1. Dios
Introducción
Una de las preguntas metafísicas más antiguas es: ¿Existe Dios? Aquí la abordaremos entendiendo a «Dios» en el sentido filosófico de la tradición, es decir, como un ser omnipotente, omnisciente y completamente bueno. En este capítulo analizamos tres de los argumentos mejor conocidos a favor de la existencia de Dios, así como un argumento famoso en contra de su existencia. Los tres argumentos a favor de la existencia de Dios suelen ser conocidos como el argumento ontológico, el argumento cosmológico y el argumento teleológico, aunque existen muchas variantes de cada uno. El argumento contra la existencia de Dios que examinaré es el argumento sobre el mal.
El argumento ontológico intenta probar la existencia de Dios recurriendo únicamente a la razón. Se trata de un argumento completamente a priori. El meollo del mismo es que basta con aprehender el concepto o la idea de Dios, junto con aquello que este concepto o idea implica, para demostrar que existe Dios. Por consiguiente, el argumento ontológico se propone, partiendo de premisas cognoscibles a priori, ser una prueba deductivamente válida de la existencia de Dios. Pretende ser tan sólido y convincente como cualquier prueba usada típicamente en la lógica o en las matemáticas.
El argumento cosmológico y el teleológico no están basados en premisas cognoscibles a priori, sino en premisas contingentes o empíricas. El argumento cosmológico parte del hecho de que el universo que nos rodea existe. Y prosigue así: puesto que la existencia del universo es contingente (en lugar de algo, habría podido no haber nada), debe existir un ser necesario, o no contingente, que lo creó.
El argumento teleológico (o argumento del designio) también procede de una premisa empírica: no la premisa de que existe el universo, sino la más específica de que el universo contiene entidades maravillosamente complejas, tales como flores, ojos y cerebros, cuya existencia, se alega, respalda la hipótesis de un creador benevolente y amoroso. Sería sumamente improbable que entidades estupendas como ésas apareciesen por casualidad; son fruto, pues, del designio. Obsérvese cómo este argumento no tiene carácter deductivo. No se está aseverando que la existencia de estructuras complejas como los ojos y los cerebros implique lógicamente la existencia de Dios, sino que la existencia de tales estructuras hace razonable creer que existe Dios. La postulación de un creador divino es lo que mejor explicaría, de acuerdo con esto, la existencia de tales estructuras.
Un argumento importante contra la existencia de Dios es el argumento del mal. Niega la existencia de un Dios concebido como un ser amoroso, omnisciente y todopoderoso. El argumento del mal asevera que la existencia del mal es incompatible con la existencia de Dios. La versión menos radical del argumento del mal, basada en la evidencia, se limita a afirmar que la existencia de Dios proporciona evidencia contra la existencia de Dios, y concluye que, dada la proliferación del mal, sería irracional creer en un Dios amoroso.
El argumento ontológico
A lo largo de la historia de la filosofía han sido muy numerosas las versiones diferentes del argumento ontológico; pero la primera, y más discutida, es la que presentó en el siglo XI d. C. san Anselmo, arzobispo de Canterbury, en su Proslogio. He aquí un párrafo crucial, que nos permite seguir su razonamiento:
Por lo tanto, incluso un necio está convencido de que aquello que es tal que nada mayor que ello puede ser concebido se encuentra en el entendimiento; puesto que cuando oye esto, lo entiende; y todo aquello que se puede entender está en el entendimiento. Y ciertamente, aquello que es tal que nada mayor que ello puede ser concebido no puede hallarse únicamente en el entendimiento. Pues si estuviera […] sólo en el entendimiento, podría concebirse también en la realidad, que es algo mayor. Por lo tanto, si lo que es tal que nada mayor que ello puede ser concebido estuviera sólo en el entendimiento, entonces lo que es tal que nada mayor que ello puede ser concebido sería lo mismo que aquello que es tal que algo mayor que ello sí puede ser concebido.
Una reconstrucción posible de lo dicho en este pasaje es la siguiente:
- Dios es tal que nada mayor que Él puede ser concebido.
