Colin Stuart - Universo: La inmensidad del cosmos en la palma de tu mano

¿Cómo averiguarías de qué está hecho algo que se encuentra a casi 150 millones de kilómetros de distancia? Sobre todo cuando está tan caliente y es tan brillante que no puedes acercarte a él sin acabar completamente chamuscado... Como casi siempre en astronomía, la respuesta está en la luz que recibimos.

En el capítulo 1 hemos visto que usando un prisma podemos descomponer la luz blanca en un espectro de colores (). A principios del siglo XIX, el físico alemán Joseph von Fraunhofer descubrió que el espectro de color del Sol no es continuo, sino que contiene una serie de más de 500 líneas negras que hoy conocemos con el nombre de líneas de Fraunhofer. En la década del 1850, los científicos alemanes Robert Bunsen y Gustav Kirchhoff consiguieron explicar por qué aparecían estas líneas. Se trataba simplemente de colores faltantes, espacios en los que las diferentes sustancias del Sol habían absorbido esas frecuencias concretas de luz, impidiendo así que esos colores en particular llegasen a la Tierra.

De hecho, estas líneas son como una especie de código de barras químico que nos aporta información vital sobre el origen de la luz. Es la huella digital que identifica inequívocamente al Sol. Calentando diferentes elementos en el laboratorio, Bunsen y Kirchhoff lograron combinar estas líneas de absorción para formar el patrón correspondiente al espectro solar (para este fin, Bunsen inventó el mechero de combustión que lleva su nombre). Encontraron que el Sol estaba formado principalmente por hidrógeno, el elemento más ligero del universo.

Pero en 1868, el Sol planteó a los astrónomos un enigma de difícil resolución. Ese año el astrónomo francés Pierre Janssen observó un eclipse solar y descubrió una línea de absorción que no se correspondía con ningún elemento conocido. Por su parte, el astrónomo inglés Norman Lockyer descubrió otra línea idéntica a la anterior al observar el Sol. Lockyer y su colega, el químico Edward Frankland, llamaron al nuevo elemento helium, derivado de helios, término griego que significa «sol». Posteriormente, ese elemento se encontró también en la Tierra, pero se convirtió en el primer elemento en ser descubierto primeramente en el espacio. Gracias al método del análisis de las líneas espectrales (conocido como espectroscopia), hoy sabemos que el Sol está compuesto en un 73 por ciento por hidrógeno y en un 25 por ciento por helio; el resto está formado por otros elementos como oxígeno, carbono y hierro.

El Sol nos tuesta la piel desde casi 150 millones de kilómetros de distancia. Una de las cuestiones más acuciantes que los físicos de finales del siglo XIX trataban de resolver era de dónde saca su energía un incinerador tan descomunal.

Los avances producidos en los campos de la geología y la biología, entre ellos el trabajo de Charles Darwin sobre la evolución por medio de la selección natural, indicaban que la Tierra era muy antigua. Si el Sol era incluso más viejo, comprender de dónde provenía su energía se volvía aún más complejo. Una cosa es encontrar un proceso capaz de mantener el Sol durante millones de años, pero la cosa cambia drásticamente si la edad del Sol es de miles de millones de años.