice del mayor símbolo de la conexión entre el arte y las ciencias: el Hombre de Vitruvio. Su dibujo de un hombre desnudo inscrito en un círculo y un cuadrado escenifica un triunfo de la anatomía, de las matemáticas, de la belleza y de la espiritualidad.
De hecho, dicho interés ayuda a despertar la fascinación por todas las disciplinas del saber. Leonardo da Vinci y Benjamin Franklin quisieron atesorar todo el conocimiento posible sobre todos los pilares de la ciencia. Estudiaron anatomía, botánica, música, arte, fabricación de armamento e ingeniería hidráulica, entre otras disciplinas relacionadas. Las personas que aman todos los campos del conocimiento son quienes mejor pueden comprender los patrones que rigen el comportamiento de la naturaleza. Tanto Franklin como Leonardo estaban fascinados por los torbellinos y los remolinos de agua. Esta fascinación ayudó a Franklin a entender cómo ascienden las tormentas por la costa y a representar gráficamente la corriente del Golfo, mientras que a Leonardo le ayudó a comprender cómo funcionan las válvulas del corazón y a pintar tanto el agua arremolinada alrededor de los tobillos de Jesús en El bautismo de Cristo como los rizos de la Mona Lisa.
Otra particularidad de las personas verdaderamente innovadoras y creativas es que disponen de un «campo de distorsión de la realidad», expresión que se ha empleado en referencia a Steve Jobs y que proviene de un episodio de Star Trek en el que aparecen unos alienígenas que son capaces de crear un mundo nuevo a través del extraordinario poder de su mente. Cuando sus compañeros se quejaban de que una de sus ideas era imposible de ejecutar, Jobs empleaba un truco que había aprendido de un gurú en la India. Los miraba fijamente sin parpadear y les decía: «No temáis. Podéis hacerlo». Solía funcionarle. Volvía locos a todos, los desconcertaba, pero conseguía que hicieran cosas que no creían que fueran capaces de lograr.
La capacidad de «pensar diferente», como afirmaba Jobs en una serie de anuncios de Apple, también está relacionada con el punto anterior. A principios del siglo XX, la comunidad científica trataba de averiguar por qué la velocidad de la luz se mantenía aparentemente constante independientemente de la rapidez con que el observador se acercase a la fuente o se alejase de ella. Por aquel entonces, Albert Einstein trabajaba en Suiza como examinador de patentes de tercera clase y estudiaba dispositivos que enviaban señales entre diferentes relojes para sincronizarlos. Einstein planteó una idea original tras observar que las personas que se encontraban en diferentes estados de movimiento tenían diferentes percepciones acerca de la sincronización de los relojes. Basándose en sus apreciaciones, teorizó que la velocidad de la luz en el vacío era siempre constante puesto que el propio tiempo es relativo dependiendo del estado de movimiento de cada uno. Sin embargo, el resto de la comunidad científica tardó años en comprender que la teoría de la relatividad era acertada.