Con mucho ingenio y un gran sentido del humor, la astrofísica Katie Mack —una de las más exitosas en redes sociales— nos propone un increíble viaje por cinco de los posibles finales del cosmos: la Gran Implosión, la muerte térmica, el Gran Desgarro, la desintegración del vacío y el rebote. Mediante la explicación de conceptos fundamentales de física cuántica, cosmología y teoría de cuerdas, entre otros, la autora describe cómo pequeños cambios imperceptibles en nuestro conocimiento actual e incompleto del cosmos pueden significar trayectorias totalmente distintas hacia el futuro: el universo podría colapsar sobre sí mismo, desgarrarse o, en los próximos cinco minutos, sucumbir a una creciente burbuja de destrucción sin escapatoria posible.
Esta cautivadora historia de escapismo cósmico explora la evolución de nuestro conocimiento sobre el universo y el lugar que ocupamos en él, a la vez que nos enfrenta a qué significa su fin para nosotros. Entre explosiones estelares y universos que rebotan, Mack nos muestra con gran entusiasmo que, aunque los insignificantes humanos no tengamos posibilidad alguna de alterar el destino del cosmos, al menos podemos empezar a comprenderlo.
A mi madre, que ha estado a mi lado desde el principio.
La autora agradece a la Fundación Alfred P. Sloan para la Divulgación de la Ciencia su generoso apoyo para documentarse y escribir este libro.
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Introducción al cosmos
Hay quien dice que el mundo
sucumbirá al fuego,
otros dicen que al hielo.
Como he probado el deseo,
me uno a los primeros.
Pero si he de morir dos veces,
sé tanto del odio que diría
que para destruir
también vale el hielo,
y bastaría.
R OBERT F ROST, 1920
La pregunta sobre cómo acabará el mundo ha sido objeto de especulación y debate entre poetas y filósofos a lo largo de toda la historia. Por supuesto, gracias a la ciencia hoy sabemos la respuesta: será el fuego. Sin la menor duda. De aquí a unos cinco mil millones de años, el Sol se inflará durante su fase de gigante roja, engullirá la órbita de Mercurio, quizá la de Venus, y convertirá la Tierra en una roca abrasada, bañada en magma y despojada de vida. Es probable que este estéril rescoldo acabe precipitándose en espiral hacia las capas más externas del Sol, donde sus átomos se dispersarían en la revuelta atmósfera de la agonizante estrella.
Así que el fuego. Eso seguro. Frost acertó a la primera.
Pero no pensaba a lo grande. O no lo bastante. Yo soy cosmóloga y estudio el universo como un todo, a las escalas más inmensas, y, desde esta perspectiva, nuestro mundo no es más que una sentimental mota de polvo en un vasto y variado universo. Lo que a mí me interesa, desde una perspectiva profesional y personal, es una pregunta más amplia: ¿cómo será el fin del universo?
Sabemos que tuvo un principio. Hace unos 13.800 millones de años, el universo pasó de un estado de inimaginable densidad a una bola de fuego cósmica que lo contenía todo, y de ahí a un susurrante fluido de materia y energía, cada vez más frío, que plantó las semillas de las estrellas y las galaxias que hoy vemos a nuestro alrededor. Nacieron planetas, chocaron galaxias y la luz llenó el cosmos. En un planeta rocoso en órbita alrededor de una estrella ordinaria de los arrabales de una galaxia espiral apareció la vida y, con ella, los ordenadores, las ciencias políticas y unos larguiruchos mamíferos bípedos que leen libros de física para entretenerse.
Pero ¿y después? ¿Qué sucede al final de la historia? La muerte de un planeta, incluso de una estrella, es algo a lo que, en principio, se puede sobrevivir. Cabe imaginar que dentro de miles de millones de años la humanidad todavía exista, aunque quizá en una forma que hoy nos resultaría irreconocible, y que se aventure en lo más profundo del espacio, descubriendo nuevos hogares y construyendo nuevas civilizaciones. Pero la muerte del universo es definitiva. ¿Qué significa para nosotros y para todo que en algún momento todo llegue a su fin?
B IENVENIDOS AL FIN DE LOS TIEMPOS
Pese a unos pocos artículos clásicos (y muy entretenidos) de la literatura científica, la primera vez que me encontré con el término escatología, que es el estudio del fin de todo, fue leyendo sobre religión.
La escatología (o, para ser más precisos, el fin del mundo) proporciona a muchas de las religiones del mundo un vehículo para contextualizar las enseñanzas de la teología y exponer su significado con enorme fuerza. Pese a todas las diferencias teológicas entre el cristianismo, el judaísmo y el islam, estas religiones tienen en común una visión del fin de los tiempos que contempla un reajuste final del mundo en el que el bien triunfa sobre el mal y los elegidos reciben su recompensa.Tal vez la promesa de un juicio final sirva para enmendar de algún modo el desafortunado hecho de que no podemos confiar en que nuestro mundo físico, imperfecto, injusto y arbitrario, permita una existencia buena y que merezca la pena vivir a quienes actúan con rectitud. Del mismo modo que una novela puede ser redimida o condenada con carácter retroactivo por su último capítulo, el de la conclusión, muchas filosofías religiosas parecen necesitar que el mundo termine, y que lo haga de una forma «justa», para que cobre sentido desde el principio.
Por supuesto, ni todas las escatologías son redentoras ni todas las religiones predicen el fin de los tiempos. Pese al alboroto de finales de diciembre de 2012, la visión maya del universo era cíclica, al igual que la tradición hindú, que no reconoce un «fin» determinado. Los ciclos de estas tradiciones no son meras repeticiones, sino que recogen la posibilidad de que las cosas mejoren a cada vuelta: todo nuestro sufrimiento en este mundo es malo, pero no debemos preocuparnos, porque llegará un nuevo mundo que no esté dañado por los desmanes de este, y quizá sea incluso mejor. Por otro lado, los relatos seculares sobre el fin recorren todo el abanico que se extiende desde la visión nihilista, para la que nada importa (y la nada finalmente se impone), hasta la emocionante noción del eterno retorno, en la que todo lo que ha ocurrido vuelve a suceder, exactamente del mismo modo, siempre.Estas dos posiciones en apariencia opuestas se suelen asociar a Friedrich Nietzsche, quien, tras proclamar la muerte de todo dios que pudiera poner orden en el universo y darle sentido, se enfrentó a las implicaciones de vivir en un cosmos que no concluya con un arco de redención.