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Thomas Nagel - La última palabra

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Thomas Nagel La última palabra
  • Libro:
    La última palabra
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1997
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Un signo inquietante de nuestra época es la insistencia creciente de - photo 1

Un signo inquietante de nuestra época es la insistencia creciente de relativistas y subjetivistas en la negación de la universalidad de la razón. No se trata sólo de un estilo intelectual o de una muestra de elegancia teórica. Esta negación está al servicio de la táctica de desviar los argumentos y de despreciar las pretensiones de los demás. La expansión actual de este relativismo amenaza con paralizar la producción de un discurso público coherente.

Thomas Nagel nos presenta una defensa bien argumentada y consistente de la razón. En su análisis perspicaz y combativo refuta una tras otra las afirmaciones relativistas acerca del lenguaje, la lógica, la ciencia y la ética.

Para Nagel, en los debates sobre la validez objetiva de cualquier forma de pensamiento, la razón siempre tendrá la última palabra. Esta nueva aproximación entre razón teórica y práctica ofrece argumentos firmes para superar algunas debilidades peligrosas del pensamiento actual.

Thomas Nagel La última palabra ePub r10 Titivillus 100917 Título original - photo 2

Thomas Nagel

La última palabra

ePub r1.0

Titivillus 10.09.17

Título original: The Last Word

Thomas Nagel, 1997

Traducción: Paola Bargallo y Marcelo Alegre

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

A Ronald Dworkin y Saul Kripke Notas 1 En general he de usar el término - photo 3

A Ronald Dworkin y Saul Kripke

Notas

[1] En general, he de usar el término «subjetivismo» en lugar de «escepticismo», para evitar una confusión con el tipo de escepticismo epistemológico que, en verdad, se sustenta en la objetividad de la razón en lugar de desafiarla.

[2] Véase, por ejemplo, Philippa Foot, «Morality as a System of Hypothetical Imperatives» (1972), reimpreso en su colección Virtues and Vices (Blackwell, 1978), y Bemard Williams, Ethics and the Limits of Philosophy (Harvard University Press, 1985.)

[3] Discuto este triángulo en The View from Nowhere (Oxford University Press, 1986), pp. 68-69.

Prefacio

Las mayores influencias sobre este libro provienen de los dos amigos a quienes se lo he dedicado.

A fines de la década de 1970 asistí a un seminario que Saul Kripke dirigió en Princeton, en el que atacaba diversas formas de relativismo, escepticismo, subjetivismo, o revisionismo, acerca de la lógica. Argumentó que la lógica clásica no podía someterse a ninguna de esas calificaciones, que era simplemente correcta, y que la única respuesta a alternativas como la lógica cuántica, por ejemplo, consistía en argumentar en contra de éstas desde la lógica clásica. De cualquier manera, señalaba, todos los escépticos precisan de ella para su propio pensamiento.

Desde 1987 Ronald Dworkin y yo hemos enseñado juntos regularmente, y me he visto expuesto a su constante insistencia en que la única forma de responder al escepticismo, relativismo, y subjetivismo, en materia de moralidad, consiste en confrontarlo con argumentos morales correspondientes al primer nivel [first-order]. Él sostiene que las posiciones escépticas deben ser entendidas ellas mismas como pretensiones morales, que son ininteligibles como cualquier otra cosa. Yo no iría tan lejos, pero he sido llevado a creer que la respuesta a esas posiciones debe provenir desde dentro de la moralidad y que no se la puede encontrar en el nivel metaético.

Estos dos puntos de vista realistas, propios a dos regiones diferentes de la filosofía, tienen mucho en común y me han conducido a la conclusión general de que la última palabra en disputas filosóficas acerca de la objetividad de cualquier forma de pensamiento debe residir en ciertas convicciones no relativizables acerca de cómo son las cosas, convicciones que perduran, por mucho que intentemos colocarnos fuera de ellas, o considerarlas meramente como propensiones psicológicas.

He presentado partes de este trabajo frente a diferentes audiencias. Como la mayor parte de mi trabajo reciente, ha sido discutido, para mi provecho, en diversas sesiones del Coloquio sobre Derecho, Filosofía, y Teoría Política, de la New York University. En 1995, aportó material para las conferencias Cari Gustav Hempel en Princeton, las conferencias Alfred North Whitehead en Harvard, las conferencias Immanuel Kant en Stanford, y el seminario Lionel Trilling en Columbia. Estoy agradecido por la atención crítica prestada por Paul Boghossian, Ronald Dworkin, Colin McGinn, y Derek Parfit. Mi investigación durante el tiempo en que escribí este libro fue financiada por el Fondo de Investigación Docente Filomen D’Agostino y Max E. Greenberg de la Escuela de Derecho de la New York University.

Nueva York
Abril de 1996

T.N.

I

Esta discusión se ocupará de una cuestión que recorre prácticamente todas las áreas de investigación y que se ha extendido incluso a la cultura general: la cuestión de dónde llegan a su fin el entendimiento y la justificación. ¿Terminan en principios objetivos cuya validez es independiente de nuestro punto de vista, o terminan dentro de nuestro punto de vista —individual o compartido—, de modo que, finalmente, aun los principios aparentemente más objetivos y universales derivan su validez o autoridad de la perspectiva y la práctica de aquellos que los siguen? Mi aspiración es clarificar y explorar esta cuestión, e intentar defender, respecto de ciertos ámbitos del pensamiento, lo que llamaré una respuesta racionalista frente a lo que denominaré una respuesta subjetivista. El problema, en pocas palabras, es si la primera persona, en singular o en plural, se esconde en el fondo de todo lo que decimos o pensamos.

La razón, si es que existe tal cosa, puede servir como un tribunal de apelaciones no sólo contra las opiniones aceptadas y los hábitos de nuestra comunidad, sino también contra las peculiaridades de nuestra perspectiva personal. Es algo que cada persona puede encontrar en su interior, pero al mismo tiempo posee autoridad universal. La razón nos brinda, misteriosamente, una forma de distanciarnos de las opiniones comunes y las prácticas admitidas que no consiste en una meraelevación de la individualidad, es decir, no es una decisión de expresar nuestro ser idiosincrásico en lugar de seguir a los demás. Quienquiera que apele a la razón se propone descubrir una fuente de autoridad dentro de sí mismo que no es simplemente personal o social, sino universal, y que debería también persuadir a otros que estén dispuestos a prestarle atención.

Si esta descripción suena cartesiana, o incluso platónica, no es por accidente: este tópico puede ser antiguo y trillado, pero está plenamente vigente hoy, en parte debido a la prevalencia de diversas formas de lo que yo (pero no, usualmente, sus proponentes) llamaría escepticismo acerca de la razón, ya sea en general o en alguna de sus manifestaciones. Una versión vulgar de este escepticismo es epidémica en las regiones más endebles de nuestra cultura, pero también goza de un serio apoyo filosófico. Me veo impulsado a encarar este estudio en parte por el clima de irracionalismo que hay en el ambiente actual, pero también porque no sé realmente qué más decir después de que el irracionalismo ha sido rechazado como incoherente, ya que hay un problema real acerca de cómo es posible que exista tal cosa como la razón. ¿Cómo es posible que criaturas como nosotros, dotadas de las capacidades contingentes de una especie biológica cuya misma existencia parece ser algo radicalmente accidental, puedan acceder a métodos universalmente válidos de pensamiento objetivo? Como esta pregunta parece no tener respuesta continúan apareciendo variantes sofisticadas de subjetivismo en la literatura filosófica, aunque yo creo que éstas no son más viables que el subjetivismo «crudo».

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