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Umberto Eco - Signo

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Umberto Eco Signo
  • Libro:
    Signo
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    ePubLibre
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    1973
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El estudio de los signos se presenta como una ciencia omnicomprensiva desde - photo 1

El estudio de los signos se presenta como una ciencia omnicomprensiva, desde que se concibió la semiología o la semiótica en nuestro siglo, se ha postulado como una ciencia que incorpora toda la experiencia y todo el saber, ya que todo es signo, todo tiene esa doble faz de significante-significado (que puede también traducirse en términos de lo sensible y de lo inteligible): lo que sirve de signo suele llamarse «significante», mientras que a aquello a lo que se refiere el signo (aquello que da a conocer) se le llama «significado»[1].

Umberto Eco llega a formulare en su máxima radicalidad (si bien a modo de hipótesis) una interpretación estrictamente sígnica del mundo: «¿Y si el mundo entero y las cosas no fueran más que signos imperfectos de interpretantes[2] externos, del mundo de las ideas? Toda la teoría platónica no es más que una doctrina del signo y de su referente metafísico (…). ¿Y si el mundo fuera el efecto de un designio divino que construye la naturaleza para poder hablar al hombre? (…). El universo es una teofanía: Dios que se manifiesta por signos, que son las cosas, y por medio de éstas nos encamina hacia la salvación»[3].

El autor mismo discrepa de este modelo sígnico, al menos en la formulación que acabamos de dar, pues «para establecer una metafísica pansemiótica no es necesario que sobreviva el protagonista divino: basta con que predomine un sentido de la unidad del todo, del universo como cuerpo que se significa a sí mismo»[4]. Con todo, lo que resulta evidente, a partir de los estudios semióticos de Umberto Eco, es la necesidad de reflexionar filosóficamente sobre cuestiones que rebasan el ámbito lingüístico[5]. El problema del signo, del sentido y de la referencia no es meramente un problema de lenguaje, como lo ven destacados lingüistas actuales, sino que intervienen en la teoría de los signos la lógica, la gnoseología, la psicología, e incluso la metafísica.

Pero aunque se destaquen cuestiones filosóficas, los lingüistas y algunos filósofos del lenguaje delimitan su campo de investigación a un lenguaje poseído no por una sujeto ontológico, por el hombre que habla, sino por un actuante sintáctico, por un concepto gramatical, el hombre que habla, conocido en la lingüística como el sujeto hablante[6]. Los estudios que se centran así en una mera sintaxis (en relación de signos entre sí) abocan necesariamente a un formalismo, en que el sentido es puramente operacional, lo que significan los signos, lo que designan, no es relevante, sólo importa cómo podemos operar con los signos. Al sentido operacional, no hay por qué añadirle un sentido eidético, es decir, el sentido que le damos a un signo cuando conocemos su correlativo semántico[7].

Así como algunos semióticos permanecen en un planteamiento formalista, otros dirigen su investigación a campos que desbordan el análisis lingüístico para ver en los signos (o, en sentido más amplio, en los textos) «fuerzas sociales»[8]. Considerar el funcionamiento de los signos en la vida social lleva a algunos semióticos a «reconocer como el único tema de su discurso, capaz de ser verificado, la existencia social del universo de significación, tal como se revela por la verificabilidad física de interpretantes que son… expresiones materiales»[9]. Si la semiótica se concibe así como el estudio sistemático de «expresiones materiales», de la encarnación de procesos de significación, entonces su objeto es extensísimo, ya que abarca todos los fenómenos culturales.

Umberto Eco Signo ePub r12 FLeCos 200416 Título original Segno Umberto - photo 2

Umberto Eco

Signo

ePub r1.2

FLeCos 20.04.16

Título original: Segno

Umberto Eco, 1973

Traducción: Francisco Serra Cantarell

Editor digital: FLeCos

ePub base r1.2

PROEMIO Les paroles seules comptent Le reste est bavardage IONESCO I - photo 3

PROEMIO

Les paroles seules comptent.

Le reste est bavardage.

IONESCO

I. Supongamos que el señor Sigma, en el curso de un viaje a París, empieza a sentir molestias en el «vientre». Utilizo un término genérico, porque el señor Sigma por el momento tiene una sensación confusa. Se concentra e intenta definir la molestia: ¿ardor de estómago?, ¿espasmos?, ¿dolores viscerales? Intenta dar nombre a unos estímulos imprecisos; y al darles un nombre los culturaliza, es decir, encuadra lo que era un fenómeno natural en unas rúbricas precisas y «codificadas»; o sea, que intenta dar a una experiencia personal propia una calificación que la haga similar a otras experiencias ya expresadas en los libros de medicina o en los artículos de los periódicos.

Por fin descubre la palabra que le parece adecuada: esta palabra vale por la molestia que siente. Y dado que quiere comunicar sus molestias a un médico, sabe que podrá utilizar la palabra (que el médico está en condiciones de entender), en vez de la molestia (que el médico no siente y que quizás no ha sentido nunca en su vida).

Todo el mundo estará dispuesto a reconocer que esta palabra, que el señor Sigma ha individualizado, es un signo, pero nuestro problema es más complejo.

El señor Sigma decide pedir hora a un médico. Consulta la guía telefónica de París; unos signos gráficos precisos le indican quiénes son médicos, y cómo llegar hasta ellos.

Sale de casa, busca con la mirada una señal particular que conoce muy bien: entra en un bar. Si se tratara de un bar italiano intentaría localizar un ángulo próximo a la caja, donde podría estar un teléfono, de color metálico. Pero como sabe que se trata de un bar francés, tiene a su disposición otras reglas interpretativas del ambiente: busca una escalera que descienda al sótano. Sabe que, en todo bar parisino que se respete, allí están los lavabos y los teléfonos. Es decir, el ambiente se presenta como un sistema de signos orientadores que le indican dónde podrá hablar.

Sigma desciende y se encuentra frente a tres cabinas más bien angostas. Otro sistema de reglas le indica cómo ha de introducir una de las fichas que lleva en el bolsillo (que son diferentes, y no todas se adaptan a aquel tipo de teléfono: por lo tanto, ha de leer la ficha X como «ficha adecuada al teléfono de tipo Y») y, finalmente, una señal sonora le indica que la línea está libre; esta señal es distinta de la que se escucha en Italia, y por consiguiente ha de poseer otras reglas para «descodificarla»; también aquel ruido (aquel bourdonnement, como lo llaman los franceses) vale por el equivalente verbal «vía libre».

Ahora tiene delante el disco con las letras del alfabeto y los números; sabe que el médico que busca corresponde a DAN 0019, esta secuencia de letras y números corresponde al nombre del médico, o bien significa «casa de tal». Pero introducir el dedo en los agujeros del disco y hacerlo girar según los números y letras que se desean tiene además otro significado: quiere decir que el doctor será advertido del hecho de que Sigma lo llama. Son dos órdenes de signos diversos, hasta el punto de que puedo anotar un número de teléfono, saber a quién corresponde y no llamarle nunca; y puedo marcar un número al azar, sin saber a quién corresponde, y saber que al hacerlo llamo a alguien.

Además, este número está regulado por un código muy sutil: por ejemplo, las letras se refieren a un barrio determinado de la ciudad, y a su vez, cada letra significa un número, de manera que si llamara a París desde Milán, debería sustituir DAN por los números correspondientes, porque mi teléfono italiano funciona con otro código.

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