- Dios existe o bien sólo en el entendimiento, o existe tanto en el entendimiento como en la realidad.
- Si Dios existiese sólo en el entendimiento, podría concebirse un ser mayor, a saber, un ser que tuviera todas las cualidades de Dios y que además existiera tanto en el entendimiento como en la realidad.
- Pero Dios es tal que nada mayor que Él puede ser concebido ([1]).
- Por lo tanto, Dios no puede existir sólo en el entendimiento (por [3] y [4]).
- Por lo tanto, Dios existe tanto en el entendimiento como en la realidad (por [2] y [5]).
- Por lo tanto, Dios existe (en la realidad) (por [6]).
San Anselmo (1033-1109)
San Anselmo nació en Aosta, Italia. Se convirtió en monje y fue nombrado más tarde arzobispo de Canterbury. Teólogo y filósofo a la vez, es famoso por haber ideado la primera versión del argumento teológico a favor de la existencia de Dios. La fe religiosa de san Anselmo no descansaba sobre esta prueba; simplemente quería poner de manifiesto la existencia y la naturaleza de Dios. Como dijo en cierta ocasión: «No trato de entender para poder tener fe, sino que tengo fe para poder entender». Su argumento ontológico tuvo una acogida desigual: santo Tomás de Aquino y Kant lo rechazaron, mientras que Duns Escoto y Descartes ofrecieron incluso sendas versiones de él. Aunque el argumento tiene hoy pocos seguidores, no existe consenso acerca de qué es lo que está errado en él.
La premisa (1) pretende ser una verdad puramente definicional. Para san Anselmo, la palabra «Dios» significa (entre otras cosas) «algo tal que nada mayor que ello puede ser concebido», así como «triángulo» significa «figura de tres lados y tres ángulos» y «soltera» significa «mujer no casada». Así pues, el necio no podría coherentemente negar que Dios sea tal que nada mayor que Él puede ser concebido, como tampoco podría negar coherentemente que los triángulos tengan tres lados o que las solteras no estén casadas.
La premisa (2) se entiende como un truismo, y como una instancia de la verdad, supuestamente general, siguiente: para cualquier F que haya sido concebido, o bien F existe únicamente en el entendimiento, o bien existe tanto en el entendimiento como en la realidad. Así, por ejemplo, los unicornios y los dragones existirían sólo en el entendimiento, mientras que los hombres y los caballos existirían tanto en el entendimiento como en la realidad.
La premisa (3) sigue la siguiente línea de pensamiento. Supongamos que consideramos a dos seres que son del todo semejantes en sus propiedades, salvo en el hecho de que el primero existe tan sólo en el entendimiento mientras que el segundo existe tanto en el entendimiento como en la realidad. Entonces, el segundo ser será mayor que el primero: el existir en la realidad es una propiedad que hace que algo sea mayor. Este principio, tomado junto con la premisa (1), da lugar a la premisa (3). Dados (1), (2) y (3), se sigue fácilmente (7).
¿Cómo podríamos criticar este argumento? Para empezar, no deberíamos presuponer que todas las definiciones o estipulaciones son coherentes. Algunas no lo son. Por ejemplo, yo podría tratar de definir «meganúmero» de la manera siguiente:
(M) Un meganúmero es el número natural tal que no existe ninguno mayor que él.
Si aquí entendemos «mayor» en sentido cuantitativo, resulta que (M) es incoherente. No existe, en efecto, un número natural máximo, puesto que la serie de números naturales es infinita.
¿Hay alguna razón para suponer que la premisa (1) adolece de una incoherencia semejante? La habría en caso de que las cualidades que hacen grande a Dios no fueran máximas (es decir, fueran cualidades que pudieran ser poseídas siempre en un grado mayor, como sucede con la altura o el peso). Pero es plausible la suposición de que las cualidades que hacen grande a Dios son máximas. En efecto, las cualidades de omnipotencia, omnisciencia y bondad perfecta parece ser máximas; ningún ser puede ser más poderoso que un ser omnipotente, por ejemplo. Por consiguiente, no podemos criticar la definición que san Anselmo da de «Dios» de la misma manera en que criticamos la definición (M).